lunes, 15 de diciembre de 2008

Carta de Navidad



Ya llegó el momento de despedirse hasta el próximo año. Mañana me voy de vacaciones a mi país. Tengo más de dos años sin ir a Venezuela y en ese tiempo muchas cosas han cambiado allá. Me encontraré con una nueva moneda, con un país en una situación política y económica no muy favorables, para no decir malas. También veré a mis padres y a mis amigos. Incluso me reuniré con unos amigos que tengo unos 25 años sin ver. Visitaré la ciudad de Mérida, en Los Andes venezolanos, ciudad donde realicé mi carrera universitaria y a la que tengo muchos años sin visitar. Allí pasearé por los páramos en búsqueda del “Enmascarado Anónimo” para que me cuente el final de su historia y en Caracas visitaré las viejas casa con sus zaguanes y patios interiores para tomarme un café con Eloísa y escuchar sus historias. Traeré muchas fotografías que ya compartiré con ustedes. Les había prometido visitarlos en sus blogs, pero me ha sido imposible, pues estos días han sido de carreras, de compras, de trabajo, de preparación del viaje. Así que ya será en enero. Y en enero mi blog cumplirá un año. Ha sido un año de muchas experiencias, vivencias en este país, a nivel de relaciones, de trabajo, de crecimiento, de meditaciones, de alegrías, de tristezas y depresiones, de producción creativa (gracias al blog) y en el que deje de fumar. Por vez primera he sentido el placer de que otros lean y comenten lo que escribo y esos han sido ustedes. Ustedes, amigos de letras, poesías, confesiones, palabras, historias y vivencias. Es increíble lo mucho que se puede conocer a los demás por lo que escriben. A muy pocos de ustedes los conozco mas allá del blog, solo tengo sus palabras y sus sentimientos, sus ideas y visiones del mundo y alguna fotografía de unos y de otros a veces solo un seudónimo. Están lejos, en diferentes lugares del mundo pero esa distancia se ha hecho corta a través de este medio. Me han hecho crecer con su apoyo al leerme. Y por eso mil gracias. Por leerme, por dejar su comentario, por sus palabras. Muy poco hablo de mí por este medio, pero dejo mucho de mí en mis palabras, en mis historias y mis personajes. Hay mucho de mí en Lorenzo, El Enmascarado, Camila, B-203K, Manuela, Carmen, Ramiro y otros de mis personajes.

Solo les deseo que pasen una hermosa navidad. Les dejo un aguinaldo venezolano de regalo de navidad y unas fotografias en mi otro blog de una celebracion navideña jamaiquina llamada Jonkanu. También les envió muchos abrazos fuertes y cálidos y besos. Ya nos “veremos” en enero. Cuídense.


Su amigo


Haldar

viernes, 12 de diciembre de 2008

Me again!




Estos días he aprendido lo dependientes que a veces nos volvemos de las tecnologías. Hace aproximadamente unas tres semanas me quedé sin computadora hasta el día de hoy. Una subida de pico eléctrico la dañó. Eso implicó volver a configurarla completamente, con las consecuencias que eso trae, además del tiempo, la pérdida de toda la información que en ella había. Pero como había aprendido la lección la otra vez, tenía almacenada toda la info en un disco duro portátil. Así que la pérdida fue realmente mínima: algunos documentos que se pueden recuperar por otros medios y unas pocas fotografías (esas si son pérdida total). Pero lo más importante era no poder acceder a internet (en esta ciudad no existen lo que conocemos como ciber cafés). Hay lugares donde hay conexión inalámbrica pero debes llevar tu propia laptop. No tengo laptop. Como decía, no tenía acceso a internet, no por lo menos desde casa en las horas que dedico escribir o revisar sus sites. Podía escribir a la manera antigua, con lápiz y papel, pero prácticamente con el uso de las computadoras uno va perdiendo hasta esa habilidad. Debo confesar que mi letra ha empeorado en los últimos 10 años. Hoy en día solo escribo al firmar un cheque o el libro de algún mensajero que trae correspondencia a la oficina. Las computadoras se han convertido en una extensión de nuestra mente, de nuestras ideas. Y verdaderamente es más rápido escribir en Word que con bolígrafo y papel. Además es más agradable. ¿Pueden imaginarse trabajar en una oficina sin internet? ¿Sin computadoras?
En la oficina tengo una computadora y un equipo, pero últimamente ha sido tanto el trabajo, que apenas tengo tiempo de revisar mi email. Muchas ideas se amontonaban en mi cabeza queriendo ser escritas. Muchos los deseos de pasar por sus blogs y leer las cosas nuevas escritas y terminar las cosas escritas en el mío. Pero al fin estoy de vuelta, he agregado las direcciones de sus sites de nuevo a “mis favoritos” y ahora solo tengo que ponerme al día. Debo hacerlo este fin de semana, pues el miércoles que viene salgo de vacaciones a Venezuela por tres semanas. Como ven, ahora mi tiempo es poco, pero haré lo posible de pasar a visitarlos y trataré de ponerme al día. Abrazos (¡aun no se han librado de mi!, jejeje)

martes, 25 de noviembre de 2008

Haikú número 1


mar de verano

bajo el sol anclado

duerme tu mirada


Foto intervenida y texto: Haldar F. Savery



domingo, 16 de noviembre de 2008

Eloisa (parte 2)




Afortunadamente el montón de ropa sucia y sábanas por lavar amortiguaron la caída, pero eso no impidió que su vestido francés, el cual su madre acababa de comprar el día anterior en la tienda de importaciones finas de Don Genaro, se rasgara y que el lazo de tafetán negro quedara guindado en una de las cañas. Por más que saltó y saltó no pudo alcanzarlo. Debía volver a la casa antes de que su madre notara su ausencia.  Así que desistió de su intento por recuperar la cinta y corrió entre los pozos de agua sucia, entre las gallinas, entre las hojas secas, por el pasillo y por el segundo patio hasta llegar a la cocina. Entró corriendo y abrazó a Josefa. Inmediatamente el llanto y las lágrimas escaparon como una tormenta repentina de verano. Lloraba por miedo a que su madre la hubiese visto en el tejado, por miedo al regaño al haber dañado el vestido y por rabia, al no poder entender porque el padre Manolo besaba a su madre.

 -¡Niña! ¡Niña!, ¿qué le pasó?, mire su vestido, esta todo sucio y roto. ¿Qué le pasó? Seguro fue el mono ese de la señora Tomasa, esa manía de esta’ teniendo animales salvajes en las casas- decía Josefa tratando de entender que había pasado.

-No, no fue Panchito-sollozaba Eloisa.

-A ver, a ver, ¿qué es todo este ruido?-pregunto Teresita quien venía del cuarto de la alacena con unos frascos de membrillos en almíbar, los cuales había preparado la noche anterior. Eloisa corrió hasta ella y la abrazó.

-Puej, que voy a sabe’ yo. A la niña que no se que bicho la picó. Esta hecha un manojo de llanto. ¡Pa’ mi que fue el animalejo ese!

-Venga mi niña, siéntese acá y beba un poco de esta agüita de tilo para que se calme y pueda contarme qué le pasó. Josefa, este pendiente si la señora viene.

-‘ta bien, ‘ta bien.

