domingo, 16 de noviembre de 2008

Eloisa (parte 2)




Afortunadamente el montón de ropa sucia y sábanas por lavar amortiguaron la caída, pero eso no impidió que su vestido francés, el cual su madre acababa de comprar el día anterior en la tienda de importaciones finas de Don Genaro, se rasgara y que el lazo de tafetán negro quedara guindado en una de las cañas. Por más que saltó y saltó no pudo alcanzarlo. Debía volver a la casa antes de que su madre notara su ausencia.  Así que desistió de su intento por recuperar la cinta y corrió entre los pozos de agua sucia, entre las gallinas, entre las hojas secas, por el pasillo y por el segundo patio hasta llegar a la cocina. Entró corriendo y abrazó a Josefa. Inmediatamente el llanto y las lágrimas escaparon como una tormenta repentina de verano. Lloraba por miedo a que su madre la hubiese visto en el tejado, por miedo al regaño al haber dañado el vestido y por rabia, al no poder entender porque el padre Manolo besaba a su madre.

 -¡Niña! ¡Niña!, ¿qué le pasó?, mire su vestido, esta todo sucio y roto. ¿Qué le pasó? Seguro fue el mono ese de la señora Tomasa, esa manía de esta’ teniendo animales salvajes en las casas- decía Josefa tratando de entender que había pasado.

-No, no fue Panchito-sollozaba Eloisa.

-A ver, a ver, ¿qué es todo este ruido?-pregunto Teresita quien venía del cuarto de la alacena con unos frascos de membrillos en almíbar, los cuales había preparado la noche anterior. Eloisa corrió hasta ella y la abrazó.

-Puej, que voy a sabe’ yo. A la niña que no se que bicho la picó. Esta hecha un manojo de llanto. ¡Pa’ mi que fue el animalejo ese!

-Venga mi niña, siéntese acá y beba un poco de esta agüita de tilo para que se calme y pueda contarme qué le pasó. Josefa, este pendiente si la señora viene.

-‘ta bien, ‘ta bien.

-Bueno, a ver, cuéntele a Teresita que fue lo que pasó. ¿Fue el mono de Doña Tomasa? Ese animal siempre busca la manera de como escaparse y luego andar fastidiando a los vecinos.

-No Teresita, no fue Panchito. Es que…, bueno…, es que me subí al muro para ver los pavos reales que el señor Joaquín le regaló a su esposa y cuando…, cuando me iba a bajar me resbalé y el techo de la enramada se rompió y me caí- sollozaba de nuevo. –Y ahora mami me va a regañar por dañar el vestido.

-¡Por las lágrimas benditas de Santa Berenice!, niña, se pudo haber matao. Ya con una muerta en la casa esta bien, como pa’ tene’ otra.

-Josefa, deje de decir tonterías y lleve a Eloisa a su cuarto. Ayúdela a quitarse esa ropa y me la trae sin que nadie se de cuenta. La limpia y la acuesta. Yo mientras voy preparándole un tesito de manzanilla, para que se quede dormida.

-Si seño. Vamos mi niña, andansito- dijo Josefa mientras caminaba abrazada a Eloisa, como una madre que acurruca a un hijo.

-Eloisa, no se preocupe. Si su madre pregunta, usted se fue a dormir porque se sentía mal con todo esto del velorio. Y usted Josefa, a callar. Si abre la boca le quemo la lengua con un tizón del fogón- y empezó a colocar las flores de manzanilla en el agua hirviendo, junto con unas de tilo, pasiflora y valeriana. Teresita cultivaba varias hierbas medicinales y otras para uso en la cocina en un pequeño huerto en el corral. Junto con las manzanillas, tilos, malojillos, cola de caballo crecían las cebollas, cebollines, albahaca, romero, por mencionar algunos.

Mientras, en el corredor las personas ya se estaban preparando para irse al cementerio. Los encargados de la casa funeraria ya habían llegado y colocado el cuerpo de Doña Clotilde en el ataúd y hacían lo imposible por cargarlo. Parecía que este pesaba toneladas y fue necesaria la fuerza de diez hombres para poder levantar el ataúd y llevarlo al carro fúnebre. “¡Dios Santísimo!, parece que la difunta no quiere irse”, comentó una de las mujeres mientras se persignaba. En ese momento un viento helado recorrió toda la casa, entrando por el portón y saliendo por el corral. Todos los invitados murmuraron algo, unos se persignaron, otros miraron al cielo. En la cocina, Teresita rezó silenciosamente un Padre Nuestro. Hortensia aprovecho el momento y fue a la cocina.

