lunes, 30 de junio de 2008

Alas



Te escucho aletear cerca de mí,
susurrarme al oído,
acariciar mi mejilla con tus fríos dedos.
Te escondes en las sombras para que no te vea
pero se que allí estas.
Me visitas en mis sueños, me llamas, ríes.
Hacia años que no venias, no me visitabas.
¿Estabas ocupado?
Siento tu olor a oscuridad, a moho, a viejo.
¿Qué si te digo que aun no estoy listo?
Ya te he ganado el juego en varias oportunidades.
Pero has vuelto, estas sentado allí, a mi espalda, a mi derecha.
Me miras y siento el peso de tus ojos en mi nuca.
Abrazas mi cuerpo desnudo con tus negras alas, lo saboreas, lo deseas.
Aun no estoy listo. Deberemos jugar de nuevo. Puede que esta vez tú ganes.
No quiero jugar, no ahora, no esta noche. Tal vez mañana o pasado mañana.
¿Qué tal el domingo? Es buen día. Dios estará ocupado en misa.
Date una vuelta viejo amigo, vuelve otro día.
No esta noche.
Fotografia: tomada de Google, texto: Haldar F. Savery

domingo, 29 de junio de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO (IX)

Corrimos entre las hierbas mojadas y los charcos en los que se reflejaban nuestras caras tristes. Las grandes gotas de aguan que aun se escurrían de los árboles caían por todas partes como proyectiles los cuales tratábamos de esquivar. Era extraño, pero nunca antes había escuchado el sonido de las gotas de agua cuando van cayendo, es como un zumbido sordo, como un buuuu…buuuu…buuuu. Nos refugiamos debajo de unos hongos de oreja de palo que crecían al pie de un pino. Nos sentamos y esperamos que amaneciera. Ernesto e Isabel montaron guardia. Yo me dormí.

¡Eeeeh, despierte!, ¡Despierte!-, decía Javier mientras me movía fuertemente por un brazo. –Apúrese que nos van a dejar-.

Me desperté sobresaltado. Ya el sol brillaba en el cielo azul, ya no había gotas de agua. Ernesto e Isabel no estaban. Javier me aventó el morral y me tomó del brazo y corrió, halándome detrás de él. Como pude me colgué el morral en la espalda. Corrimos como locos entre los arbustos y los helechos que dejaban caer sus esporas marrones por todas partes, era como una lluvia de vida. No sabía a donde íbamos. Repentinamente Javier me empujó a un costado, entre un unas hojas secas y me cubrió la boca.

-Shhhhh, no haga ruido, hay humanos mas adelante y de seguro hay perros cerca. Es un sembradío de papas y debemos cruzarlo. Isabel y Ernesto nos están esperando al otro lado. Los perros son más peligrosos que el Orejiblanca-, susurraba.
-¿Pero como vamos a cruzar? ¿No es peligroso? ¿Cómo que humanos? ¿No los habíamos dejado lejos? ¿Por qué no esperamos que anochezca y que los hombres se vayan?-, susurré. Creo que fueron muchas preguntas para el momento.
-No, no, no, nos están esperando del otro lado. Además no tenemos tiempo. Debemos hacerlo ahora. Solo sígame y haga lo que yo hago. Creo que debemos ir por allí-, y señaló hacia un punto en el sembradío.

No estaba seguro que Javier supiera que hacer. Era el mas joven del grupo y tal vez esta era su primera salida lejos del roble. Pero no tenia alternativa, solo me quedaba seguir adelante. De nuevo se ponía a prueba mi confianza, pero esta vez no tenia tiempo para decidirme, pues ya Javier estaba en marcha, caminando sigilosamente entre la hierba en dirección de la cerca de alambres de púa, así que tuve que apresurar el paso para alcanzarlo. Nos detuvimos detrás de un poste de madera que servia de soporte al alambrado. Desde allí podía verse el campo: dos hombres trabajaban la tierra con dos bueyes enormes, que halaban el arado, a lo lejos una pequeña casa que humeaba por su chimenea de piedra y ningún perro a la vista. Comenzamos a correr entre los canales del arado en dirección al otro lado del campo. La distancia era enorme, jamás llegaríamos al otro lado antes del anochecer, aunque corriésemos sin parar. Nos deteníamos de cuando en cuando para asomarnos entre los montículos de tierra y espiar al enemigo. Estábamos mas cerca de los bueyes, pero ningún perro se veía en los alrededores.

