lunes, 29 de septiembre de 2008

Carmen

Alfonsina y el Mar - Tania Libertad

Para Olinda
A lo lejos retumbaban los truenos en unas nubes grises amontonadas sobre las colinas. El viento de tormenta levantaba remolinos de arena entre los cardones y tunas. Los chivos corrían buscando un refugio. La carretera, flanqueada por postes de madera, se perdía en aquel océano amarillo de arena y polvo, y era la línea divisoria que separaba el Mar Caribe de la gran casona. Cualquiera que hubiese pasado de casualidad por allí pensaría que la casa estaba abandonada. Los muros de tapia encalados, que alguna vez fueron de un blanco refulgente, ahora eran amarillos por el polvo o simplemente habían perdido el calado y podían verse los ladrillos de barro, el portal de piedra había perdido el escudo de armas familiar y apenas quedaban algunos arabescos barrocos, las ventanas de maderas tenían los postigos cerrados y de los barrotes de madera torneada solo quedaban algunos en las repisas voladas. Del corredor exterior solo permanecían en pie los gruesos pilares de la entrada que alguna vez sostuvieron una techumbre. Pero en su interior todavía la vida se desplazaba por sus pasillos. En el patio central, rodeado por un claustro de corredor, aun crecían un limonero, un granado y algunas otras plantas como albahaca y tomillo. Los pisos de losetas de barro rojo habían perdido el brillo de antaño y ahora se encontraban cubiertos de polvo y hojas secas. En los salones del frente, los muebles estaban tapados con sábanas y telas multicolores. Sólo un gran espejo de moldura barroca permanecía destapado, mostrando el reflejo del paso del tiempo. Del fondo de la casa provenía una melodía que se mezclaba con el olor a chocolate, canela, cebolla y maíz. Era la cocina.

La cocina, separada del resto de la casa por una gran romanilla con calados y vidrios de colores, era el único lugar donde las ventanas, que daban a la parte posterior, estaban abiertas. Contra el muro del fondo se levantaba el fogón donde ardía la leña sobre las topias de barro. El calor cocinaba el chocolate, al que se le habían puesto unas varitas de canela para darle sabor, unas arepas de maíz pilado ya asadas permanecían sobre un budare de barro curado hace tiempo con leche de cabra y en un caldero de hierro colado se guisaban tomates con cebollas. Junto al fogón, el avivador de palma de coco tejida. Al centro de la cocina una gran mesa pesada de madera rústica y sobre ésta un gran mortero de piedra, una coladera de tela para el café, cebollas, cebollines, albahaca y tomillo secos, tomates, huevos, leche, queso de cabra, algunos platos de peltre y cucharas de madera. Junto a la pared, una alacena de madera con puertas de malla guardaba recelosa los platos, ollas, cazos, sartenes, calderos y vasos.

Para preparar el chocolate caliente, se colocan en una olla 3 tazas de leche, 2 cucharadas de azúcar, y 2 astillas de canela. Se lleva al fuego lento hasta que hierva. Se agregan 100 grs. de chocolate para taza y se va batiendo hasta que se disuelva completamente. Se agrega una pizca de sal y 1 cucharadita de vainilla. Se deja hervir hasta espesar y se sirve caliente.