-Bueno, a ver, cuéntele a Teresita que fue lo que pasó. ¿Fue el mono de Doña Tomasa? Ese animal siempre busca la manera de como escaparse y luego andar fastidiando a los vecinos.

-No Teresita, no fue Panchito. Es que…, bueno…, es que me subí al muro para ver los pavos reales que el señor Joaquín le regaló a su esposa y cuando…, cuando me iba a bajar me resbalé y el techo de la enramada se rompió y me caí- sollozaba de nuevo. –Y ahora mami me va a regañar por dañar el vestido.

-¡Por las lágrimas benditas de Santa Berenice!, niña, se pudo haber matao. Ya con una muerta en la casa esta bien, como pa’ tene’ otra.

-Josefa, deje de decir tonterías y lleve a Eloisa a su cuarto. Ayúdela a quitarse esa ropa y me la trae sin que nadie se de cuenta. La limpia y la acuesta. Yo mientras voy preparándole un tesito de manzanilla, para que se quede dormida.

-Si seño. Vamos mi niña, andansito- dijo Josefa mientras caminaba abrazada a Eloisa, como una madre que acurruca a un hijo.

-Eloisa, no se preocupe. Si su madre pregunta, usted se fue a dormir porque se sentía mal con todo esto del velorio. Y usted Josefa, a callar. Si abre la boca le quemo la lengua con un tizón del fogón- y empezó a colocar las flores de manzanilla en el agua hirviendo, junto con unas de tilo, pasiflora y valeriana. Teresita cultivaba varias hierbas medicinales y otras para uso en la cocina en un pequeño huerto en el corral. Junto con las manzanillas, tilos, malojillos, cola de caballo crecían las cebollas, cebollines, albahaca, romero, por mencionar algunos.

Mientras, en el corredor las personas ya se estaban preparando para irse al cementerio. Los encargados de la casa funeraria ya habían llegado y colocado el cuerpo de Doña Clotilde en el ataúd y hacían lo imposible por cargarlo. Parecía que este pesaba toneladas y fue necesaria la fuerza de diez hombres para poder levantar el ataúd y llevarlo al carro fúnebre. “¡Dios Santísimo!, parece que la difunta no quiere irse”, comentó una de las mujeres mientras se persignaba. En ese momento un viento helado recorrió toda la casa, entrando por el portón y saliendo por el corral. Todos los invitados murmuraron algo, unos se persignaron, otros miraron al cielo. En la cocina, Teresita rezó silenciosamente un Padre Nuestro. Hortensia aprovecho el momento y fue a la cocina.

-¡Eloisa!¡Eloisa!, ya me voy al cementerio.

-Señora, la niña se fue a la cama porque no se sentía bien. Creo que todo esto del velorio la indispuso. Le estoy preparando un tesito para que se tranquilice- comentó Teresita.

-Voy a verla, sírvamelo que yo se lo llevo. ¿Dónde esta Josefa?

En ese momento venía entrando Josefa con el vestido en la mano. Cuando vio a Hortensia parada de espalda a la puerta se quedó paralizada. Debía pensar rápidamente que hacer con el vestido antes de que la señora se diera la vuelta. Entonces, con un movimiento de agilidad, arrojó el vestido debajo de la mesa del comedor.

-Allí esta. Pero, ¿qué le pasa? Está pálida muchacha, ni que hubiese visto un fantasma o ¿acaso también esta enferma por lo del velorio?

-No mi señora, pa’ na’, es solo cansancio y ese frío que empezó a hace’ de repente.

-Bueno, bueno. Ya me tengo ir. Paso al cuarto de Eloisa y después me voy al cementerio. Josefa, llévele el té después que yo salga y cerciórese que se arrope, no vaya a agarrar un resfriado con este bajón de temperatura.

-Si señora.

-Teresita, no le ponga la tranca al portón. Solo échele llave al anteportón, yo me llevo las llaves. No se a que hora iré a regresar, tal vez sea tarde, así que no me esperen despiertas. Cuando lleguemos al cementerio le digo a Pedro que se regrese para que no estén solas. Ya el padre manolo se ofreció a traerme de vuelta  a la casa. Josefa, búsqueme el abrigo en mi habitación y me espera en la puerta. Si quieren, váyanse a descansar y mañana recogen las tazas y los pocillos.

-Como usted diga señora Hortensia- dijo Teresita.

Hortensia echó una última mirada a toda la cocina y a las dos mujeres que estaban allí paradas frente a ella y salió con pasos firmes en dirección al cuarto de Eloisa. Abrió cuidadosamente la puerta y se acercó hasta la cama. Eloisa estaba arropada hasta el cuello. Silenciosamente rezaba por que su madre no se diera cuenta que el vestido no estaba sobre el perchero.

-Bueno cariño, ya tengo que irme a llevar a tu abuela al cementerio. Teresita me dijo que no te sentías bien- dijo mientras se sentaba al borde de la cama y pasaba su mano por el cabello de Eloisa.

-No mami.

-Tranquila. Todo va a estar bien, en un ratino Josefa te trae un tecito para que duermas. Duérmete y ya hablamos mañana. Descansa- besó a Eloisa en la frente y se marchó.

Josefa le llevó la infusión a Eloisa y la dejó en la mesita de noche al lado de la cama. Teresita cerró el portón pero sin colocar la tranca y cerró con llaves el anteportón. Josefa recogió las tazas y los pocillos, no quería dejarlos regados por allí hasta el día siguiente. “Ya los fregaré mañana”, pensó. Y así, poco a poco, la noche y el silencio fueron cayendo como una manta de seda sobre la casa. El frío no se fue. En su cuarto, Eloisa no podía dormir a pesar de haberse tomado el “bebedizo” que Teresita le había preparado. El silencio era interrumpido solamente por el tic-tac del despertador en la mesita de noche. Pero repentinamente hasta el sonido del reloj se detuvo. Ahora todo era un silencio tan profundo que hasta podías sentir un pitido dentro de los oídos.

Eloisa estaba arropada hasta la cabeza pero con los ojos bien abiertos. Trataba de escuchar algo que le indicara que no estaba sola en toda la casa. Y era tanto su deseo por escuchar algo que comenzó a oír una música. Era un bolero. “¿Quien habrá encendido la radio?”, se dijo. Se levantó de la cama, envuelta en la cobija, y caminó hacia la puerta. Pegó su oreja a la puerta para escuchar mejor. Si había música afuera. Entreabrió cautelosamente la puerta y se asomó. No había ninguna luz encendida y todo estaba iluminado solo por la blancuzca luz de la luna llena, la cual estaba guindada como una gran lámpara encima del patio interior. Salió del cuarto y fue al corredor. No había nadie, solo sombras y la música. Fue entonces al salón y toco la puerta antes de entrar, esperando que alguien le respondiera. Parecía que la música provenía de allí. Entreabrió la puerta y dijo: “¿Mami?”.  No hubo respuesta. Terminó de abrir y entró. Vacío totalmente. Encendió la luz, dejó la cobija sobre el sofá de terciopelo vino tinto y caminó hasta el radio. Estaba apagado. Pero seguía escuchando la música. Salió del salón. El sonido provenía de la habitación donde habían velado a su abuela. Anteriormente ese cuarto fue el estudio de su padre y había permanecido así, incluso después de la muerte de este, hasta la llegada de su abuela enferma, cuando entonces todos los muebles fueron llevados al cuarto de los trastes al fondo de la casa. Recordó muy bien que allí hubo un gran escritorio de caoba con patas talladas en forma de garras de león. Sobre este, un gran vidrio lo cubría en su totalidad. Debajo del vidrio un fieltro color verde y entre ambos, como atrapadas en una pecera, fotografías de ella y de sus hermanos. Un gran portarretratos con una foto de la boda de él y su madre, una maquina de escribir “Underwood”, libros, papeles y estilográficas. También un enorme librero que llegaba al techo con cientos de libros escritos en español, francés, italiano y alemán, los idiomas que su padre mejor dominaba. Un radiopicó RCA estaba en un rincón con una colección de discos. Lo único que permanecía allí era el enorme y pesado armario, ahora vacío, pero que en época de su padre, estuvo lleno de recuerdos de sus viajes. Podían encontrarse mapas de infinidad de países, muchos de los cuales ella jamás había oído nombrar, libros extraños con ilustraciones de enormes monstruos marinos que se tragaban barcos enteros de un solo bocado, frascos con especimenes que no se conocían por estas tierras, lanzas de bravíos guerreros de lugares desérticos, infinidad de insectos en hermosas y labradas cajas de madera, una cabeza reducida de un hombre santo y cientos de objetos mas. Ese había sido el armario de muchas historias imaginadas por ella o contadas por su padre. Pero ahora ya no había nada.