-¡Eloisa!¡Eloisa!, ya me voy al cementerio.

-Señora, la niña se fue a la cama porque no se sentía bien. Creo que todo esto del velorio la indispuso. Le estoy preparando un tesito para que se tranquilice- comentó Teresita.

-Voy a verla, sírvamelo que yo se lo llevo. ¿Dónde esta Josefa?

En ese momento venía entrando Josefa con el vestido en la mano. Cuando vio a Hortensia parada de espalda a la puerta se quedó paralizada. Debía pensar rápidamente que hacer con el vestido antes de que la señora se diera la vuelta. Entonces, con un movimiento de agilidad, arrojó el vestido debajo de la mesa del comedor.

-Allí esta. Pero, ¿qué le pasa? Está pálida muchacha, ni que hubiese visto un fantasma o ¿acaso también esta enferma por lo del velorio?

-No mi señora, pa’ na’, es solo cansancio y ese frío que empezó a hace’ de repente.

-Bueno, bueno. Ya me tengo ir. Paso al cuarto de Eloisa y después me voy al cementerio. Josefa, llévele el té después que yo salga y cerciórese que se arrope, no vaya a agarrar un resfriado con este bajón de temperatura.

-Si señora.

-Teresita, no le ponga la tranca al portón. Solo échele llave al anteportón, yo me llevo las llaves. No se a que hora iré a regresar, tal vez sea tarde, así que no me esperen despiertas. Cuando lleguemos al cementerio le digo a Pedro que se regrese para que no estén solas. Ya el padre manolo se ofreció a traerme de vuelta  a la casa. Josefa, búsqueme el abrigo en mi habitación y me espera en la puerta. Si quieren, váyanse a descansar y mañana recogen las tazas y los pocillos.

-Como usted diga señora Hortensia- dijo Teresita.

Hortensia echó una última mirada a toda la cocina y a las dos mujeres que estaban allí paradas frente a ella y salió con pasos firmes en dirección al cuarto de Eloisa. Abrió cuidadosamente la puerta y se acercó hasta la cama. Eloisa estaba arropada hasta el cuello. Silenciosamente rezaba por que su madre no se diera cuenta que el vestido no estaba sobre el perchero.

-Bueno cariño, ya tengo que irme a llevar a tu abuela al cementerio. Teresita me dijo que no te sentías bien- dijo mientras se sentaba al borde de la cama y pasaba su mano por el cabello de Eloisa.

-No mami.

-Tranquila. Todo va a estar bien, en un ratino Josefa te trae un tecito para que duermas. Duérmete y ya hablamos mañana. Descansa- besó a Eloisa en la frente y se marchó.

Josefa le llevó la infusión a Eloisa y la dejó en la mesita de noche al lado de la cama. Teresita cerró el portón pero sin colocar la tranca y cerró con llaves el anteportón. Josefa recogió las tazas y los pocillos, no quería dejarlos regados por allí hasta el día siguiente. “Ya los fregaré mañana”, pensó. Y así, poco a poco, la noche y el silencio fueron cayendo como una manta de seda sobre la casa. El frío no se fue. En su cuarto, Eloisa no podía dormir a pesar de haberse tomado el “bebedizo” que Teresita le había preparado. El silencio era interrumpido solamente por el tic-tac del despertador en la mesita de noche. Pero repentinamente hasta el sonido del reloj se detuvo. Ahora todo era un silencio tan profundo que hasta podías sentir un pitido dentro de los oídos.