En un rincón, una gallina dormitaba indiferente al paso del tiempo. Junto a la ventana, sentada en un taburete, estaba Carmen Martínez. Bordaba unos pañitos de lino blanco mientras tarareaba “Alfonsina y el mar”. A pesar de sus años, Carmen aún conservaba una visión sin igual, nunca tuvo necesidad de anteojos para leer. Sus manos nudosas por la artritis se mantenían firmes en cada puntada del bordado. Su cabello blanco se recogía en un pequeño moño sobre la nuca. Vestía con una larga falda azul cobalto, una blusa blanca de algodón con pequeños bordados en hilo blanco y unas zapatillas de lona negra y suela de fique. Hacía años que Carmen vivía sola en aquel paraje hostil y desértico. Su marido había muerto de la rabia hacía cuarenta años cuando sus cuatro hijas mayores, Clemencia, Ruperta, Marcelina y Petronia, se habían ido lejos con unos extranjeros que pasaron un día por allí. Se dice que habían trabajado como prostitutas en algunos bares en Adícora y que por vergüenza nunca más volvieron a su casa. La hija menor, Augusta, se fue con el mar cuando tenía doce años y nunca regresó. La casa más cercana estaba a cientos de kilómetros de la suya. Así que prácticamente había vivido sola durante cuarenta años, acompañada de algunas gallinas y chivos que criaba en el corral del patio. Una vez a la semana pasaba Don Manuel, un anciano con un destartalado camión Ford que se dirigía desde Punta de Barco hasta Adícora y luego a las refinerías petroleras de Amuay y Cardón, las mas grandes del mundo. Carmen vivía en el trayecto de Punta de Barco y Tiraya, a doscientos metros del mar. Ella le entregaba huevos frescos, pañitos de lino blanco bordados con motivos tradicionales, mermeladas, mantas tejidas y queso de cabra, y él, a cambio, la aprovisionaba de sal, azúcar, miel, leche, hilos de colores, pan dulce, chocolate, frutas frescas, kerosén, velas, fósforos, pastillas de jabón azul, que usaba tanto para lavar la ropa como para bañarse, y algunos caramelos. El resto ella lo obtenía de las gallinas y chivos que criaba y de las verduras que cultivaba en el patio.

Ese día Carmen cumplía noventa años. Como todos los días, se levantó a las 4 de la mañana, se lavó la cara con el agua del aguamanil, pero no se la había secado pues según ella era mejor dejársela secar con el aire, así no aparecían las arrugas. Se cambió la bata de dormir y se puso la ropa de trabajo. Fue a la cocina, preparó algo de café negro y se lo bebió sin azúcar. Luego avivó las brasas del fogón con el avivador y colocó leña nueva. Abrió la puerta trasera y salió al patio. Afuera, la madrugada estaba fresca y el cielo estaba ahogado en estrellas. A lo lejos se oía el mar que aún roncaba sobre la playa. Volvió a la cocina, colocó algo de maíz en el pilón y comenzó a pilarlo para así iniciar el proceso de preparación de las arepas mientras canturreaba una canción.

Para la preparación de las arepas de maíz pilado se deben colocar los granos de maíz en un pilón y comenzar a golpearlos con un mazo para quitarle la cáscara al maíz y pelarlo. Luego que el maíz ha sido pilado, se coloca a ventilar en bandejas de madera para sacarle la cáscara. Se debe mover para que salgan todas las brosas y quede muy limpio. Después se agarra el maíz y se lava tres veces con abundante agua y luego se cocina en el fogón por una hora. Una vez cocido se le agrega agua fría y se estruja con las manos para terminar de limpiarlo. Se escurre muy bien y se comienza a moler con el molino de mesa. Una vez molido, hay que amasarlo hasta que quede una masa suave. Se agrega sal al gusto. Una vez lista la masa, se hacen las arepas y se colocan sobre el budare caliente o entre las brasas hasta que doren. Ya están listas para comer.

