jueves, 31 de enero de 2008

PARTE 4 DE ALGO...


Bien sea por la casualidad del destino o por intervención divina, Ignacio entro a estudiar en la misma aula que Lorenzo. Y gracias a esa “divinidad” el desgraciado de Pedro también. Ignacio era un poco más alto que Lorenzo, un año mayor, blanco como la leche y cabello y ojos negros como el azabache. Siempre de muy buen humor, con una estupenda educación (provenía de una adinerada familia andina), muy amable, buen compañero y amigo. No era gay. Pedro era su antitesis. Ordinario, moreno, feo, gordo, mas alto de lo normal para su edad (era el chico mas alto del internado), sin educación (tendría familia?), y era gay. Hasta ese momento Lorenzo nunca había sentido atracción física por nadie, menos por alguien de su mismo sexo. Pero desde el primer día en que vio a Ignacio, algo dio vueltas en su estomago, incluso tuvo una erección. Una verdadera. Podría decirse que Ignacio era el chico más hermoso en el colegio, después de él. A partir de ese momento ambos fueron muy buenos amigos, amigos por el resto de los ocho años que les quedaban en el “Infierno del Corazón de Dios”, nombre con el que años después bautizaría Lorenzo al internado. Claro, también fueron ocho años de estar enamorado de Ignacio, amor que no era correspondido mas allá del cariño que se siente por un buen amigo. Algo dentro de si le decía que Ignacio era diferente, y que jamás lo llegaría a querer de la misma manera, por eso siempre mantuvo silencio y nunca le confesó a Ignacio el amor que sentía por él. Pero para aumentar su desgracia, Pedro si se enamoró de él. Incluso se hizo saber un día durante el recreo y en ese mismo momento, Lorenzo le dijo riendo irónicamente: “Yo no soy marico”; ironía que lo acompañará el resto de su vida. Pedro se convirtió en su primer enemigo, ya que desde ese instante le declararía una guerra sin cuartel que terminaría muy mal para los tres: Lorenzo, Ignacio y el mismo Pedro.

Poco a poco, las normas del buen padre Antonio fueron desapareciendo y cediendo terreno a las nuevas reglas del padre Patricio. Por ejemplo las horas de misa o las que se dedicaban a la oración o enseñanza religiosa fueron disminuyendo hasta quedar solo la misa del domingo por la mañana, mientras que los tiempos de recreo se hacían más largos, tiempos en los que aumentaron también los castigos y envíos a la dirección o a la nueva “sala de obediencia”. Ya nadie llevaba a cabo las “rondas” y menos en las noches. De esta forma todos los “lobos” podían moverse a sus anchas y hacer lo que les viniese en gana. Muchos estudiantes descubrieron su inclinación homosexual a partir de este momento, llegando incluso a disfrutar y a participar libremente de los encuentros sexuales con otros compañeros o con los curas. De ese grupo salió Eugenio, quien años después seria un “transfor” muy famoso por sus imitaciones de Ana Gabriel. Pero también hubo otro grupo que sufrió mucho del abuso por parte de otros compañeros más grandes o de algún cura. Si en la noche uno caminaba en dirección del colegio y de las habitaciones de los curas podía ver sombras que se movían por los jardines del patio, o escuchar gemidos tanto de placer como de dolor que provenían de las habitaciones, los baños o algún aula, y si era fin de mes y se pasaba de casualidad por el frente del auditorium, podía verse la bacanal en el escenario del teatro. Cuerpos desnudos, sudados, gimiendo de placer (en esta festividad solo podían participar los curas y los alumnos “aventajados”, no había espacio para ningún iniciado o niño remilgado), echados en el suelo del escenario, sobre las butacas, detrás de las cortinas. Se formaban grupos. Cuerpos que gozaban penetraciones dobles, que cambiaban de posiciones rápidamente, cuerpos de jóvenes adonis y de viejos gastados. Sobrevivir a estas depravaciones y salir victorioso y lograr graduarse sin haber sido tocado era algo difícil de alcanzar. Por supuesto que nadie más allá de los muros del “Amoroso Corazón de Dios” se enteraba de la agonía que sufrían muchos en su interior. Y el buen padre Antonio moriría sin enterarse jamás de estas atrocidades.