Eloisa se detuvo frente a la puerta y vio como la luz que salía por debajo de esta iluminaba sus pies descalzos. Dentro se escuchaba: “Sufro la inmensa pena de tu extravío / siento el dolor profundo de tu partida / y lloro sin que sepas que el llanto mío / tiene lágrimas negras, / tiene lágrimas negras, / como mi vida”. Era un bolero que alguna vez ella escuchó cantar por su padre cuando  vivía. Colocó la mano en el picaporte, respiró profundo y de un golpe abrió la puerta.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Eloisa (parte 1)


Caracas, 1931

El día que murió su abuela paterna, Doña Clotilde de la Caridad Urquijo Aristiguieta del Castillo, llovía a cántaros. El cielo era de un gris violeta que nunca nadie había visto antes. Eran las 2:40 de la tarde del 15 de junio de 1932. Su cuerpo estaba todo vestido de negro: larga falda de plises hasta los tobillos, blusa mangas largas con brocados y botones de nácar y una mantilla sobre su cabeza. Todo aquel conjunto negro contrastaba con el blanco de las sábanas de hilo, las que había guardado toda su vida para este momento tan especial, el blanco de su cabello y el blanco del rosario de marfil en sus manos. La habitación estaba llena de gente, todos vestidos de negro, la mayoría mujeres. Entraban y salían del cuarto. Junto a la cabecera una murmuraba un rezo mientras un rosario verde se deslizaba entre sus dedos, otras hablaban en voz baja, otras gemían silenciosamente. En el rincón, entre la pared y el armario, Eloisa escuchaba todo el teatro fúnebre, y de vez en cuando levantaba la vista para ver como iba todo. Se entretenía dejando las huellas de sus dedos en el brillo de los zapatos de charol, brillantes como cristales. Vestía con una falda negra de plises que le llegaba a media pierna y una blusa de algodón negro y cuello blanco con bordados. Un gran lazo de tafetán negro sostenía su cabello oro tostado. No estaba triste, pues nunca había conocido bien a su abuela. Había llegado a su casa desde el interior del país hacia tres semanas. Estaba muy enferma y había venido a la capital a que la examinaran los mejores médicos del país. La muerte la sorprendió de golpe, sin darle tiempo a que llegara una cura para su mal proveniente del exterior. Era la primera vez que veía un muerto. Le parecía que estaba dormida y que de seguro en algún momento se levantaría, o se había quedado así, quietecita, como las mariposas que había visto en el corral, que se quedan en suspenso en su paso de gusanos a mariposas. Tal vez estaba esperando la cura y cuando esta llegara, se levantaría y podría jugar con ella. Nunca había tenido una abuela, y cuando aparece una, ya viene medio muerta. Unas voces fuera del cuarto la sacaron de sus pensamientos. Se levantó y se asomó a la puerta.

 

-Señora Hortensia, señora Hortensia, ya llegó el padre Manolo- gritaba Josefa, la muchacha que ayudaba a su mamá en los quehaceres de la casa.

-Shhhhh, muchacha, respeta el descanso de los muertos. Ande, vaya a la cocina y le trae café caliente al padre, debe venir mojado y muerto de frío. Mira que morirse con este invierno.

 

Eloisa salió del cuarto y se quedó detrás de una de las columnas del corredor del patio. Desde allí vio al padre Manolo cruzar el anteportón. Era un hombre alto, delgado, de unos cincuenta años, bien parecido y con algunas canas en sus sienes. Venia con su sotana negra de infinitos botones, un paraguas, un rosario y una biblia en la mano. Su madre se acercó para recibirlo. El padre murmuró algo en su oído y ella sonrío disimuladamente. Su madre había enviudado hacia dos años, cuando Eloisa apenas tenia ocho años. Su “papi” y su hermano mayor, Ernesto,  habían sido detenidos por “La Sagrada”, la policía del General Juan Vicente Gómez. Ambos pertenecían a los nuevos movimientos democráticos que se venían formando cada día más en el país, como protesta a las medidas terroristas del dictador Gómez. Su padre había muerto en la cruel cárcel, “La Rotunda”. Algunos de sus compañeros contaban que había sido torturado cruelmente y que a la final murió al ingerir alimentos con vidrio molido. Ernesto corrió con la suerte de quedar libre gracias a las innumerables cartas que tanto su madre como su abuelo, habían estado enviando al mismo Gómez. Al parecer, que al ser su familia una de las mejores y mas pudientes del valle caraqueño, el mismísimo General había dado la orden de que lo liberaran, con la intención de que abandonara el país. De esta manera, Ernesto tuvo que emigrar a Nueva York. Desde entonces solo se habían recibido dos postales en las que decía que estaba bien. Así, que en la casa ahora solo estaban ella, su madre, sus hermanos, los gemelos Mario y Alfonso de quince años quienes estaban internos en el Colegio San Ignacio de los Jesuitas y volvían a casa los fines de semana, Josefa, la muchacha que ayudaba a su madre y a la vez era su aya, la Señora Teresita, una mujer callada que se encargaba de la cocina, el Señor Pedro, el chofer y a veces su abuelo Arcadio, que venia a visitarlos dos veces por semana desde su hacienda a las afueras de Caracas.

 

-Josefa, déle el café al padre, ¿qué espera?

-Si señora, claro señora.

-Y llévese a la niña a la cocina.

-Si señora.

 

Josefa se colocó la bandeja debajo del brazo y con paso veloz agarró a Eloisa de la mano y prácticamente la arrastró con ella. En la carrera  a la cocina pudo echar una última mirada a lo que acontecía en el corredor. Todos entraban como espectros negros al “para qué”, la salita que se había arreglado para colocar a Doña Clotilde. Los últimos en entrar fueron su madre, seguida muy de cerca por el padre Manolo, quien dejaba rozar su mano izquierda en los glúteos de esta. Antes de cerrar la puerta, el padre le sonrío a Eloisa.

 

-Vamos niña, siéntese allí, junto al fogón.