Eloisa estaba arropada hasta la cabeza pero con los ojos bien abiertos. Trataba de escuchar algo que le indicara que no estaba sola en toda la casa. Y era tanto su deseo por escuchar algo que comenzó a oír una música. Era un bolero. “¿Quien habrá encendido la radio?”, se dijo. Se levantó de la cama, envuelta en la cobija, y caminó hacia la puerta. Pegó su oreja a la puerta para escuchar mejor. Si había música afuera. Entreabrió cautelosamente la puerta y se asomó. No había ninguna luz encendida y todo estaba iluminado solo por la blancuzca luz de la luna llena, la cual estaba guindada como una gran lámpara encima del patio interior. Salió del cuarto y fue al corredor. No había nadie, solo sombras y la música. Fue entonces al salón y toco la puerta antes de entrar, esperando que alguien le respondiera. Parecía que la música provenía de allí. Entreabrió la puerta y dijo: “¿Mami?”.  No hubo respuesta. Terminó de abrir y entró. Vacío totalmente. Encendió la luz, dejó la cobija sobre el sofá de terciopelo vino tinto y caminó hasta el radio. Estaba apagado. Pero seguía escuchando la música. Salió del salón. El sonido provenía de la habitación donde habían velado a su abuela. Anteriormente ese cuarto fue el estudio de su padre y había permanecido así, incluso después de la muerte de este, hasta la llegada de su abuela enferma, cuando entonces todos los muebles fueron llevados al cuarto de los trastes al fondo de la casa. Recordó muy bien que allí hubo un gran escritorio de caoba con patas talladas en forma de garras de león. Sobre este, un gran vidrio lo cubría en su totalidad. Debajo del vidrio un fieltro color verde y entre ambos, como atrapadas en una pecera, fotografías de ella y de sus hermanos. Un gran portarretratos con una foto de la boda de él y su madre, una maquina de escribir “Underwood”, libros, papeles y estilográficas. También un enorme librero que llegaba al techo con cientos de libros escritos en español, francés, italiano y alemán, los idiomas que su padre mejor dominaba. Un radiopicó RCA estaba en un rincón con una colección de discos. Lo único que permanecía allí era el enorme y pesado armario, ahora vacío, pero que en época de su padre, estuvo lleno de recuerdos de sus viajes. Podían encontrarse mapas de infinidad de países, muchos de los cuales ella jamás había oído nombrar, libros extraños con ilustraciones de enormes monstruos marinos que se tragaban barcos enteros de un solo bocado, frascos con especimenes que no se conocían por estas tierras, lanzas de bravíos guerreros de lugares desérticos, infinidad de insectos en hermosas y labradas cajas de madera, una cabeza reducida de un hombre santo y cientos de objetos mas. Ese había sido el armario de muchas historias imaginadas por ella o contadas por su padre. Pero ahora ya no había nada.

Eloisa se detuvo frente a la puerta y vio como la luz que salía por debajo de esta iluminaba sus pies descalzos. Dentro se escuchaba: “Sufro la inmensa pena de tu extravío / siento el dolor profundo de tu partida / y lloro sin que sepas que el llanto mío / tiene lágrimas negras, / tiene lágrimas negras, / como mi vida”. Era un bolero que alguna vez ella escuchó cantar por su padre cuando  vivía. Colocó la mano en el picaporte, respiró profundo y de un golpe abrió la puerta.

8 comentarios:

Belén dijo...

me gusta como presentas al personaje de la obra, es rápido de leer...

besicos

LUCIA-M dijo...

Me encanta es muy amenos se lee muy bien
Precioso Bolero.
“Lagrimas Negras” y me encanta Eloisa,
Un besazo y gracias, por no tardar mucho
Aquí estaré para la próxima..
Besos.

Nacho Hevia dijo...

nota allibro que estás leyendo: fantástico Baricco, increíblemente maravilloso en Seda

Lore b dijo...

otra vez me dejas con la espectativa...cual telenovela en los minutos previos.....quiero más!!!!! (sí es casi una orden)

Edurne dijo...

Ando sin tiempo y casi sin aire, pero espero sacar un ratillo este fin de semana para tu Eloísa!
Besitos!

Diego Flannery dijo...

Entrar a un cuarto donde suena un bolero...me hace volar el el extravío de las corcheas en el aire!!!

Edurne dijo...

Sigo igual...
Tengo pendiente todavía esta Eloísa!

Christian dijo...

Qué belleza de canción que elegiste!!!

Gracias!

Me la voy a bajar

Besos!