PARA ULISES....



La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.


Pedro Salinas (1891 – 1951)

miércoles, 30 de enero de 2008

Paris, 2007

QUERIDOS LECTORES...


...esto es para los que estan siguiendo la historia de "Lorenzo", se que estan esperando la continuacion, pero deben tener paciencia. Mi trabajo a veces no me permite tener el tiempo suficiente que desearia para dedicarme solo a escribir, pero espero que para finales de esta semana puedan continuar leyendome en la siguiente parte de "Algo...". Gracias

martes, 29 de enero de 2008

SIN TITULO


“Hay una alegría extraña en saber que aún podemos estar tristes. Significa, entre otras cosas, que no estamos perdidos”.

Ausencias. Buzón de tiempo
Mario Benedetti.



Mis manos se encuentran solitarias, tristes;
por que ya no te acarician, no te tocan.
Solo les queda el recuerdo de tu piel
y tu calor.
Esas manos que ya tenían la costumbre
de recorrer tu pecho,
acariciar tus piernas y explorar tus nalgas,
como quien sube a una bella colina.
Manos que disfrutaban el calor de tu sexo
y la suavidad de tu espalda.
Hoy, esas manos, están vacías,
consolándose apenas
con el recuerdo
de tu no presencia.



XXV Oct. 01

miércoles, 23 de enero de 2008

Un videito...

Un videito:

PARTE 3 DE ALGO...

Decidió moverse hacia donde “sombra” estaba sentado. A medida que se acercaba pudo ver mejor su rostro. Grandes ojos azules, piel tan blanca como la porcelana y el cabello formado por una espesa maleza de rizos color oro. Su perfil le recordó al de las estatuas de los dioses del periodo griego helenístico, las cuales había visto en un museo en algún lugar del mundo. “Hola, soy Lorenzo. ¿Cómo estás?”. Sombra se tomo su tiempo para responder. Primero apago su Marlboro Light y luego sonrió. “Ejele! Todo bien. Soy Tobías. Mucho gusto”. Y le extendió la mano para saludarlo. En ese momento Sombra se convirtió en Tobías. Lorenzo no podía dejar de ver su cara y el “bulto” que se formaba en medio de sus piernas. “Eeeeeeehh, mucho gusto.”, respondió. Tobías lo invitó a compartir la mesa y él, y sin dudarlo dos veces, aceptó. Hablaron un buen rato, de todo y de nada, sobre la vida en general: Tobías tenía 26 años; el trabajo, la profesión: Tobías era arquitecto, etc. Mientras hablaban Tobías reía mostrando una sonrisa que tenía a Lorenzo en un estado de estupidez absoluta. Por debajo de la mesa sus piernas se rozaban, simulando un baile. Repentinamente Tobías se levanto y dijo: “Bueno Lorenzo, salgamos de aquí, vamos a otro lado”. Debía medir dos metros más o menos. Su jean se ajustaba a su cuerpo y dejaba ver unas piernas muy bien formadas y unas nalgas que serian la envidia hasta de los dioses helenísticos. Su camisa abierta unos tres botones dejaba ver un pecho cubierto de un vello dorado como su cabello. “Bingo”, se decía Lorenzo, “esta noche me gané el premio gordo, por fin alguien que valga la pena después de tanto tiempo”. Y “tanto tiempo” había sido aproximadamente unos siete años, época en que se separó de Beto, su primera, única y última pareja verdadera. Desde entonces su vida había transcurrido desde cuerpos de una sola noche a relaciones de no más de una semana, especialmente con tipos clase “C”, como él mismo los denominaba. Personas, que según él, no podían llenar el vació que, tanto física como intelectualmente, había dejado Beto. Generalmente eran “tipos” poco atractivos, a veces con problemas de alcoholismo, otras con serios problemas de drogas. Muchas veces violentos. No fueron pocos los momentos en que se despertara golpeado en su propia cama, o amaneciera en cualquier entrada de un edificio, aún medio borracho o perdiera el conocimiento a causa de alguna droga. Como consuelo, se decía que lo había probado todo en la vida: todos los alcoholes existentes, desde el más fino champán hasta perfume para bebés, o desde la marihuana hasta la droga más dura existente en el mercado, o desde sexo suave y casi idílico hasta el sadomasoquismo. Incluso lo habían “cogido por el culo”, cosa que no le gustaba mucho, y muchos culos se había cogido. A pesar de este intenso historial, Lorenzo aun permanecía sumamente atractivo a sus treinta. Ambos salieron del “Gato Rojo” y desde la puerta Lorenzo le grito a Ramiro, quien se había dormido sobre la barra: “¡Cariño, hora de cerrar el antro!”. Se besaron rápidamente y se subieron al auto de Beto, comenzando un recorrido sin destino por la ciudad. Eran las dos y media de la madrugada.