-Hace mucho calor allí, prefiero sentarme cerca del refrigerador.

-¡Esa “frijider” no me gusta nada! Me contó Salustiana, la muchacha que trabaja donde la señora Francisca, que el otro día un aparato de esos explotó y casi la mata. ¡Y eso que estaba disque nuevo!

-Hay Josefa, como te gusta creer en cuentos. Eso no pasa, el refrigerador es el mejor invento. Lo leí en una noticia del periódico. Además, ya ves que no tienes que ir a hacer las compras todos los días.

-Eso es verdad mi niña. Ahora la carne dura más tiempo. ¡Hasta cinco días! Usted tiene razón. Es que estoy nerviosa con eso de la muerta allí en la sala.

-A mi tampoco me gusta- respondió con voz profunda y se quedó pensativa, con la mirada en las llamas que se escapaban del fogón.

 

Al fondo, cerca de una ventana, la Señora Teresita desplumaba una gallina para preparar un sancocho para los invitados del funeral. Estaba como indiferente a la conversación de las muchachas, abstraída en su labor. Era una mujer de unos sesenta y ocho años, gorda, un poco rechoncha, cara redonda y blanca como la luna, de cabello corto canoso, manos gruesas y ásperas y ojos grises. Había estado trabajando para su familia desde que tenía quince años. Su abuela Marta, la difunta esposa de su abuelo Arcadio, se la había traído de los andes en un viaje que hicieron por allá en 1879 para su luna de miel. Teresita era una mujer muy reservada; muy poco se sabia sobre su vida, solo que se la había pasado trabajando para la familia Olmos Urdaneta. Nunca se casó o tuvo un noviazgo. Era excelente cocinera. Sus panes, dulces y tortas eran los mejores. Siempre había algún postre o dulce en casa.

 

El sancocho hervía sobre le fogón, mientras Josefa iba y venia con tazas de café y galletitas inglesas de mantequilla. Josefa había llegado a la casa hacía tres años, cuando el señor Ramiro y el señorito Ernesto fueron apresados por la policía. Don Arcadio se la había enviado a su hija para que la ayudara con los niños. Josefa tenía dieciséis años, era delgada, morena, de grandes y brillantes ojos verde oscuro y cabello crespo lleno de pequeños moños a los que ataba cintas de colores. Prefería andar descalza, pues decía que los zapatos la torturaban. Al principio fue una guerra campal entre ella y la señora Hortensia, pues a esta última le parecía un descaro que atendiera a los invitados estando descalza. Finalmente llegaron al acuerdo de que podía estar descalza en casa pero que cuando fuera a hacer los mandados o a misa debía por lo menos ponerse unas alpargatas. No sabia leer ni escribir, pero últimamente Eloisa se había encargado de irla enseñando, pero era una tarea ardua. Como la misma Josefa decía: “Hay mi niña, ¿pa’ que necesito yo eso? Pa’ eso Diosito me dio una cabeza, pa’ recorda’ to’”. Al menos ya había logrado que aprendiera a escribir su nombre y a medio leer los papelitos con el mandado que le daba su mamá.

 

Entre los hervores y los cafés que iban y venían, Eloisa se había salido de la cocina y caminaba a lo largo de la celosía, viendo como la formas iban distorsionándose y cambiando de color a través de los cristales. Era divertido ver a Josefa cambiar de formas, unas veces gorda otras alta, otras deforme, en su ir y venir de la cocina al corredor.

 

-¡Habíase visto! ¿Es que toa’ esta gente viene a beber café o a ver a la dijunta? Ya tengo los pies jinchaos de tanta idera- decía mientras se sentaba en una de las sillas del comedor, ubicado entre la cocina y la celosía que lo separaba del corredor.

-Josefa, ¿dónde están el padre Manolo y mi madre? No los veo entre la gente del corredor.

-Puej, en el cuarto, acompañando a la muerta, ¿a onde iban a estar?

-¿Solos?

-Yo creo que si. Iban a preparar a su dijunta agüela y sacaron a todos y cerraron la puerta. Además, ¿quien quiere a ver a un muerto como lo trajo Dios al mundo? Puej, naidien.

-¡Corre Josefa, vámonos a la cocina! Allí viene mi madre.

 

Las dos corrieron a la cocina e inmediatamente fingieron estar haciendo algo: Josefa lavando las tazas sucias y Eloisa viendo caer la lluvia sobre el estanque del segundo patio interior, parada en la puerta. Hortensia entró de golpe a la cocina, mientras se arreglaba la falda. Venia un poco acelerada y algo colorada.

 

-Josefa, déme un poco de agua por favor, pero no del refrigerador. El agua fría es mala para la salud- dijo con voz entrecortada, mientras se apoyaba en la mesa y llevaba la otra mano a su pecho.

-Si señora, ya mismito. ¿Se siente mal?

-Nada, nada, debe ser todo esto. Esta familia esta marcada por la muerte. No se ha terminado de velar a uno cuando ya hay que empezar con otro. Quiero que empiecen a servir la sopa a los invitados. No quiero que se sienten en el comedor, son muchos y la mesa solo tiene doce puestos. Así que sírvanla en las escudillas blancas de porcelana y llévenselas, igual como con el café. Teresita, vaya echando la sopa en las escudillas y tu Josefa, ve llevándolas a la visita. Eloisa, por favor dile a Pedro que vaya preparando el automóvil, saldremos en un momento al cementerio.

-Si mamá- y salió corriendo saltando en los pozos que se habían formado en el patio. Ya no llovía.

 

Hortensia dio media vuelta y salió de la cocina. Eloisa cruzó el segundo patio hasta la habitación de Pedro, le dejó el recado de su madre y salió corriendo al corral. Allí se trepó al árbol de mango y luego, a través de una rama, al techo de la enramada. Desde allí caminó con sumo cuidado por el borde del muro que separaba el corral de su casa del de los vecinos. Llegó finalmente a una pequeña ventana elevada que pertenecía a la habitación donde estaba su abuela muerta. Su padre había mandado a hacer esa ventanilla como entrada de luz y aire para esa habitación ya que no poseía ventana alguna al corredor. Deslizándose sigilosamente sobre las tejas, se asomó y pudo ver a su abuela en la cama. Parecía que realmente dormía, que en algún momento cualquier ruido la despertaría. Pero no podía ver a su madre ni al padre Manolo. Se acercó más a la ventana, para ver si lograba ver mejor. Divisó algo que se movía en las sombras justo en el rincón en el que hacia un par de horas había estado ella. No distinguía bien que era. Entonces levantó un poco su cuerpo para tratar de conseguir un mejor ángulo. Justo en ese momento, las nubes se retiraron y dejaron escapar los rayos del sol del atardecer. La ventana estaba orientada hacia el oeste, de manera que en las tardes la habitación se iluminaba completamente. De esta manera Eloisa pudo ver quienes estaban en el rincón. Su madre y el padre Manolo se besaban frenéticamente, como queriendo devorarse el uno al otro.

 

En el asombro, Eloisa resbaló en las tejas húmedas y golpeó su frente contra el vidrio de la ventana. Los amantes voltearon inmediatamente ante el ruido y miraron hacia esta. Pero solo lograron ver una sombra que desaparecía velozmente, pues el contraluz no les dejo ver quien o que estaba en la ventana. Eloisa se dejó resbalar rápidamente por las tejas hasta alcanzar el muro. Lo cruzó casi en carrera, con el peligro de resbalar y caer. De allí bajó al techo de la enramada para luego pasar a la rama del árbol. Pero justo antes de alcanzarla, algunas cañas de la techumbre se rompieron y Eloisa cayó.