Todo el proceso le tomaba a Carmen dos horas. Cuando las arepas estuvieron listas, el abrasador sol ya tostaba la arena y los cardones. Preparó el chocolate y lo dejó reposar. Dejó las arepas junto al fogón para que no se enfriaran. Salió al patio y echó el desperdicio del pilado del maíz a las gallinas, recogió los huevos y soltó a los chivos de su corral. Mientras caminaba a la casa con la cesta de huevos recordó a su papá. Cuanto lo extrañaba. Se sentó en una silla debajo de un cují y mientras echaba la comida a las gallinas recordó la vez en que tuvo que esconder a su padre, por allá en 1928 cuando ella tenia 23 años. Los soldados del General Juan Vicente Gómez lo buscaban por no haber cedido sus tierras al gobierno. Ya habían asesinado todo el ganado de sus haciendas en Turmero y destruido las siembras de cacao en las de Chuao. La familia se había refugiado en la casa de Villa de Cura. Después de la muerte de su madre, unos años atrás, ella se había encargado del cuidado de su padre y el de sus dos hermanos menores. Había sido un jueves, su padre sabía que ese día vendrían por él. Así que entre los dos cavaron un agujero en el patio, detrás del horno de barro para que se escondiera. Antes que ella colocara la plancha de hierro y las leñas para taparlo, le dijo: “toma este cuchillo y guárdalo entre tu falda. Si algún soldado te toca, mátalo. Esconde a tus hermanos en el doble fondo del altarcito de la capilla. Te quiero”. Recordó a los soldados entrando a la casa, revolviéndolo todo, buscando por todas partes pero sin encontrar a quien buscaban. Finalmente se fueron. En ese momento ella solo deseaba que solo uno apenas la rozara con un dedo para sacar el cuchillo y clavárselo en el pecho. Pero se quedó con los deseos. Apenas los soldados se fueron, ella corrió a sacar a su padre y a sus hermanos del escondite. Lo ayudó a vestirse de paisano, le cortó los bigotes, le colocó unas alpargatas y un sobrero de paja. Había comenzado a llover. Abrió con cuidado el portón de entrada. En la esquina habían dejado apostado un soldado. Su padre salió sigilosamente y caminó bajo la lluvia hasta el soldado. Le pidió fuego para encender un cigarrillo y siguió su camino sin mirar hacia atrás. Esa fue la última vez que lo vio. El canto de un azulejo verdeviche en una rama del cují la volvió a la realidad. Se levantó y entró a la cocina para seguidamente cocinar los tomates guisados para acompañar las arepas.

Para dos personas se necesitan 6 tomates, 1 cebolla blanca grande, 1 diente de ajo, aceite de oliva, sal, pimienta negra molida y albahaca seca. Se cortan los tomates y las cebollas en rodajas. Se machaca el ajo en un mortero. En un caldero se colocan 5 cucharadas de aceite de oliva y se calienta lo suficiente. Se colocan el ajo y las cebollas y se dejan freír hasta que las cebollas se caramelicen. Se agregan los tomates y se deja cocinar un rato hasta que suelten su jugo. Se pone pimienta, albahaca y sal al gusto. Se deja cocinar por un par de minutos y se sirve acompañado de arepas de maíz pilado y queso blanco fresco.

Carmen dejó el bordado sobre el taburete y tomó su desayuno. Mientras bebía el ultimo sorbo de chocolate pensó: “Feliz cumpleaños Carmencita. Ya son muchos años. Demasiados y parecen no acabarse”. Dejó los platos y el delantal sobre la mesa y se dirigió a los salones. Destapó los muebles y abrió las ventanas. Una brisa entró con fuerza, levantando el polvo y las hojas secas. Colocó los retratos que estaban sobre las mesitas en su sitio y encendió las lámparas de kerosén. Fue hasta la pequeña capilla y allí se arrodilló frente al altar modesto: “Dios Padre, bendíceme”. Fue a las otras habitaciones abriendo las ventanas y puertas. Pasó por los cuartos de las hijas que no volvieron, por el de la hija que se fue con el mar y finalmente el suyo. Después de cuarenta años la luz volvía a inundar cada rincón de la casa. Había llegado allí desde Villa de Cura, donde se casó con Fulgencio Torres de la Calatrava, un español venido a estas tierras en búsqueda de fortuna. Habían sido felices por mucho tiempo y habían tenido cinco hijas. “Las hijas son mejores que los hijos, porque siempre estarán cerca aunque se casen. Nunca estarás sola Carmen”, le dijo la comadre Teresa el día del nacimiento de Augusta. “Mejor haber tenido hijos, así hubiese ganado también cinco hijas. Te maldigo Teresa”, pensaba mientras caminaba por el zaguán dispuesta a abrir el portón principal.

