sábado, 30 de agosto de 2008

Tal día como hoy...


Soy yo cuando tenia como 3 años


El sol transitaba por la enorme constelación de Virgo y sus trece mil galaxias. Mercurio aparecía como regente. Aun no amanecía y ella dormía placidamente. Apenas un pequeño movimiento en su vientre la despertó. Ya era el día. Adentro todo estaba en silencio, tibio y oscuro. Quería quedarse allí. Nunca le gustó la idea de venir. Siempre se rehusó, pero ya no había vuelta atrás. Ya no podía decir que no. Tenía la orden de seguir adelante. Pero a pesar de eso, trataba de hacer caso omiso. Pero entonces una fuerza empezó a empujarlo, a sacarlo de aquel lugar placentero. Eran las tres de la madrugada. Ahora ella comenzó a sentir un dolor. Ya se acercaba la hora. Carrera veloz al hospital. Los dolores se repetían espasmódicamente. Adentro se sentía el movimiento acelerado. Las contracciones se hacían más fuertes y continuas. Adentro él tenia miedo. “¿Qué habrá afuera? ¿Cómo será?” Se preguntaba. Repentinamente una luz enceguecedora empezó a abrirse camino en su mundo oscuro. Una mano gigante lo haló y en un segundo ya estaba afuera, completamente rodeado de luz y con un frío terrible. Lloró y lloró hasta que sus pulmones se hincharon de aire.

Era el 30 de agosto de aquel año. 5:30 de la mañana. Ese mismo día Los Beatles se presentarían en el Hollywood Bowl de Los Angeles y Bob Dylan estrenaría su famoso disco Highway 61 Revisted. Ese día, yo, Haldar, llegué a este mundo.

Fotografia: Anonimo, texto: Haldar F. Savery

lunes, 25 de agosto de 2008

Manuela




-¡Matías!, ven Matías, dame un abrazo.
-Si mamá, ya voy.
-¡Ven rápido!
-Voy.

Bip, bip, bip. Bip, bip, bip. Suena el despertador. Seis de la mañana. Abre los ojos y se estira perezosamente en la cama. Esta acostado del lado izquierdo. Está solo. Bip, bip, bip. Apaga el despertador. Ya la luz entra por la ventana. Estira la mano hacia el otro lado de cama. “Ya se fue. Siempre se van”, pensó. Se levanta sorteando el tiradero en el piso: los tacones, la peluca, el traje con lentejuelas, los postizos. El apartamento, si se le puede llamar así, es un solo ambiente, lo único separado es el baño. Es más bien una habitación grande construida en el último piso de aquella casa, que como las demás, se amontonaban de manera desordenada en aquel barrio caraqueño. Llega al baño y se ve al espejo. “Hay Manuela, esta vez corriste con suerte. El soldadito no te golpeo. Era puro amor. Un novio así es lo que necesitas, que te saque de esta pobreza”, se decía mientras orinaba. Colocó la cafetera sobre la estufa, recogió las cosas y las amontonó sobre una silla en el rincón y se dejó caer bocabajo sobre la cama. Respiró profundo. Todavía olía a sexo, colonia barata, sudor. Había sido una buena noche. Le pagaron un buen dinero por su imitación de Ana Gabriel. Ya podría hacer un mercadito. Además las propinas fueron excelentes y para finalizar, no terminó solo en casa. Se sirvió el café en su taza favorita, aquella que le trajo Julián de su viaje a Sao Paulo. Julián. “¿Dónde andarás hijo de puta? El mejor polvo que he tenido. Lastima que te gustaran las mujeres de verdad. Bueno, eso decías tú, pero más marico no podías ser. Estabas engañado papito”, se dijo. Encendió un cigarrillo y se reclinó sobre la ventana mientras pasaba el sabor del alquitrán con el amargo del café. Afuera el barrio ya se movía como un hormiguero. La bodega de doña Patricia ya estaba abierta. Mas abajo en las escaleras unos vagos se dedicaban a molestar a las muchachas que pasaban por allí. Gente subía y bajaba, el merengue se mezclaba con la salsa y un toque de reggaeton y algún desadaptado que escuchaba Coldplay. “Bueno Manuela, a ponerle rapidez a la cosa, que si no trabajas no comes y ya se acerca la fecha de pagarle la renta a Consuelo”. Agarró un balde con agua y se fue al baño. Allí se duchó con la ayuda de un potecito plástico. Dejaba caer el agua lentamente por su cuerpo. “¡Coño, esta fría! Debí entibiarla un poco”. Enjabonó su cuerpo depilado con un jabón barato, de esos que se agarraba cuando algún cliente lo llevaba a un hotel. También se lavó el cabello con el jabón, pues hacia dos semanas que el champú se había terminado. “Hoy tengo que comprar champú, también desodorante, ya estoy harta de estarme poniendo bicarbonato de sodio en los sobacos” Terminó de ducharse, se colocó la toalla alrededor de su cuerpo por debajo de las axilas. Se rasuró tan perfectamente que nadie hubiese sospechado que alguna vez existió alguna barba o bigote. El maquillaje fue cubriendo su rostro: cejas delineadas, labios rojos carmesí, grandes pestañas postizas, mucha base y color sobre la piel. Retocó sus uñas postizas. Hoy se pondría el vestido verde de dos piezas y falda corta, ese que lo hacia parecer secretaria ejecutiva. Pantys vino tinto, zapatos y bolsa grises. Peluca: ¿negra, rubia o pelirroja? Negra. Un poco de perfume y ya estaba listo. “Eel soldadito me dijo que volvería a pasar hoy por el bar. De seguro quedó enamorado. ¡Ah! También van los buscadores de talentos. Bueno, eso me dijo La Moños. Ella nunca miente. De seguro que me eligen para algo bueno, con el talento que tengo. Hay si mija, a ver si sales de este barrio horroroso. Tu naciste pa’ cosas mejores”. Todo eso iba pensando mientras bajaba las escaleras del barrio.