Fotografia: Google, texto: Haldar F. Savery

 

En proceso creativo...



Esta en proceso de construcción y creación una nueva historia. Se titulará “Eloisa”. Aún no se cuan larga será, pero espero que al final del día de hoy pueda publicar la primera parte. Gracias por su comprensión, estoy trabajando para ustedes.

Foto: Bertram Bahner.

lunes, 27 de octubre de 2008

Falling slowly




Para el que adoro
para los que no estan
para los que estan
para los que conozco
para los que no conozco
para los que se han ido
para los buenos amigos
para los que no lo son tanto
para los desconocidos
para los que solo pasaron
para los que se quedaron
para los que dejaron algo
para los que se robaron algo
para los que me leen
para los que no lo hacen
para los que estaran...

domingo, 26 de octubre de 2008

Deep Dark Blue

If You Want Me - Marketa Irglova
Pon pausa al reproductor de musica y dale play a este.


Profundo,

a lo lejos

en el azul que se apaga

en el atardecer

de tu adiós.


Allí donde el mar

y el cielo son uno,

cayendo lentamente

en ese recuerdo

que arde a mis pies

al contacto del mar.

 

Las palabras

se funden en la primera estrella,

y mis tontos sentimientos

escapan por los agujeros

de mis medias.

 

Tus ojos me conocen

y regreso solitario sobre mis huellas

perdidas en la playa

de tu habitación

azul oscuro profundo.

Foto y texto: Haldar F. Savery

lunes, 13 de octubre de 2008

Tinta



Para Pochacco. Porque te amo.

La tinta negra se derrama en tu espalda
perdiéndose las palabras que he dejado allí;
se van por las hendiduras de tus poros
hasta llegar a tus venas, a tus arterias,
hasta tu corazón.

Ahora la tinta es roja;
me devuelves mis palabras
con un beso, con una caricia,
con un te amo.

Ahora la tinta esta dentro de mi,
en mis manos,
y vuelvo a escribir palabras con tinta roja
en tu espalda.

Foto: Google, texto: Haldar F. Savery

domingo, 12 de octubre de 2008

sábado, 11 de octubre de 2008

Verso





Y hasta morir el pájaro en la rama cantó

Y desde el sur el invierno llegó

Y su canto más nunca se escuchó

Y la ventana de la alcoba ya se cerró.

(Unas palabritas para antes de dormir. Buenas noches)

lunes, 29 de septiembre de 2008

Carmen

Alfonsina y el Mar - Tania Libertad

Para Olinda
A lo lejos retumbaban los truenos en unas nubes grises amontonadas sobre las colinas. El viento de tormenta levantaba remolinos de arena entre los cardones y tunas. Los chivos corrían buscando un refugio. La carretera, flanqueada por postes de madera, se perdía en aquel océano amarillo de arena y polvo, y era la línea divisoria que separaba el Mar Caribe de la gran casona. Cualquiera que hubiese pasado de casualidad por allí pensaría que la casa estaba abandonada. Los muros de tapia encalados, que alguna vez fueron de un blanco refulgente, ahora eran amarillos por el polvo o simplemente habían perdido el calado y podían verse los ladrillos de barro, el portal de piedra había perdido el escudo de armas familiar y apenas quedaban algunos arabescos barrocos, las ventanas de maderas tenían los postigos cerrados y de los barrotes de madera torneada solo quedaban algunos en las repisas voladas. Del corredor exterior solo permanecían en pie los gruesos pilares de la entrada que alguna vez sostuvieron una techumbre. Pero en su interior todavía la vida se desplazaba por sus pasillos. En el patio central, rodeado por un claustro de corredor, aun crecían un limonero, un granado y algunas otras plantas como albahaca y tomillo. Los pisos de losetas de barro rojo habían perdido el brillo de antaño y ahora se encontraban cubiertos de polvo y hojas secas. En los salones del frente, los muebles estaban tapados con sábanas y telas multicolores. Sólo un gran espejo de moldura barroca permanecía destapado, mostrando el reflejo del paso del tiempo. Del fondo de la casa provenía una melodía que se mezclaba con el olor a chocolate, canela, cebolla y maíz. Era la cocina.

La cocina, separada del resto de la casa por una gran romanilla con calados y vidrios de colores, era el único lugar donde las ventanas, que daban a la parte posterior, estaban abiertas. Contra el muro del fondo se levantaba el fogón donde ardía la leña sobre las topias de barro. El calor cocinaba el chocolate, al que se le habían puesto unas varitas de canela para darle sabor, unas arepas de maíz pilado ya asadas permanecían sobre un budare de barro curado hace tiempo con leche de cabra y en un caldero de hierro colado se guisaban tomates con cebollas. Junto al fogón, el avivador de palma de coco tejida. Al centro de la cocina una gran mesa pesada de madera rústica y sobre ésta un gran mortero de piedra, una coladera de tela para el café, cebollas, cebollines, albahaca y tomillo secos, tomates, huevos, leche, queso de cabra, algunos platos de peltre y cucharas de madera. Junto a la pared, una alacena de madera con puertas de malla guardaba recelosa los platos, ollas, cazos, sartenes, calderos y vasos.

Para preparar el chocolate caliente, se colocan en una olla 3 tazas de leche, 2 cucharadas de azúcar, y 2 astillas de canela. Se lleva al fuego lento hasta que hierva. Se agregan 100 grs. de chocolate para taza y se va batiendo hasta que se disuelva completamente. Se agrega una pizca de sal y 1 cucharadita de vainilla. Se deja hervir hasta espesar y se sirve caliente.

En un rincón, una gallina dormitaba indiferente al paso del tiempo. Junto a la ventana, sentada en un taburete, estaba Carmen Martínez. Bordaba unos pañitos de lino blanco mientras tarareaba “Alfonsina y el mar”. A pesar de sus años, Carmen aún conservaba una visión sin igual, nunca tuvo necesidad de anteojos para leer. Sus manos nudosas por la artritis se mantenían firmes en cada puntada del bordado. Su cabello blanco se recogía en un pequeño moño sobre la nuca. Vestía con una larga falda azul cobalto, una blusa blanca de algodón con pequeños bordados en hilo blanco y unas zapatillas de lona negra y suela de fique. Hacía años que Carmen vivía sola en aquel paraje hostil y desértico. Su marido había muerto de la rabia hacía cuarenta años cuando sus cuatro hijas mayores, Clemencia, Ruperta, Marcelina y Petronia, se habían ido lejos con unos extranjeros que pasaron un día por allí. Se dice que habían trabajado como prostitutas en algunos bares en Adícora y que por vergüenza nunca más volvieron a su casa. La hija menor, Augusta, se fue con el mar cuando tenía doce años y nunca regresó. La casa más cercana estaba a cientos de kilómetros de la suya. Así que prácticamente había vivido sola durante cuarenta años, acompañada de algunas gallinas y chivos que criaba en el corral del patio. Una vez a la semana pasaba Don Manuel, un anciano con un destartalado camión Ford que se dirigía desde Punta de Barco hasta Adícora y luego a las refinerías petroleras de Amuay y Cardón, las mas grandes del mundo. Carmen vivía en el trayecto de Punta de Barco y Tiraya, a doscientos metros del mar. Ella le entregaba huevos frescos, pañitos de lino blanco bordados con motivos tradicionales, mermeladas, mantas tejidas y queso de cabra, y él, a cambio, la aprovisionaba de sal, azúcar, miel, leche, hilos de colores, pan dulce, chocolate, frutas frescas, kerosén, velas, fósforos, pastillas de jabón azul, que usaba tanto para lavar la ropa como para bañarse, y algunos caramelos. El resto ella lo obtenía de las gallinas y chivos que criaba y de las verduras que cultivaba en el patio.