Los primeros cuatro años en el internado “Amoroso Corazón de Dios” pasaron prácticamente sin ninguna novedad. Aparte de una que otra pequeña pelea de patio que un regaño del buen padre Antonio no resolviera, esos años pasaron entre estudios, misas, televisión, partidos de fútbol y buenos compañeros. Incluso llego a olvidar el incidente del día en que fue arrastrado al salir de la escuela y la muerte de su abuela era apenas un recuerdo lejano. El padre Antonio tendría unos 60 años y era el director del internado. Se oponía rotundamente a los castigos físicos y violentos que eran comunes en lugares como ese. Partía del hecho que con amor y palabras se podía domar el corazón de los chicos rebeldes del internado. Trataba de evitar que los estudiantes permanecieran a solas con alguno de los curas que impartían clases. En esa norma era muy estricto y para hacerla cumplir generalmente se lo podía ver haciendo “rondas” continuas por los salones, pasillos, dormitorios y baños, especialmente en altas horas de la noche. Él sabía en carne propia las cosas “perversas” que el demonio podía hacer que pasaran en un lugar donde solo coexistían hombres. Como se enteró Lorenzo mucho tiempo después, al asistir al funeral del padre, este había sido abusado sexualmente varias veces cuando estudiaba en el seminario. Así pasaron esos cuatro años, en esa perfecta calma mantenida rigurosamente por el emisario divino: el padre Antonio, quien había logrado mantener a raya a los lobos ávidos de carne fresca. Pero como es sabido, en este puto universo las cosas buenas no duran por siempre, así que ese paraíso llego a su final un día. El padre Antonio enfermó gravemente y no pudo seguir haciéndose cargo del internado, función que vino a ejercer el padre Patricio. Y con la llegada del padre Patricio al trono también llegaron los cambios y llegaron también alumnos nuevos de un internado que se había quemado en otra ciudad cercana a Mérida. Entre el nuevo contingente de alumnos vale la pena destacar a dos: Ignacio, de la misma edad que Lorenzo y prácticamente un santo, o mejor dicho un santo de corazón gay, y Pedro, un verdadero coño de su madre, que terminaría armando una alianza con el padre Patricio.