-Buenos días Doña Leticia. ¿Cómo sigue su hijo? ¿Mejor? Me alegro. Me le da un beso.
-Hay no niño, deja el fastidio. Que no tengo dinero. Estay tan pelada como tú.
-¡Aaaaahhh! ¡Desgraciado! Anda a pellizcarle las nalgas a tu mujer y claro que son verdaderas.
-Buenas, buenas doña Martita. ¿Cómo siguen esos dolores de reuma? Me alegro que ya este mejor. Si, si, yendo pa’l trabajo. Si, todo bien, gracias a Dios. Amen.

De repente un tiroteo. Gritos. Gente corriendo. Y el cuerpo de Manuela rueda por las escaleras. Mientras va dando vueltas piensa: “Maldición, ya me jodí, ahora si que nunca saldré de este puto lugar”. La peluca quedó en el escalón 12. La cartera Gucci de imitación en el escalón 25, el zapato izquierdo en el 33 y el cuerpo en el 55. No había sangre. Ninguna bala lo tocó. Simplemente se torció el pie derecho, no pudo mantener el equilibrio y se cayó. Vueltas, golpes, gritos, recuerdos, maldiciones, lagrimas y en el escalón 54 se rompió el cuello.

-¡Matías! ¡Matías!
-¿Si, mama?
-¿Qué quieres ser cuando seas grande?
-Quiero ser bailarina.
Fotografia: Google, texto: Haldar F. Savery