Ese día Carmen cumplía noventa años. Como todos los días, se levantó a las 4 de la mañana, se lavó la cara con el agua del aguamanil, pero no se la había secado pues según ella era mejor dejársela secar con el aire, así no aparecían las arrugas. Se cambió la bata de dormir y se puso la ropa de trabajo. Fue a la cocina, preparó algo de café negro y se lo bebió sin azúcar. Luego avivó las brasas del fogón con el avivador y colocó leña nueva. Abrió la puerta trasera y salió al patio. Afuera, la madrugada estaba fresca y el cielo estaba ahogado en estrellas. A lo lejos se oía el mar que aún roncaba sobre la playa. Volvió a la cocina, colocó algo de maíz en el pilón y comenzó a pilarlo para así iniciar el proceso de preparación de las arepas mientras canturreaba una canción.

Para la preparación de las arepas de maíz pilado se deben colocar los granos de maíz en un pilón y comenzar a golpearlos con un mazo para quitarle la cáscara al maíz y pelarlo. Luego que el maíz ha sido pilado, se coloca a ventilar en bandejas de madera para sacarle la cáscara. Se debe mover para que salgan todas las brosas y quede muy limpio. Después se agarra el maíz y se lava tres veces con abundante agua y luego se cocina en el fogón por una hora. Una vez cocido se le agrega agua fría y se estruja con las manos para terminar de limpiarlo. Se escurre muy bien y se comienza a moler con el molino de mesa. Una vez molido, hay que amasarlo hasta que quede una masa suave. Se agrega sal al gusto. Una vez lista la masa, se hacen las arepas y se colocan sobre el budare caliente o entre las brasas hasta que doren. Ya están listas para comer.

Todo el proceso le tomaba a Carmen dos horas. Cuando las arepas estuvieron listas, el abrasador sol ya tostaba la arena y los cardones. Preparó el chocolate y lo dejó reposar. Dejó las arepas junto al fogón para que no se enfriaran. Salió al patio y echó el desperdicio del pilado del maíz a las gallinas, recogió los huevos y soltó a los chivos de su corral. Mientras caminaba a la casa con la cesta de huevos recordó a su papá. Cuanto lo extrañaba. Se sentó en una silla debajo de un cují y mientras echaba la comida a las gallinas recordó la vez en que tuvo que esconder a su padre, por allá en 1928 cuando ella tenia 23 años. Los soldados del General Juan Vicente Gómez lo buscaban por no haber cedido sus tierras al gobierno. Ya habían asesinado todo el ganado de sus haciendas en Turmero y destruido las siembras de cacao en las de Chuao. La familia se había refugiado en la casa de Villa de Cura. Después de la muerte de su madre, unos años atrás, ella se había encargado del cuidado de su padre y el de sus dos hermanos menores. Había sido un jueves, su padre sabía que ese día vendrían por él. Así que entre los dos cavaron un agujero en el patio, detrás del horno de barro para que se escondiera. Antes que ella colocara la plancha de hierro y las leñas para taparlo, le dijo: “toma este cuchillo y guárdalo entre tu falda. Si algún soldado te toca, mátalo. Esconde a tus hermanos en el doble fondo del altarcito de la capilla. Te quiero”. Recordó a los soldados entrando a la casa, revolviéndolo todo, buscando por todas partes pero sin encontrar a quien buscaban. Finalmente se fueron. En ese momento ella solo deseaba que solo uno apenas la rozara con un dedo para sacar el cuchillo y clavárselo en el pecho. Pero se quedó con los deseos. Apenas los soldados se fueron, ella corrió a sacar a su padre y a sus hermanos del escondite. Lo ayudó a vestirse de paisano, le cortó los bigotes, le colocó unas alpargatas y un sobrero de paja. Había comenzado a llover. Abrió con cuidado el portón de entrada. En la esquina habían dejado apostado un soldado. Su padre salió sigilosamente y caminó bajo la lluvia hasta el soldado. Le pidió fuego para encender un cigarrillo y siguió su camino sin mirar hacia atrás. Esa fue la última vez que lo vio. El canto de un azulejo verdeviche en una rama del cují la volvió a la realidad. Se levantó y entró a la cocina para seguidamente cocinar los tomates guisados para acompañar las arepas.

Para dos personas se necesitan 6 tomates, 1 cebolla blanca grande, 1 diente de ajo, aceite de oliva, sal, pimienta negra molida y albahaca seca. Se cortan los tomates y las cebollas en rodajas. Se machaca el ajo en un mortero. En un caldero se colocan 5 cucharadas de aceite de oliva y se calienta lo suficiente. Se colocan el ajo y las cebollas y se dejan freír hasta que las cebollas se caramelicen. Se agregan los tomates y se deja cocinar un rato hasta que suelten su jugo. Se pone pimienta, albahaca y sal al gusto. Se deja cocinar por un par de minutos y se sirve acompañado de arepas de maíz pilado y queso blanco fresco.

Carmen dejó el bordado sobre el taburete y tomó su desayuno. Mientras bebía el ultimo sorbo de chocolate pensó: “Feliz cumpleaños Carmencita. Ya son muchos años. Demasiados y parecen no acabarse”. Dejó los platos y el delantal sobre la mesa y se dirigió a los salones. Destapó los muebles y abrió las ventanas. Una brisa entró con fuerza, levantando el polvo y las hojas secas. Colocó los retratos que estaban sobre las mesitas en su sitio y encendió las lámparas de kerosén. Fue hasta la pequeña capilla y allí se arrodilló frente al altar modesto: “Dios Padre, bendíceme”. Fue a las otras habitaciones abriendo las ventanas y puertas. Pasó por los cuartos de las hijas que no volvieron, por el de la hija que se fue con el mar y finalmente el suyo. Después de cuarenta años la luz volvía a inundar cada rincón de la casa. Había llegado allí desde Villa de Cura, donde se casó con Fulgencio Torres de la Calatrava, un español venido a estas tierras en búsqueda de fortuna. Habían sido felices por mucho tiempo y habían tenido cinco hijas. “Las hijas son mejores que los hijos, porque siempre estarán cerca aunque se casen. Nunca estarás sola Carmen”, le dijo la comadre Teresa el día del nacimiento de Augusta. “Mejor haber tenido hijos, así hubiese ganado también cinco hijas. Te maldigo Teresa”, pensaba mientras caminaba por el zaguán dispuesta a abrir el portón principal.