Estábamos en la mitad del campo cuando escuchamos un ladrido a lo lejos. Nos asomamos y vimos a un hombre joven llegando a la casa con dos perros. Apresuramos el paso, esperando tener la suerte de que los perros no notaran nuestra presencia. Pero fue poca nuestra suerte: los ladridos ahora se hacían más fuertes. Volvimos a asomarnos y vimos con terror a los dos perros mucuchíes corriendo velozmente hacia nosotros.

-Tenemos que separarnos, tú ve hacia los bueyes y trata de llegar al otro lado, yo los distraeré mientras tanto-, y corrió en dirección opuesta a mí, saltando entre los canales para atraer la atención de los perros. Me dirigí a uno de los bueyes, pero los perros parecía que entendían nuestros planes, pues uno de ellos fue por Javier y el otro vino por mí. Llegue hasta el buey y me coloqué debajo de él. El perro ladraba dando vueltas alrededor pero se mantenía alejado del animal, pero poco a poco iba perdiendo el miedo e introducía su cabeza por debajo de este tratando de alcanzarme. Vi una cuerda que colgaba del yugo, la agarré y me trepé por ella hasta llegar a su cabeza. Desde allí pude ver a Javier. El perro trataba de agarrarlo pero cada vez que se acercaba, el duende le echaba tierra en la boca lo que hacia que retrocediera un poco y en ese momento corría para alejarse. La situación no podía durar mucho, estaba muy lejos de la cerca de púas como para poder escapar. En cualquier momento el perro lo atraparía. Repentinamente mi buey empezó a correr para librarse del molesto perro que ladraba a su lado y casi me caigo, tuve que agarrarme fuertemente. Los hombres, que se encontraban bebiendo café cerca de la casa, se percataron de la carrera del buey y corrieron para detenerlo. A lo lejos pude ver como uno de los perros atrapaba a Javier por la mochila y lo movía furiosamente de un lado a otro. Mi gigante cabalgadura se detuvo justo cerca de la alambrada del otro lado del campo, allí donde debíamos llegar. Los hombres ya habían espantado al perro que nos perseguía y venían en búsqueda del buey. Así que rápidamente descendí por la cuerda y crucé al otro lado. No quería voltear y ver a Javier entre las fauces del mucuchíes. Pero un chillido agudo me hizo ver. Era Patiblanca, quien en una veloz caída clavaba sus garras en la cara del perro y rescataba a Javier. Voló hasta donde me encontraba y lo dejó caer suavemente a mi lado. Me miró fijamente a los ojos y luego se alejó. Javier estaba herido. Sangraba y no me respondía. Lo abracé fuertemente contra mí y no pude sentir su respiración. Tenía ganas de llorar. Me sentía muy solo.

