viernes, 25 de abril de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO (III)

III
A las seis de la mañana sonó el despertador de mi reloj. Hacia frío y aún estaba oscuro. Siempre tarda en amanecer en el páramo. Me levanté envuelto en una gruesa cobija de lana de oveja y me asomé por la ventana. Afuera había mucha neblina, apenas se podía ver mas allá de unos tres o cuatro metros. Esperaba que la niebla se levantara mas tarde, para cuando fuera a encontrarme con Tomas. Y para ser sincero, ese asunto de los duendes realmente me llamaba la atención y todo aquello de que eran puras boberías las había dicho solo para no parecer un tonto. De corazón esperaba poder ver alguno. Recordé un libro sobre Gnomos que me regaló mi papá hace algún tiempo. Hablaba de los diferentes tipos que existían, de cómo vivían y sus costumbres. También sabia, porque mi abuela me había contado, que en los andes había una larga tradición de historias sobre duendes, hadas, brujas y espíritus que viven en los lagos y ríos. Claro, suponía que no debían parecerse a los del libro, ya que esos eran de otros lugares, como Irlanda o Inglaterra. Así, con esa expectativa comencé a preparar mi mochila: puse un suéter, una brújula que me había traído de Caracas, un cuaderno de notas, algunos lápices, una estampita de la Virgen del Valle que me había dado mi mamá, un libro que compré en una feria de libros unos días antes de venirme (era la historia de un chico de unos 120 Kg. que se enamora de una modelo de una revista Cosmopolitan) y que apenas había empezado a leer y mi cámara. Ya mi abuela se había levantado hace rato, pues el olor a desayuno ya llegaba a mi habitación. Me lavé la cara y los dientes, me vestí y baje corriendo las escaleras.

-¡Buenos días Abue!
-¡Buenos días! Vaya, que madrugador. ¿Por qué no vuelves a la cama hasta que este listo el desayuno?- dijo mientras seguía en sus labores.
-No puedo, debo ir a la cassss……- Casi metía la pata y le decía que iba a donde me dijo que no fuera.-¿A dónde vas?-Hummmmm, bueno, a dar una vuelta por acá y a tomar unas fotos. No tengo fotos de neblinas.- Le dije mientras apretaba los dedos de los pies en los zapatos esperando que no se diera vuelta y descubriera mi mentira.
-¿La neblina? Si, es muy bonita pero traicionera. Tomate por lo menos el chocolate caliente y pon unas arepas en el morral por si te da hambre. Anda, siéntate un momento.- Y se sentó acercándome una taza de chocolate caliente.

Me senté y me contó sobre lo peligroso que es la neblina cuando no se conocen los alrededores y de cómo muchas personas se han perdido y mas nunca han vuelto a aparecer, incluso gente experimentada de la zona.

-Si mijo, mucha gente de por aquí se ha perdido. La neblina es traicionera. Los demás creen que se han muerto, pero siguen por allí, vagando por los valles y colinas, escondiéndose detrás de los árboles y rocas, en las vueltas de los caminos, en los lagos y ríos, y si no andas alerta, traen la neblina y te llevan con ellos.- Y su mirada se volvió perdida, como buscando un lejano recuerdo en su memoria.
-¿Son como fantasmas?- Pregunté mientras terminaba mi chocolate.
-No, no. Porque no están en este mundo ni en el otro. Solo vagan por allí, solitarios, tristes.
-Bueno Abue, ya me voy, nos vemos al rato- Tome mis cosas, le di un beso y salí.

Mientras la puerta se cerraba detrás de mi, alcancé a escuchar que decía: “Pobre Tomas…” No logre escuchar lo demás y no quise devolverme. Tal vez era otro Tomas. En fin, no le hice mucho caso y emprendí mi camino entre la niebla. Tomé una rama gruesa y larga para que me sirviera de guía. Alcancé la pared de piedra y la salté. No había vacas del otro lado. Ni una. Llegué hasta el basamento de piedra de la casa pero Tomas no estaba allí como habíamos acordado. Pensé que a lo mejor era muy temprano y que tendría que esperar. Levanté el banquillo y me senté a esperar. Habría pasado una media hora y seguía allí solo. Entonces se me ocurrió volver a asomarme por la ventana. Me subí al banco y lentamente me fui asomando. Adentro estaba muy oscuro. Ni una sola fuente de luz. Era extraño. Al fondo en el rincón pude divisar la forma del sillón y me pareció ver la silueta del señor Leoncio. Y justo en ese momento volví a caer al suelo.

-Jajajajajajaja- Tomas rió con todas sus fuerzas, tanto que me pareció que la risa venía de todas partes del valle.
-¡Ey! No vuelvas a hacer eso.- Le grité en tono molesto y aún con el corazón saltando del susto.
-¿Listo? Vamos.
-Si, vamos.

Emprendimos el camino hacia la colina. Tomas no traía mochila y vestía con la misma ropa del día anterior. Parecía conocer muy bien el valle y sus senderos, ya que a pesar de la densa niebla parecía saber donde estaba cada piedra del camino. A medida que subíamos por la colina, la cual ahora se me hacia más alta, la niebla se iba quedando abajo en el valle y podíamos ver el cielo azul. Por fin llegamos a la cima. Apenas podía respirar, estaba cansado y muerto de hambre. Abajo quedó el valle sumergido en la niebla y del otro lado estaba el ansiado bosque. Nos sentamos un momento en la hierba.

-¿Quieres una arepa? Tienen queso.- Le dije a la vez que le ofrecía una.
-No gracias. No se las coma todas, recuerde dejar unas para cuando estemos en el bosque.- Respondió dándome una palmadita en la espalda.
-Si claro, para los duendes.
-Hay mucho movimiento hoy allá abajo- Y señaló hacia el bosque.
-¿En serio? No veo nada.- Traté de agudizar mi vista pero solo alcance a ver un pájaro que salió volando de algún árbol, si es que era un pájaro.
-Sigamos.

Nos levantamos y comenzamos a bajar la colina. Abajo nos esperaba un valle y luego el bosque. Este estaba como a quinientos metros, pero parecía que nunca íbamos a llegar. Caminamos largo rato. Ya la mochila se me hacia pesada y me provocaba dejarla por el camino. Empezó a soplar una brisa fría que me cortaba la cara. Recordé un libro que había leído, en el que el protagonista tenía que andar a pie largas distancias cargando algo muy pesado, no recordaba que era, tal vez era una mochila como la mía; y para no cansarse, el protagonista dejaba de pensar en el peso y se dedicaba a pensar en cosas agradables y así su carga se hacia ligera. Entonces empecé a recordar cosas de Caracas. Los domingos en el cine, las visitas a los zoológicos, los videos juegos, el ipod que quería que el Niño Jesús me trajera para navidad, y así sucesivamente. Los recuerdos y los pensamientos se fueron agolpando a una velocidad increíble en mi cabeza que deje de pensar en mi morral. Funcionó.

2 comentarios:

Fabián Aimar (faBio) dijo...

qué maravillosa forma de narrar y escribir!
envidiable! que talento tienes tio
saludos

Diego Flannery dijo...

Waw!!! Mientras va pensando en otras cosas, se va desconectando de la realidad del páramo para meterse lentamente en la realidad del bosque encantado. "pobre Tomás..." ,¿a qué se refería la abuela? ¿sería Tomás, uno de los perdidos en la neblina; un guía para los duendes de los andes?...me corrió un esacalofrío Haldar.
Voy dejando señales en el camino, por las dudas. Abrazos