Salió y el resplandor del sol y la arena la enceguecieron por un momento. Ahora los truenos se escuchaban más cerca. Comenzó a caminar en dirección al mar. El viento cada vez era más fuerte y la arena se le metía en el cabello, la ropa, los ojos. El sol se fue oscureciendo. Comenzó a llover. En la casa el viento volcó las lámparas de kerosén y el fuego empezó a arder sobre los muebles de madera, las cortinas y las sábanas y telas de colores que estaban en el piso. En menos de veinte minutos la casa ardía como una enorme fogata bajo la lluvia. Los recuerdos se iban consumiendo poco a poco. Carmen había cruzado la carretera y estaba parada descalza en la playa. El mar agitado le acariciaba los pies. “¡Augusta!”, gritó. Entonces comenzó a adentrarse en el mar más y más, hasta que su cuerpo desapareció en el abrazo de una ola espumeante. Al fondo una columna de humo negro se levantaba en el lugar donde una vez existió la casona de los Torres Calatrava Martínez.

Fotografías: Google, texto: Haldar F. Savery

domingo, 21 de septiembre de 2008

Regreso

Ya estoy de vuelta. Han sido 2 semanas agotadoras. Trabajo en exceso, la visita de mi hermano y mi cuñada. No pude ser un anfitrión a tiempo completo, a veces los compromisos laborales te absorben la vida. Pero gracias a Pochacco, creo que pasaron una buena semana. Solo algunos días pude acompañarlos en sus andanzas por esta isla. De esos cortos paseos, que muchas de las veces fueron aventuras debido al mal estado en que se encuentran las carreteras en este país, y aun más después de los últimos huracanes, les dejo algunas fotos para que las disfruten. Ahora deberé sacar tiempo para ponerme al día con todos ustedes. 


Tramo de carrtera Montego Bay - Kingston

Carretera Montego Bay - Kingston

Carretera Montego Bay - Kingston

Un kiosko en la via

Espectaculo en el Hotel Iberostar

Hotel Iberostar en la noche


Vendedor de artesanias y "ganja"





"The blue lagoon", el mismo lugar donde se filmo la pelicula




Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

 Port Antonio


viernes, 5 de septiembre de 2008

Trabajo, trabajo y más trabajo.



Amigos. Estaré un poco fuera de este mundo a causa de que ando con mucho trabajo este mes. Además mi hermano vendrá a visitarme, y me sale andar de anfitrion. Así que cuando tenga un huequito de tiempo por allí, pasaré a visitarlos y tratar de ponerme al día. Ademas no se que paso con el Internet Explorer de mi PC en casa, creo que lo descompuse. Abrazos.
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Comentarios al post anterior, o sea, el de mi cumple, jejejeje:

Primero que nada, mil gracias a todos por sus buenos deseos y sus felicitaciones. De verdad que la pase bien, con gente que quiero y que me quiere, aunque no estaban todos los que hubiese querido que estuviesen, jejejeje. Les mando un abrazo fuerte y muchos besos.

Edurne: Bueno, no se si realmente fue así como llegue al mundo. Lo curioso es que una vez fui a un lugar donde una mujer me leyó la mano y unas cartas, y me dijo que yo no quería nacer, estaba negado a la idea, imagínate. Me acorde de eso, y bue…, se me ocurrió escribirlo. No se si es verdad. Realmente son pocas las fotos de mi de cuando era un “nene”, no se porque casi no me fotografiaron, pero esta es una de las que mas me gusta. Besotes.

Mario: No se si nació el chocolate, lo que si se es que me encanta, y muchísimo, jejejejeje. Eso si, nací miope, empecé a usar anteojos o lentes o gafas, como quieran llamarle, a partir de los 2 años, imagínate. Besosssss.

Diego: menos mal que no me llamaron Haldar Roso, jajajajajaja, por lo de Santa Rosa, jajajajajajaja. No sabia que la madre de Frankenstein era de mi mismo signo, o sea, lo mejor de todos, jejejejejjeje. Mi traje de ángel no me lo quito, aunque a veces parece que se me queda olvidado en el armario… besos.

Ayshane: Mira que la envidia es mala! Jajajajajaja, eso dicen por allí. De seguro que buscando por Internet encuentras algún hecho importante que haya pasado para la fecha en que naciste o que algún famoso nació ese mismo día, recuerda que en este mundo siempre están pasando cosas a cada momento y de seguro algo paso el día que naciste. Serio? Si era muy serio de chico, muy tímido, muy callado, tanto que hasta mi madre estaba asustada, jaajajjajajajaajja. Besotes

Belén: Hola guapa! No llegas tarde, tus felicitaciones son bien recibidas. Besos

Dámaso: Amigo, al igual que Belén, no llegas tarde. Debe quedar algo de pastel en la nevera aun, jejejjejj. Y claro que eres buen fotógrafo. Besos

Yansidara: Puedes visitarme todas las veces que desees. Te debo una visita con más calma, ya me eche una vueltecita por allá. Me imagino que tu hija mayor debes ser un encanto de persona, jejejeje, así como los que nacieron ese día, jejeejjejejeej. Si, soy venezolano, y si, vivo en la Isla del Fin del Mundo, perdón, vivo en Jamaica, jejeje. Abrazos

Juanjo: Envejecer? Nooooooooooooo! Jejjeje. Deberíamos ganar experiencia en la vida, pero envejecer físicamente hasta los 30 años, y ya! Si, hasta de las lágrimas mas dolorosas se disfruta, al fin y a cabo son experiencias. Abrazos.

Magia: Chama! Amiga! Jajajjajjajaj, es verdad, llegue al tuyo por casualidad de la vida o arreglos del destino, pero llegue, aajajjajjaja, eso es lo importante. Igual, llegaste, no importa que tarde. Si, aunque no tenia muchas ganas de pasar mi cumple acá en Jamaica, la pase bien, con los amigos de acá. Si, las cervezas son para diciembre o principio de enero, cuando vaya a Vzla. Y a Lascivus, pos nada, a ver de donde lo sacamos, jajajajajaja. Besos

Lucia-M: Gracias guapa! Se hará todo lo posible para que cada año sea mas feliz. Besos

Tristancio: Tus palabras me recordaron el nacimiento de Tita, un personaje de la novela “Como agua para chocolate” de la mexicana Laura Esquivel. De seguro debe ser un fuerte impacto nacer, imagina, que estas allí, bien cómodo, en esa oscuridad, silencio, bien calidito y de repente te sacan de golpe. Primer trauma infantil, jajaajajajaajaja. Abrazos.

Bea: Nada que llegas tarde, nunca es tarde para los Buenos deseos. Y sonreiré tanto como el gato de Alicia, jejejejeejej. Besos

Monchis: Si, ya se fue Gustav, y justo antes de mi cumple. Esperemos que los otros de la temporada ni se acerquen por acá. Y bue…, cumpliré todos los que estén dispuestos para mi (ojala no sean miles, jajajajaja). Abrazos.

Nacho: Gracias por tus hermosas palabras. Es asombroso solo imaginarse que el sol solo se detenga por uno, eso me hace sentir super importante!. Y espero que el resto del Universo haga muchas cosas buenas por mí (y por todos en el mundo). Besotes

Gus: Ejele! La pase bien, con Pochacco y los amigos! Mira pues, en tu día de nacimiento paso una de las cosas más importantes de la historia, no te puedes quejar. O sea, eres así como un hijo de la luna y las estrellas. Paris debe estar hermosa. Un besote.
Imagen: Google

sábado, 30 de agosto de 2008

Tal día como hoy...