jueves, 26 de junio de 2008

DISERTACIONES SUDADAS DE UNA NOCHE DE EXTREMO CALOR



Hace un calor desesperado, de esos que apenas te dejan pensar, en los que parece que deliras, que te falta el aire y rayas en la desesperación porque el aire acondicionado no enfría. Y en medio de esta noche de mas de 35 grados me puse a pensar por qué escribo, cuál es el proceso creativo, el qué que me impulsa a hacerlo. Principalmente escribo porque me gusta (creo que todos principalmente lo hacemos por esa razón), por necesidad de dejar salir los mil monstruos atrapados en mi cabeza. Para darle vida a todos esos personajes que cohabitan mi interior, que van naciendo cada día y se me van amontonando en debajo de la almohada. Las historias, las ideas, se me aparecen en la mente, así de la nada, en cualquier momento, y andan rondándome hasta que les doy liberación al escribirlas. Son historias en las que se mezclan momentos vividos en mi niñez, imágenes vistas al pasar, o de alguna película, o de algún libro leído hace tiempo, de algún recuerdo lejano, de alguna conversación. Todo se va mezclando, armando, estructurando en mi cabeza, a veces por días, hasta que es imperiosa la necesidad de salir. Entonces escribo. Para algunos, mis letras son algo tristes o desesperanzadas, pero eso no quiere decir que necesariamente este triste en el momento de escribir. Creo que no me gustan las historias con finales felices, se me hacen lejanas de la realidad. Pienso que la realidad tiene sus momentos de felicidad, pero creo más en las esperanzas que en la felicidad eterna e inalterable. Me suena como a un cielo angelical rosa y aburrido. La vida esta llenas de altibajos, buenos y malos momentos, esperanzas; así creo que son mis historias. Por muy oscuro que se vuelva el asunto, siempre habrá una luz al final del túnel. Tengo escribiendo muchos años. Hay muchos poemas en mi haber. Escribí muchas cartas de amor (tal vez hubiesen formado una gran historia). Incluso escribí un cuento para niños ilustrado por mi, el cual se iba a publicar pero fue imposible (las razones ya no importan). Trato de que mis textos en este espacio estén acompañados de alguna fotografía, y si es mía mucho mejor. Es que las historias se forman en mi cabeza primero como imágenes, como una película, con sonidos, colores, incluso olores y sensaciones, y finalmente me dedico a buscar las palabras para poder plasmarla en el “papel”. Confieso que es la primera vez que muchas personas me leen, y lo mas importante, me dejan saber que piensan sobre lo que escribo. Las opiniones me enriquecen muchísimo, y por ello doy gracias a los que me leen. Además he vuelto a recobrar el impulso de escribir, pues también debo confesar que tenía mucho tiempo alejado de las palabras. Finalmente escribir es abrir una puerta para dejar ver nuestro interior, desnudarnos, ser libres; es un acto solitario pero con deseos de hacerse multitud, compartido; escribir es un acto de contrición, donde lavamos nuestras penas y nuestros pecados; es hacer publica una parte oculta de nosotros; es dejar salir nuestro lado mas miserable y nuestro lado mas humano; es hablar de amor y odio, vida y muerte. Es desdibujar la línea divisoria del sub y el inconsciente. Escribir es una maldición: después que empezaste, nunca más podrás parar. Escribir es hacerse inmortal.


Sigue haciendo un puto calor. Creo que me voy por una coca-cola con mucho hielo.
Imagen: Moebius, texto: Haldar F. Savery

lunes, 23 de junio de 2008

B-203K


(Top New York, 2008)

Llueve. La lluvia me pone triste. Es de noche y veo la ciudad allá abajo. Ellos no saben que los veo, los observo. No saben mi nombre. Tampoco yo lo se. De seguro alguna vez tuve uno. Ahora solo soy un número de identificación. Todos somos un número. Nací como todos, cualquier día, no se si lunes o sábado, o mañana o noche. No hay recuerdos de mi niñez, solo se que hubo una. A veces sueño con un parque y un columpio. Estoy subido en él y me balanceo y el sol me da en la cara. Pueden pensar que soy como todos, pero no. Soy diferente, soy raro. Puedo saber que pasa allá abajo, en el caos de la ciudad. Me siento solo y eso ya es una diferencia. Tengo sueños, muchos sueños. En color o blanco y negro, con gente que no conozco, en lugares que no conozco. Puedo moverme entre las sombras sin que se den cuenta, incluso de día no me perciben. Porque soy raro. Puedo controlar el espacio, mi espacio y pasar desapercibido. Uso lentes, soy miope. No saben que soy miope, pero puedo ver más que ellos. Me buscan. Están detrás de mí. Quieren controlar mis sueños, hacerme un autómata como los demás. Aun llueve y es de noche. Cuando llueve de noche pienso en la muerte. Esta prohibido pensar en ella. Esta prohibido pensar en muchas cosas. Esta prohibido sentirse triste. Se que la muerte tiene alas; alas negras muy grandes. Pero ella no me ve porque me muevo en las sombras. Estoy triste y sigue lloviendo. Acá arriba no pueden encontrarme. Solo pueden ver y pensar lo lógico. Yo soy ilógico, por eso he podido escapar. Tengo un reloj que no tiene agujas, pero puedo saber que hora es. Es de noche. Abajo las luces se disuelven en los charcos de agua. Yo también tengo alas, pero no son negras. Solo la muerte tiene alas negras. Las mías son de los colores que existen, cambian. Pueden ser del color de la mañana, o de la lluvia, o del sol, o de la noche. Me buscan, quieren atraparme, evitar que siga soñando. Hay algo que me oprime el pecho, se mueve allí con fuerza. Es la tristeza, es la soledad, es la fe. La lluvia me moja, corre por mi rostro, por mis alas. Escucho que se acercan. Debo irme, moverme, esconderme hasta que sea el momento justo, el momento de la batalla. Soy B-203K.
Fotografia intervenida y texto: Haldar F. Savery