Beto. Beto había sido su ángel de la guarda, según palabras del propio Lorenzo. Se conocieron hacia siete años en la universidad, cuando Lorenzo estudiaba Historia del Arte y Beto Arquitectura. Ambos habían asistido a una fiesta universitaria, de esas a las que va medio mundo. Para esa época a Lorenzo se lo podría haber calificado de “antisocial”, ya que su círculo de amistades se resumía a uno: Rolo, al cual a veces hasta él mismo le sacaba el culo por pensar que era un “fastidioso de mierda lameculos”. Ese día pudo escapársele a Rolo y se fue a la fiesta. Había cientos de personas, de los cuales a la mayoría nunca los había visto. Uno que otro compañero de clases, ninguno con quien valiese la pena perder el tiempo hablando. Así que como pudo, llegó al bar improvisado y se compro una cerveza. “Cerveza, que asco. No se para que demonios me compré esta mierda si no soporto el sabor a sudor que tiene, me hubiese comprado una coca” se dijo. Se dedicó a caminar por entre la gente con el vaso de “sudor” en la mano. La gente reía a carcajadas, bebía, se besaba, fumaba o bailaba como si tuviesen un ataque epiléptico. Él nunca aprendió a bailar, y para ese entonces no fumaba. En su caminata alguna que otra chica le sonreía y lo saludaba, alguna más atrevida le pasaba la mano por el pecho, para tratar de sentir sus músculos bien definidos a través de la franela y alguna otra le propinaba una nalgadita en sus nalgas apretadas y duras. Todo ese cuerpo gracias a miles de horas dedicadas al gimnasio. “Hay que cultivar también el cuerpo, no solo la mente”, se decía. También algún chico le guiñaba el ojo, pero el se hacia el que no se había dado cuenta. Llego un momento en que se fastidio de estar allí. Botó la cerveza y emprendió una caminata a empujones entre la gente para poder salir de la fiesta. Ya estaba perdiendo la paciencia y se estaba poniendo de mal humor. Empezó a sudar a chorros y ya no pudo moverse más. Estaba petrificado. En ese momento se dio cuenta que tenia fobia a los espacio llenos de gente, fuesen espacios abiertos o no. Una fobia mas sumada a sus otras fobias: la de no soportar las cosas sucias y desordenadas y a la de tener asco de tocar el cabello de personas extrañas. Así que allí estaba, petrificado, rodeado por cientos de personas desconocidas, sin saber a quien pedirle ayuda para que lo sacara de ese lugar. Lo empujaban, le daban codazos, lo insultaban. Sentía que en cualquier momento podía desmayarse. Pero repentinamente una mano le sujeto la suya y lo rescato de aquel océano de cuerpos en el que se estaba ahogando. Era Beto. Su ángel de la guarda.

-¿Dónde vives?-, pregunto Tobías mientras manejaba con una mano y con la otra le sujetaba la suya.
-En La California Norte-, contestó.
-Vaya, mira que estabas lejos. Venir desde allá hasta la avenida Baralt..
-La verdad si, un poco lejos. ¿Y tú? ¿Acaso vives cerca del “Gato Rojo”?
-Uhmmmm, si y no-, dijo riéndose.
-Ok Señor Misterio, ¿Dónde me lleva?
-Quiero bailar, vayamos a “59”.
-Bueeeee…, te advierto que no se bailar.
-No importa, igual vas a bailar conmigo.
A las tres y media ya estaban entrando a “59”, la más nueva disco gay en el este de Caracas. Un lugar muy exclusivo al que no podía entrar cualquiera. En el estacionamiento había toda una exposición de los autos más caros del mercado y en la entrada la gente se aglomeraba tratando de entrar. Mucha gente linda, la mayoría hombres, algunas mujeres. Tobías lo guió tomado de la mano entre las personas hasta llegar a la puerta. Allí saludo al portero, un negro corpulento de unos dos metros, vestido de látex negro ceñido al cuerpo que dejaba ver toda la dimensión de su inmensa virilidad. Este los dejo pasar sin problemas. Como supo luego Lorenzo, Tobías era el dueño de aquel lugar. Como también era dueño de la empresa constructora que levanto “59”. Aquel lugar había sido su proyecto universitario hecho realidad. Realmente era espectacular: tres pistas de baile, una en cada nivel; los mejores DJ’s, así que la mejor música, los mejores cuerpos masculinos y femeninos de la ciudad eran los barman y los bailares en las jaulas, tecnología de punta para el sonido, un sauna y por supuesto un cuarto oscuro. Era la disco más grande del país. Pero su estado de asombro desapareció súbitamente cuando recordó que había dejado su auto estacionado fuera del “Gato Rojo” y que dentro había dejado unas dos bolsitas de cocaína y algo de marihuana que debía de usar como pago a un chulo desgraciado que se había tirado una vez y que supuestamente debía encontrar en el bar de Ramiro. Se puso nervioso porque sabia que el hijo de puta ese podía aparecerse en su casa buscando el pago y si no se lo daba, de seguro iba a terminar en golpes. Y a pesar de que “Chulo” era toda mujer en la cama, se volvía muy violento cuando no obtenía lo que quería, ya una vez termino en el hospital cuando “Chulo” le partió una silla en el brazo y se lo fracturó. Pensó en decirle a Tobías que debía irse, pero no dijo nada, no quería perder ese trofeo.