Salió y el resplandor del sol y la arena la enceguecieron por un momento. Ahora los truenos se escuchaban más cerca. Comenzó a caminar en dirección al mar. El viento cada vez era más fuerte y la arena se le metía en el cabello, la ropa, los ojos. El sol se fue oscureciendo. Comenzó a llover. En la casa el viento volcó las lámparas de kerosén y el fuego empezó a arder sobre los muebles de madera, las cortinas y las sábanas y telas de colores que estaban en el piso. En menos de veinte minutos la casa ardía como una enorme fogata bajo la lluvia. Los recuerdos se iban consumiendo poco a poco. Carmen había cruzado la carretera y estaba parada descalza en la playa. El mar agitado le acariciaba los pies. “¡Augusta!”, gritó. Entonces comenzó a adentrarse en el mar más y más, hasta que su cuerpo desapareció en el abrazo de una ola espumeante. Al fondo una columna de humo negro se levantaba en el lugar donde una vez existió la casona de los Torres Calatrava Martínez.

Fotografías: Google, texto: Haldar F. Savery

domingo, 21 de septiembre de 2008

Regreso

Ya estoy de vuelta. Han sido 2 semanas agotadoras. Trabajo en exceso, la visita de mi hermano y mi cuñada. No pude ser un anfitrión a tiempo completo, a veces los compromisos laborales te absorben la vida. Pero gracias a Pochacco, creo que pasaron una buena semana. Solo algunos días pude acompañarlos en sus andanzas por esta isla. De esos cortos paseos, que muchas de las veces fueron aventuras debido al mal estado en que se encuentran las carreteras en este país, y aun más después de los últimos huracanes, les dejo algunas fotos para que las disfruten. Ahora deberé sacar tiempo para ponerme al día con todos ustedes. 


Tramo de carrtera Montego Bay - Kingston

Carretera Montego Bay - Kingston

Carretera Montego Bay - Kingston

Un kiosko en la via

Espectaculo en el Hotel Iberostar

Hotel Iberostar en la noche


Vendedor de artesanias y "ganja"





"The blue lagoon", el mismo lugar donde se filmo la pelicula




Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

Port Antonio

 Port Antonio


viernes, 5 de septiembre de 2008

Trabajo, trabajo y más trabajo.



Amigos. Estaré un poco fuera de este mundo a causa de que ando con mucho trabajo este mes. Además mi hermano vendrá a visitarme, y me sale andar de anfitrion. Así que cuando tenga un huequito de tiempo por allí, pasaré a visitarlos y tratar de ponerme al día. Ademas no se que paso con el Internet Explorer de mi PC en casa, creo que lo descompuse. Abrazos.
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Comentarios al post anterior, o sea, el de mi cumple, jejejeje:

Primero que nada, mil gracias a todos por sus buenos deseos y sus felicitaciones. De verdad que la pase bien, con gente que quiero y que me quiere, aunque no estaban todos los que hubiese querido que estuviesen, jejejeje. Les mando un abrazo fuerte y muchos besos.

Edurne: Bueno, no se si realmente fue así como llegue al mundo. Lo curioso es que una vez fui a un lugar donde una mujer me leyó la mano y unas cartas, y me dijo que yo no quería nacer, estaba negado a la idea, imagínate. Me acorde de eso, y bue…, se me ocurrió escribirlo. No se si es verdad. Realmente son pocas las fotos de mi de cuando era un “nene”, no se porque casi no me fotografiaron, pero esta es una de las que mas me gusta. Besotes.

Mario: No se si nació el chocolate, lo que si se es que me encanta, y muchísimo, jejejejeje. Eso si, nací miope, empecé a usar anteojos o lentes o gafas, como quieran llamarle, a partir de los 2 años, imagínate. Besosssss.