viernes, 20 de junio de 2008

H-NYC

Cuatro días. Fueron cuatro días en esa maravillosa Megapolis. Cuatro días yendo de un lado a otro hasta el agotamiento, pero terminando en el hotel con cara de placer. Fue una gran experiencia haber viajado con un grupo de amigos, hasta ahora había viajado con familia, con mi pareja o solo. Fue bastante interesante, además que fui el guía del viaje. Cuatro días en los que dormíamos 4 o 5 horas, en los que caminábamos grandes distancias (la mejor forma de conocer una ciudad, siendo turista de a pie). Los pies nos llevaron por Times Square, para ser ahogados en sus millones de luces; Chrysler Building con sus hermosas líneas que nos recuerdan a Ciudad Gótica; Empire State Building desde donde vimos la ciudad desde el aire; un paseo en ferry hasta Staten Island y ver a Manhattan desde el mar; Central Park y su zoo; unos pasos por China Town para envolverse en esos aromas extraños o Little Italy para ver las mesas llenas de espaguetis. Unas andadas por 5th avenue y de compras por la feria del domingo en 6th avenue. No hay que olvidar Soho y sus hermosos edificios y las tiendas en Broadway. Una caminata por Wall Street y el puente de Brooklyn y unas cervezas en Greenwich Village donde nos echamos una pasada por el famoso bar Stonewall donde prácticamente empezó la lucha por los derechos de los homosexuales el 28 de junio de 1969. Esta vez no hubo museos, pero si un disfrute de la ciudad: los olores, la gente, el ruido, el tráfico, los edificios, el pulso. Bueno, eso a vuelo de pájaro fue mas o menos esta gran “caminata” por New York City. Acá les dejo algunas imágenes (mas de 100 si tiene paciencia de verlas todas), espero las disfruten.

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miércoles, 11 de junio de 2008

New York, New York


Empire State, 2006

La Gran Manzana, la megaciudad por excelencia, el lugar de los rascacielos, el punto de encuentro de muchas culturas, la Babel del siglo XXI, la ciudad de King Kong y de Spiderman, la ciudad soñada, la ciudad odiada, la ciudad mil veces destruida por Hollywood, la que esta llena de contrastes, lugar donde se mezcla el arte con la literatura, la gastronomía y la arquitectura. New York: un universo en miniatura. Es mi ciudad preferida del mundo, sin quitarle merito a otras hermosas ciudades como Paris, Londres, Sao Paulo, Madrid, Barcelona. Desde que estuve allí por primera vez me enamore de ella. Así que mañana jueves volveré a visitarla.

Nos vamos de cortas vacaciones Pochacco, unos amigos y yo por unos días a disfrutar esta ciudad maravillosa. Ya hacia falta una salidita de la isla tropical, de la “isla del fin del mundo” y volver al mundo desarrollado. Así que andaré desparecido de estos lares hasta la semana próxima. Cargaré la imaginación para nuevas historias, atraparé muchas imágenes para ilustrarlas. Ya les contaré que tal el viaje.

Tengo gripe, pero igual me voy. New York, espérame con los brazos abiertos…

Les dejo abrazos a todos.
Foto: Haldar F. Savery

lunes, 9 de junio de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO (VIII)

Era difícil no sentirse encantado por la majestuosidad del bosque, por su luz verde, su exuberante vegetación. Me sentía mas protegido caminando por aquí, ya que la abundancia de plantas y helechos hacia mas difícil que alguien o algo nos viera. Las aves estaban muy alto, en los enormes árboles y de seguro estaban ocupadas cazando insectos. Además nuestra vestimenta de tonos marrones y verdes servia de perfecto camuflaje. Así seguíamos, charla que charla, disfrutando de todo aquel esplendor verde que nos envolvía. Pero repentinamente nuestro guía se detuvo y nos hizo una señal para que hiciésemos silencio. Nos indico que nos colocáramos rápidamente detrás de una roca. Abrió su mochila y saco tres esferas azules pequeñas, las que mantuvo ocultas en su mano derecha. Dejándonos al resguardo de la roca, dio unos pasos delante de esta.