martes, 22 de enero de 2008

INTO YOUR EYES



Preciso que me digan algo mágico
o al menos placentero

Mario Benedetti




Hoy me siento solo
hoy me siento viejo
hoy me siento perdido
como un alfiler en un piso de granito

¿Dónde está sentado Dios?
quizá Él no sabe donde estoy yo
quizá por pura coincidencia,
yo tampoco estoy

Hoy el azul ya no es azul
hoy el amarillo perdió su significado
hoy estoy totalmente convencido
de no saber las respuestas de la vida

¿Dónde estás tu?
necesito verte
por lo menos una vez más

Necesito perderme en tu mirada...


XII jul. 2002

lunes, 21 de enero de 2008

PARTE 2 DE ALGO...


Lolo se levanto y empezó a caminar a la casa de su abuela, con quien vivía. Tomo los senderos solitarios y las calles por donde no transitaba nadie, a pesar de que el camino se le hiciese mas largo. No quería que ninguna de las viejas chismosas del pueblo lo viesen. Ya había dejado de llover cuando llego a casa. Estaba mojado, lleno de barro y golpeado. Su ojo derecho casi no se veía a causa de la inflamacion. Entro sigilosamente y subió las escaleras hasta su habitación. Cuando paso frente a la de su abuela, vio que ella estaba acostada. Pensó que dormía. Ya en su cuarto se quito la ropa y tomo una ducha por un buen rato. Lloro y sus lágrimas se disolvieron con el agua de la regadera. Se acostó desnudo, casi mojado y se durmió.

Un fuerte golpe despertó súbitamente a Lorenzo. Aun llovía. Hacia frío. "Que fastidio con este invierno tan largo", pensó. Se levanto y se dio cuenta de la fuerte erección que se traía entre las piernas. Deseo masturbarse frente al espejo de cuerpo entero, según norma establecida para los momentos de soledad, y se fue al baño. Pero todo deseo de autoplacer desapareció al ver la camisa llena de sangre sobre el suelo. Entonces recordó. Recordó haberse despertado en la mañana tirado en el suelo, adolorido. Recordó la noche anterior. Viernes en la noche y como de costumbre había salido a "dar una vuelta". Eran alrededor a de las doce. Buena hora para empezar la noche. Fue al bar "Gato Rojo". Tal vez se tomaria allí un par de cervezas para entrar en calor, y hablar un rato con algún conocido o con Ramiro, el barman, antes de ir a algun otro lugar de emociones mas intensas. Llego al "Gato Rojo" a eso de las doce y media. No había casi nadie. Un par de chicos muy jóvenes devorandose a besos en un sofá en la esquina. Un viejo gordo con cara de cerdo, con los ojos pequeños casi cerrados, se tambaleaba al final de la barra. Estaba casi borracho. Al fondo en la penumbra había una sombra, no se veía de quien. Fumaba. Y por supuesto Ramiro, quien veía la lucha libre en el televisor del bar con cara de aburrimiento. "Epa Ramiro!", lo saludo. "Como que esta floja la noche?". Ramiro solo levanto la cabeza para responder el saludo. Pidió una Heineken y se sentó en la barra. Los chicos del sofá se levantaron y salieron riendo, agarrados de la mano. "Muy afeminados para mi gusto, descartados", pensó. El viejo roncaba y babeaba sobre la barra, y nunca fue una posibilidad. Así que solo quedaba "la sombra", nombre con que el que bautizo al hombre de la penumbra.