Diego: menos mal que no me llamaron Haldar Roso, jajajajajaja, por lo de Santa Rosa, jajajajajajaja. No sabia que la madre de Frankenstein era de mi mismo signo, o sea, lo mejor de todos, jejejejejjeje. Mi traje de ángel no me lo quito, aunque a veces parece que se me queda olvidado en el armario… besos.

Ayshane: Mira que la envidia es mala! Jajajajajaja, eso dicen por allí. De seguro que buscando por Internet encuentras algún hecho importante que haya pasado para la fecha en que naciste o que algún famoso nació ese mismo día, recuerda que en este mundo siempre están pasando cosas a cada momento y de seguro algo paso el día que naciste. Serio? Si era muy serio de chico, muy tímido, muy callado, tanto que hasta mi madre estaba asustada, jaajajjajajajaajja. Besotes

Belén: Hola guapa! No llegas tarde, tus felicitaciones son bien recibidas. Besos

Dámaso: Amigo, al igual que Belén, no llegas tarde. Debe quedar algo de pastel en la nevera aun, jejejjejj. Y claro que eres buen fotógrafo. Besos

Yansidara: Puedes visitarme todas las veces que desees. Te debo una visita con más calma, ya me eche una vueltecita por allá. Me imagino que tu hija mayor debes ser un encanto de persona, jejejeje, así como los que nacieron ese día, jejeejjejejeej. Si, soy venezolano, y si, vivo en la Isla del Fin del Mundo, perdón, vivo en Jamaica, jejeje. Abrazos

Juanjo: Envejecer? Nooooooooooooo! Jejjeje. Deberíamos ganar experiencia en la vida, pero envejecer físicamente hasta los 30 años, y ya! Si, hasta de las lágrimas mas dolorosas se disfruta, al fin y a cabo son experiencias. Abrazos.

Magia: Chama! Amiga! Jajajjajjajaj, es verdad, llegue al tuyo por casualidad de la vida o arreglos del destino, pero llegue, aajajjajjaja, eso es lo importante. Igual, llegaste, no importa que tarde. Si, aunque no tenia muchas ganas de pasar mi cumple acá en Jamaica, la pase bien, con los amigos de acá. Si, las cervezas son para diciembre o principio de enero, cuando vaya a Vzla. Y a Lascivus, pos nada, a ver de donde lo sacamos, jajajajajaja. Besos

Lucia-M: Gracias guapa! Se hará todo lo posible para que cada año sea mas feliz. Besos

Tristancio: Tus palabras me recordaron el nacimiento de Tita, un personaje de la novela “Como agua para chocolate” de la mexicana Laura Esquivel. De seguro debe ser un fuerte impacto nacer, imagina, que estas allí, bien cómodo, en esa oscuridad, silencio, bien calidito y de repente te sacan de golpe. Primer trauma infantil, jajaajajajaajaja. Abrazos.

Bea: Nada que llegas tarde, nunca es tarde para los Buenos deseos. Y sonreiré tanto como el gato de Alicia, jejejejeejej. Besos

Monchis: Si, ya se fue Gustav, y justo antes de mi cumple. Esperemos que los otros de la temporada ni se acerquen por acá. Y bue…, cumpliré todos los que estén dispuestos para mi (ojala no sean miles, jajajajaja). Abrazos.

Nacho: Gracias por tus hermosas palabras. Es asombroso solo imaginarse que el sol solo se detenga por uno, eso me hace sentir super importante!. Y espero que el resto del Universo haga muchas cosas buenas por mí (y por todos en el mundo). Besotes

Gus: Ejele! La pase bien, con Pochacco y los amigos! Mira pues, en tu día de nacimiento paso una de las cosas más importantes de la historia, no te puedes quejar. O sea, eres así como un hijo de la luna y las estrellas. Paris debe estar hermosa. Un besote.
Imagen: Google