-¿Quién está allí?-, gritó. Solo silencio. Al parecer algo o alguien venia siguiéndonos, pero no nos habíamos dado cuenta.

-¿Quién está allí? Es mejor que se muestre antes de que lance estas esferas.
- Bueeeno, bueeeno. No se me altere. Que ando solo de paso-, se oyó una voz profunda.
-No lo veo.
-Pero acá estoy. Aquí mismito frente a usted-, y entonces se movió. Era un tuqueque, una especie de reptil con la capacidad de confundirse con las cosas que lo rodeaban. Estaba apenas a unos pasos frente de Ernesto.
-¿Qué quiere?-, pregunto Ernesto a la vez que levantaba la mano con las esferas.
-Solo compañía un rato. Y bueeeno, me gustaría saber qué hacen unos duendes por este rumbo.
-No creo que eso sea de su incumbencia, señor…
-Julián. Encantado de conocerlos-, e hizo una reverencia. –No me importan sus rumbos, ni sus planes, solo que es extraño ver duendes por estos caminos, y mas extraño verlos en compañía de un humano. Pero insisto, solo deseo acompañarlos un rato, siempre es bueeeno escuchar las historias de los duendes. Los acompañaré hasta llegar a la orilla del río. Más allá se sabe que es terreno de Dargüila. Así, que si me lo permiten, seré su compañero por un trecho del camino.

Ya habíamos dejado nuestro escondite, pero manteníamos una distancia prudencial. Ernesto miró a Isabel y esta le hizo una señal de aceptación con la cabeza. A partir de ese momento nuestro grupo de cuatro creció a cinco. Julián resultó ser un buen compañero de viaje. Sabía muchas historias del bosque, de los animales que allí vivían, de los humanos, pero los de verdad, no como yo.

-He visitado muchas veces las casas de los humanos. La verdad, si que son animales extraños. Pero lo bueno es que en sus casa hay muchos insectos, deliciosos insectos, y como me los como, me permiten estar allí. Eso me ha permitido aprender de ellos y saber cuando debo esconderme. Porque no siempre se sienten bien con mi presencia, especialmente las hembras, que se asustan con facilidad-, y habló y habló por largo tiempo, mientras caminaba de a ratos en sus patas traseras, levantándose para hacer gesticulaciones con sus patas delanteras, como si fuese uno de esos humanos a los que mucho observaba.

Las primeras estrellas en despertarse aparecieron en el cielo. Estaba anocheciendo. Habíamos caminado un largo trecho, estaba cansado y hambriento. Debíamos buscar un lugar donde dormir, ya que de noche el bosque no era para nada seguro. Ernesto se acercó a un viejo tronco que estaba sobre los helechos y le pidió permiso a las terminas que allí vivían para que nos dejaran pasar la noche con ellas, siempre y cuando Julián no se las comiera. Hecho el trato, nos acomodamos en un espacio hueco, bastante confortable, cubierto de musgo. Ernesto coloco una esfera verde en el centro y esta se iluminó permitiéndonos tener luz cuando la noche se cerró por completo. Comimos algunas frutas, galletas, leche y miel; hablamos a ratos y poco a poco nos fuimos quedando dormidos escuchando solo el trabajo de las termitas en la madera del tronco. Comenzó a llover.

Me desperté sobresaltado. Ya las termitas habían terminado su labor y estaban durmiendo. La lluvia había cesado y la luna se reflejaba en los charcos y gotas que caían de los árboles. Era de nuevo el bosque plateado, aquel que había visto desde la habitación del roble. Me quedé mirando la luna que se asomaba por un agujero en la madera. Todos dormían, incluso Ernesto. La luz verde se había apagado. Repentinamente vi una enorme sombra con ojos rojos brillantes que se asomaba por el agujero de entrada, era un animal que intentaba husmear dentro. Cuando me senté se me quedó mirando fijamente. No podía moverme, no podía gritar, estaba paralizado del miedo. Entonces Julián se despertó y se dio cuenta de la situación. “Es el Rabipelado Orejiblanca. No te muevas”, me susurró, y con su cola despertó a los demás. Lentamente nos fuimos arrastrando a lo más profundo del tronco. El Orejiblanca no dejaba de observarnos y repentinamente, con la velocidad de la luz saltó dentro del hueco, destruyendo las paredes podridas del tronco. Había terminas corriendo por todas partes, gritando como enloquecidas y las que pasaban cerca del animal terminaban en su boca. Estábamos atrapados, no había salida, terminaríamos en la boca del bicho ese. Pero repentinamente Julián saltó justo al frente del Orejiblanca y con una actitud desafiante lo golpeó en el hocico. El animal se enfureció. Julián saltó fuera del agujero y con su cola volvió a golpearlo. El Orejiblanca giró y comenzó a perseguirlo. “Huyan, huyan”, nos gritaba mientras trataba de distraerlo alejándose de nosotros. Tomamos nuestras cosas y salimos corriendo. En nuestra carrera voltee la cabeza a ver que había sucedido y pude ver como el Rabipelado atrapaba a Julián con su boca. Pobre Julián.