lunes, 18 de agosto de 2008

Premio, premio


Bueno, es mi segundo premio. Me lo otrogo Damaso http://mexportada.blogspot.com/, mil gracias amigo y me alegra saber que mis textos te hagan mover hasta los huesos y bueno, creo que eso es bueno. Y si tienen un chance, dense una pasada por su blog, es excelente. Y como es costumbre por este mundillo, debo pasar este premio a cinco personas, cosa que no me gusta mucho, porque eso de estar eligiendo no me agrada, pero bue..., aca voy:
1.- El primero para EGO http://egoporlavida.blogspot.com/
2.- El segundo para ARTURO http://habitantedemal.blogspot.com/
3.- El tercero para SOMBRA DE LUNA http://bajolasombralunar.blogspot.com/
5.- El quinto para DIEGO http://palabrasdeldivan.blogspot.com/
Y pues nada, podria seguir, pero ya se que no se debe. Se que tambien debo decir algo sobre los nominados, pero pa' eso no soy muy bueno. Simplemente que todos (los que nomine y los que no) me parecen excelentes y siempre es un placer pasar por sus blogs y leerlos. Ademas me dan la energia de seguir escribiendo. Gracias mil a todos!
A los que leyeron el post anterior, les deje algo en los comentarios....besos

jueves, 14 de agosto de 2008

Réquiem (Underground)



Abajo,
muy abajo.
Allí donde los recuerdos se pudren,
donde la luz no tiene espacio
y la angustia te arrebata el aliento.

Abajo,
en los túneles underground
de este réquiem de vida pasajera,
abajo
enceguecido de oscuridad

Abajo,
en este agujero interno
donde las puertas han
perdido las llaves,
donde los pies
se me sumergen en mi propio silencio

Abajo

Muy abajo

Allí estoy…
Imagen: Google, texto: Haldar F. Savery

domingo, 3 de agosto de 2008

Habitación 18



Amanece. En esta época del año siempre amanece más temprano. Una suave brisa hace ondular las viejas y casi transparentes cortinas. Ya el ruido de los autos y la gente comienza a arrastrarse hasta la habitación. En el techo el ventilador gira aletargadamente, en la única velocidad disponible. Las sombras y las penumbras van escabulléndose por las hendijas de la puerta, escondiéndose debajo de la cama, cegadas por los primeros rayos de luz. El polvo eterno despierta sobre la mesita de noche, el sillón, la lámpara, las molduras de las paredes. Sobre la cama king size yace el cuerpo desnudo de Alejandro. Esta cubierto de sudor. Sus ojos verdes están abiertos, perdidos en las grietas del techo. El corazón le late muy lentamente y cada vez la acción de respirar se hace más difícil. Sobre el piso están los frascos vacíos de las pastillas para la depresión y las de la gripe, la cual nunca lo abandono desde que Mauricio lo había abandonado a él. Una mezcla de fluoxetina, clorhidrato, acetaminofén, algunos excipientes y alcohol fluían por sus venas. “¿Dónde estoy?”, se preguntó. Un sabor amargo, algo metálico, se escurría desde su boca hasta su garganta. Quiere beber algo, tiene sed. Intenta moverse pero no puede, en cambio todo en la habitación se mueve. Hoy se cumplían cinco meses desde que Mauricio había terminado con él. Ya las razones no importan hoy. Nunca pudo recuperarse del dolor. Intento salir con otras personas, pero no funcionó. Se alejó de los amigos. Pidió vacaciones en su trabajo y no volvió más. Empezó a beber. Todas las noches se iba de ronda por los bares y bebía hasta que despertaba en su cama algunas veces o en la cama de otro otras. Había adelgazado diez kilos, pero aun quedaban rastros de su hermoso cuerpo. Ya la vieja habitación estaba completamente iluminada. Las flores gastadas del papel tapiz lloraban silenciosamente en las paredes. Pero para Alejandro el día se hacia mas oscuro. Sentía que todo se iba apagando, que iba sumergiéndose en una oscuridad pesada como plomo. A lo lejos quedaban los ruidos de la calle, a lo lejos escuchaba un golpe en la puerta, una y otra vez. A lo lejos escuchaba su nombre, “Alejandro, Alejandro”. Era una voz conocida, era la voz de Mauricio. A lo lejos veía su rostro difuso, le extendía una mano. Trató de agarrarla, pero no pudo, seguía cayendo. Entonces recordó, “Estoy en la habitación 18, en un hotel de mala muerte de la avenida Baralt”.

Fotografia y texo: Haldar F. Savery