Soy yo cuando tenia como 3 años


El sol transitaba por la enorme constelación de Virgo y sus trece mil galaxias. Mercurio aparecía como regente. Aun no amanecía y ella dormía placidamente. Apenas un pequeño movimiento en su vientre la despertó. Ya era el día. Adentro todo estaba en silencio, tibio y oscuro. Quería quedarse allí. Nunca le gustó la idea de venir. Siempre se rehusó, pero ya no había vuelta atrás. Ya no podía decir que no. Tenía la orden de seguir adelante. Pero a pesar de eso, trataba de hacer caso omiso. Pero entonces una fuerza empezó a empujarlo, a sacarlo de aquel lugar placentero. Eran las tres de la madrugada. Ahora ella comenzó a sentir un dolor. Ya se acercaba la hora. Carrera veloz al hospital. Los dolores se repetían espasmódicamente. Adentro se sentía el movimiento acelerado. Las contracciones se hacían más fuertes y continuas. Adentro él tenia miedo. “¿Qué habrá afuera? ¿Cómo será?” Se preguntaba. Repentinamente una luz enceguecedora empezó a abrirse camino en su mundo oscuro. Una mano gigante lo haló y en un segundo ya estaba afuera, completamente rodeado de luz y con un frío terrible. Lloró y lloró hasta que sus pulmones se hincharon de aire.

Era el 30 de agosto de aquel año. 5:30 de la mañana. Ese mismo día Los Beatles se presentarían en el Hollywood Bowl de Los Angeles y Bob Dylan estrenaría su famoso disco Highway 61 Revisted. Ese día, yo, Haldar, llegué a este mundo.

Fotografia: Anonimo, texto: Haldar F. Savery

lunes, 25 de agosto de 2008

Manuela




-¡Matías!, ven Matías, dame un abrazo.
-Si mamá, ya voy.
-¡Ven rápido!
-Voy.

Bip, bip, bip. Bip, bip, bip. Suena el despertador. Seis de la mañana. Abre los ojos y se estira perezosamente en la cama. Esta acostado del lado izquierdo. Está solo. Bip, bip, bip. Apaga el despertador. Ya la luz entra por la ventana. Estira la mano hacia el otro lado de cama. “Ya se fue. Siempre se van”, pensó. Se levanta sorteando el tiradero en el piso: los tacones, la peluca, el traje con lentejuelas, los postizos. El apartamento, si se le puede llamar así, es un solo ambiente, lo único separado es el baño. Es más bien una habitación grande construida en el último piso de aquella casa, que como las demás, se amontonaban de manera desordenada en aquel barrio caraqueño. Llega al baño y se ve al espejo. “Hay Manuela, esta vez corriste con suerte. El soldadito no te golpeo. Era puro amor. Un novio así es lo que necesitas, que te saque de esta pobreza”, se decía mientras orinaba. Colocó la cafetera sobre la estufa, recogió las cosas y las amontonó sobre una silla en el rincón y se dejó caer bocabajo sobre la cama. Respiró profundo. Todavía olía a sexo, colonia barata, sudor. Había sido una buena noche. Le pagaron un buen dinero por su imitación de Ana Gabriel. Ya podría hacer un mercadito. Además las propinas fueron excelentes y para finalizar, no terminó solo en casa. Se sirvió el café en su taza favorita, aquella que le trajo Julián de su viaje a Sao Paulo. Julián. “¿Dónde andarás hijo de puta? El mejor polvo que he tenido. Lastima que te gustaran las mujeres de verdad. Bueno, eso decías tú, pero más marico no podías ser. Estabas engañado papito”, se dijo. Encendió un cigarrillo y se reclinó sobre la ventana mientras pasaba el sabor del alquitrán con el amargo del café. Afuera el barrio ya se movía como un hormiguero. La bodega de doña Patricia ya estaba abierta. Mas abajo en las escaleras unos vagos se dedicaban a molestar a las muchachas que pasaban por allí. Gente subía y bajaba, el merengue se mezclaba con la salsa y un toque de reggaeton y algún desadaptado que escuchaba Coldplay. “Bueno Manuela, a ponerle rapidez a la cosa, que si no trabajas no comes y ya se acerca la fecha de pagarle la renta a Consuelo”. Agarró un balde con agua y se fue al baño. Allí se duchó con la ayuda de un potecito plástico. Dejaba caer el agua lentamente por su cuerpo. “¡Coño, esta fría! Debí entibiarla un poco”. Enjabonó su cuerpo depilado con un jabón barato, de esos que se agarraba cuando algún cliente lo llevaba a un hotel. También se lavó el cabello con el jabón, pues hacia dos semanas que el champú se había terminado. “Hoy tengo que comprar champú, también desodorante, ya estoy harta de estarme poniendo bicarbonato de sodio en los sobacos” Terminó de ducharse, se colocó la toalla alrededor de su cuerpo por debajo de las axilas. Se rasuró tan perfectamente que nadie hubiese sospechado que alguna vez existió alguna barba o bigote. El maquillaje fue cubriendo su rostro: cejas delineadas, labios rojos carmesí, grandes pestañas postizas, mucha base y color sobre la piel. Retocó sus uñas postizas. Hoy se pondría el vestido verde de dos piezas y falda corta, ese que lo hacia parecer secretaria ejecutiva. Pantys vino tinto, zapatos y bolsa grises. Peluca: ¿negra, rubia o pelirroja? Negra. Un poco de perfume y ya estaba listo. “Eel soldadito me dijo que volvería a pasar hoy por el bar. De seguro quedó enamorado. ¡Ah! También van los buscadores de talentos. Bueno, eso me dijo La Moños. Ella nunca miente. De seguro que me eligen para algo bueno, con el talento que tengo. Hay si mija, a ver si sales de este barrio horroroso. Tu naciste pa’ cosas mejores”. Todo eso iba pensando mientras bajaba las escaleras del barrio.

-Buenos días Doña Leticia. ¿Cómo sigue su hijo? ¿Mejor? Me alegro. Me le da un beso.
-Hay no niño, deja el fastidio. Que no tengo dinero. Estay tan pelada como tú.
-¡Aaaaahhh! ¡Desgraciado! Anda a pellizcarle las nalgas a tu mujer y claro que son verdaderas.
-Buenas, buenas doña Martita. ¿Cómo siguen esos dolores de reuma? Me alegro que ya este mejor. Si, si, yendo pa’l trabajo. Si, todo bien, gracias a Dios. Amen.

De repente un tiroteo. Gritos. Gente corriendo. Y el cuerpo de Manuela rueda por las escaleras. Mientras va dando vueltas piensa: “Maldición, ya me jodí, ahora si que nunca saldré de este puto lugar”. La peluca quedó en el escalón 12. La cartera Gucci de imitación en el escalón 25, el zapato izquierdo en el 33 y el cuerpo en el 55. No había sangre. Ninguna bala lo tocó. Simplemente se torció el pie derecho, no pudo mantener el equilibrio y se cayó. Vueltas, golpes, gritos, recuerdos, maldiciones, lagrimas y en el escalón 54 se rompió el cuello.

-¡Matías! ¡Matías!
-¿Si, mama?
-¿Qué quieres ser cuando seas grande?
-Quiero ser bailarina.
Fotografia: Google, texto: Haldar F. Savery