domingo, 8 de junio de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO (VII)

Después de la fiesta me llevaron a mi habitación. Estaba en una rama muy alta del árbol. Era pequeña, toda de madera, el piso cubierto de paja seca, una cama en un rincón, una mesa con una silla y una vela en el otro. Poco a poco el silencio fue cubriéndolo todo y podían escucharse todos los sonidos del bosque. Me asomé por la ventanita y pude ver todo el bosque que se perdía en el infinito iluminado por la luz de la luna. Era como un océano plateado que se movía suavemente al ritmo del viento. Pude ver un par de lechuzas cruzar ese océano en la distancia. Y con los susurros de la noche y el vaivén de las olas de los árboles me fui quedando dormido hasta que no pude mantenerme en pie por más tiempo y me fui a la cama.

Aun no había amanecido cuando un golpe en la puerta me despertó. La puerta se abrió lentamente y alguien con un pequeño farol entró. Una ruana cubría su cuerpo y un gran sobrero en su cabeza apenas dejaba ver su cara. Dejo sobre la cama algo y me indico que me lo pusiera. Eran un sombrero, una mochila y una ruana. Me los puse y salimos sigilosamente del cuarto, y comenzamos rápidamente el descenso del árbol. Nos seguían dos duendes más, cada uno con ruana, sombreo, mochila y farol. Llegamos a la puerta principal del roble y nuestro guía se acercó a los guardias y les susurró algo. Estos abrieron la gran puerta y salimos. No sabia que ocurría, tenía miedo, quería hacer mil preguntas, pero también sabia no debía hablar, no en ese momento. Y así en silencio empezamos la marcha rápida alejándonos del gran roble, cruzando el bosque. Empezaba a amanecer y las últimas estrellas del cielo se iban despidiendo con un guiño de buenos días para irse a dormir; hacia frío y los ruidos de la noche iban dando paso al canto de los pájaros. Hacia rato habíamos dejado el bosque y caminábamos por un sendero entre la hierba que nos llegaba un poco más arriba de la cintura. Tal vez era por mi nueva estatura, pero ahora todos mis sentidos se habían agudizado. Podía escuchar el caminar de los insectos; sentir la mas minima brisa en mi cara, incluso aquella tan tenue que apenas movía una hierba, oler a mi compañero que me seguía a dos metros de distancia, aunque creo que serian cincuenta centímetros para nuestro tamaño. A medida que el día aclaraba más, apresurábamos el paso. En la distancia empecé a divisar un bosque. Amaneció completamente y un sol brillante lo ilumino todo, encegueciéndome por un instante y en ese momento nuestra marcha se convirtió en carrera. Entonces entendí que debíamos llegar al refugio del bosque lo más pronto posible, pues con nuestros tamaños éramos presa fácil de cualquier animal o ave. Y en la frenética carrera el recuerdo de mi abuela en su cocina llego a mi mente. Me sonreía y me ofrecía una taza de su rico chocolate. Me preguntaba si no estaría preocupada por mí después de dos días desaparecido. De seguro estaba angustiada, de seguro ya habría llamado a mis padres, de seguro ya habría gente buscándome. En eso andaba cuando un chillido ensordecedor me volvió a la realidad. Todos nos detuvimos de golpe y miramos al cielo. Y contra el cielo azul pálido brillante se recortaba la figura de una gran ave que volaba en nuestra dirección. “¡Corran!, ¡Es un Bebehumo!,”, gritó el guía. Faltaba poco para llegar al bosque. En la carrera el guía perdió su sombrero y dos trenzas rojas se descolgaron de su cabeza: era una chica. Justo antes de entrar al bosque, el Bebehumo, que es una especie de gavilán, atrapó al último de mis compañeros.