Ya era de noche cuando Lolo se despertó. Había un silencio profundo, de esos que te hacen silbar los oídos. Le pareció extraño que su abuela no lo despertara para la cena. Se puso un interior y se dirigió silenciosamente a la habitación de su abuela. Ella seguía en la cama, la misma posición y el mismo vestido. "Abuela", dijo. Silencio. "Abuela, estas bien?". Nada. Se acerco y le tomo la mano. Estaba fría. Un frío que jamas había sentido. Entonces se acostó al lado del cuerpo rígido de su abuela y la abrazo fuertemente. Así permanecio hasta el amanecer. Al final de esa mañana su abuela ya estaba bajo tierra en el cementerio. Todo fue muy rápido. La vecina que siempre venia a cualquier cosa, léase chisme; los gritos, mas vecinos, el cura de la iglesia, la policía, lágrimas de las vecinas, el cementerio, mas lágrimas, etc, etc, etc. Lolo no lloro ni un lágrima. La gente en el cementerio murmuraba que como era posible que no llorara a su abuela, la que se había ocupado de el desde que tenia un año, cuando sus padres murieron. Al final entre el párroco, una vecina, el dueño del supermercado y el jefe de la policía, desidieron su futuro: enviarlo a un colegio internado en la ciudad. Era un colegio de curas, así nadie tendría que pagar nada. "Los curas se harán cargo de el por nada", dijo el párroco. Así, que al siguiente día ya iba rumbo a 12 años de "presidio". Doce años que formaría su carácter y su inclinación sexual.

viernes, 18 de enero de 2008

PARTE 1 DE ALGO....


Allí estaba, sobre el suelo. No recordaba nada. Solo sentía un fuerte dolor de cabeza. Podía reconocer el techo, es el mismo que ha visto durante años, ocho quizás. Las mismas marcas, aquellas con las que jugaba para crear imagenes irreales en los momento de aburrimiento tirado sobre la cama. Si, esa era su habitación. En la esquina seguía la ropa sucia amontonada, esperando el fin de semana para ser lavada. Intento ponerse en pie y en ese primer intento no pudo. Todo su cuerpo estaba adolorido. Recordó una vez cuando estaba en la escuela, tenia 8 años, ahora tiene 30; que un grupo de chicos, eran cinco, mayores que él, 16 o 17 tal vez, lo agarraron al salir del colegio y lo arrastraron hasta un pequeño descampado por donde no pasaba nadie. Allí, mientras dos lo sujetaban, los otros lo golpeaban. Casi perdió el conocimiento. Lo arrojaron boca abajo al suelo y le arrancaron los pantalones, ellos se bajaron los suyos hasta las rodillas, dispuestos a empezar el "festín de la carne". Miro hacia ellos y vio que estaban excitados. Justo en ese momento todo el miedo y el dolor desaparecieron repentinamente, incluso sintió algo, que en ese momento no supo que era, pero no se sentía mal. Pero sorpresivamente comenzo a caer un chaparron de agua. Los chicos se levantaron los pantalones y huyeron corriendo, mientras su risotadas se perdían en medio de la lluvia. Lorenzo, o Lolo, como le decía su abuela, quedo tirado allí, mojado, semi desnudo, con la cara contra la tierra, salpicado de barro. Nunca había visto la lluvia caer al ras del suelo. Y fue la lluvia que lo trajo de regreso al presente, a visión del techo y del cuerpo adolorido.


Se levanto y tambaleándose llego al baño. Se miro al espejo y para su sorpresa, su camisa estaba manchada de sangre. Se la quito rápidamente, pensando que estaba herido, pero no. Reviso cuidadosamente su delgado cuerpo frente al espejo, buscando aunque fuese un rasguño. Pero nada, no había nada. No sabia que había pasado, ni de quien era la sangre. Decidió tomar una ducha y dormir un rato y luego tratar de recordar que había pasado. Se acostó desnudo, casi mojado, y se durmió. Seguía lloviendo.


jueves, 17 de enero de 2008

Un poema, pa' empezar...

Escribir. Papeles con olor a piel, tinta sedosa como el alma.
Escribirte poemas en las paredes para que cubran tu ser,
o en el piso para que las palabras queden en tus pies.
Quiero escribir sobre tu cuerpo,
plasmar las salidas de la luna en tu pecho,
el soplo del viento en tus axilas.
Escribir la esperanza en tu cuello y
mi deseo en tu sexo.
Hablar de mi amor sobre tus glúteos, de la ternura en tus muslos y
tu amor en la palma de tus manos..
Que haya tinta negra y azul en tu espalda, roja en tus pies,
amarilla en tu abdomen.
Escribir con tinta para que luego el agua borre
las palabras y solo quede el recuerdo.
O palabras de miel para borrarlas yo
y quede solo el deseo.


XXV mar. 2003