Este forcejeaba tratando de soltarse la mochila mientras el pájaro levantaba vuelo. Inmediatamente ella buscó algo en su mochila y salió corriendo fuera del bosque. Allí, a la vista de cualquier peligro, comenzó a sonar un flautín. Eran notas agudas, como chillidos cortos de un ave. Y repentinamente una Lechuza Patiblanca salió volando velozmente desde el bosque en dirección al Bebehumo y lo atacó. Patiblanca clavó sus garras en el Bebehumo y este dejo caer a nuestro compañero. Corrimos en la dirección donde había caído y lo encontramos tirado sobre unos hongos silvestres, los cuales habían amortiguado su caída. Velozmente volvimos al bosque y nos internamos en el. Después de un rato de caminata nos sentamos junto a unas rocas.

-Creo que ya podemos descansar y comer algo-, dijo nuestra guía.
-Si, me parece fantástico, me muero de hambre y estoy cansado y me duelen los pies y además…-, dije mientras me sacaba las botas.
-Bueno, bueno, basta de quejas-, interrumpió ella. –Déjeme presentarme, soy Alberaina. Conocida anteriormente como Isabel. Ese era mi nombre humano. Ellos son Gorglain o Ernesto y Jalikloun o Javier-, hicieron una pequeña reverencia mientras sacaban la comida de las mochilas.
-Mucho gusto. Yo soy…-, no lograba recordar mi nombre.
-Enmascarado Anónimo, y tu nuevo nombre es Wastinfig-, dijo ella.
-¡No!, yo tengo otro nombre, mi verdadero nombre. No logro recordarlo.
-¿Otro nombre? Pero si ya tiene dos. ¿Para que quiere otro?. Vamos cómase algo-, y Javier me paso algo de comida.

Mientras comíamos, ellos hablaban, reían, contaban pequeñas historia; Javier hablaba sobre su experiencia en las garras del Bebehumo y no parecía tener miedo. Ninguno parecía tenerlo, solo yo. Observaba a mis compañeros de aventura y veía cuan diferentes eran a mi. Isabel tenía unos grandes ojos esmeralda y un cabello rojo como manzana, nariz y boca pequeñas, manos delicadas, orejas en forma de hoja lanceolada y su piel blanca se iluminaba con los rayos de sol que se colaban entre los árboles. Era delgada y quizás un poco más alta que yo. Javier era regordete, con la cara redonda y cachetes rojizos. Cabello enrulado azul pálido como el cielo del amanecer, ojos cafés, orejas color remolacha y manos grandes. Siempre estaba sonriente y de buen animo. Ernesto era delgado, fuerte y alto. Cabello azul verdoso, liso, ojos azul oscuro, de mirada profunda. Era de pocas palabras y pocas carcajadas. Era algo misterioso. Y finalmente estaba yo, que aun seguía siendo humano.

Terminamos de comer nuestros frutos secos, galletas y leche endulzada con miel. Acomodamos nuestras mochilas y emprendimos el viaje de nuevo. Esta vez nuestro guía era Ernesto e Isabel iba en la retaguardia. Nos adentramos sigilosamente más en el bosque. Me preguntaba si algún otro animal o pajarraco nos iría a atacar de nuevo y si eso pasaba ¿estaría Patiblanca allí para ayunarnos? ¿Qué pasaría si no lograba recordar mi verdadero nombre? ¿Me quedaría allí por siempre? ¿Me convertiría en un vayudin? Y así, sumergido en mis pensamientos, como era de costumbre, me fui olvidando del miedo, e incluso de las mil preguntas que me atormentaban. Empecé a disfrutar de todo lo que nos rodeaba y a sentirme parte de mi nuevo grupo de amigos y hasta a soltar carcajadas con cada historia de Javier.

lunes, 2 de junio de 2008

GARE DU NORD II




Hace frío
Todos les trenes partieron
Solo queda el asiento vacío
Me fui…

Llegaste tarde…

Au revoir…
Poema y foto: Haldar F. Savery