domingo, 20 de abril de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO (II)

II

Así que tome todo el aire que podían caber en mis pulmones y emprendí una carrera entre las vacas. Casi con los ojos cerrados trataba de correr en línea recta hasta la casa, empujando las grandes panzas de los animalazos. Algunas mugían, otras apenas se movían, pero todas apestaban. Sus ojos sin profundidad y grandes pestañas me miraban como desde otro mundo. Finalmente llegué a la pared de piedra de la casa. Esta era de gruesos muros blancos de cal y estaba construida sobre una base de piedra lo que me impedía asomarme por las ventanas. Busqué cerca algo para poder subirme y encontré un pequeño banquillo. Sobre el banco y de puntillas logre alcanzar a ver por la ventana. El interior estaba oscuro, apenas algunos rayos de luz se introducían a duras penas por las hendijas en el techo y por algún cristal de las ventanas que aun la mugre no había. Podía verse que todo estaba lleno de polvo y telarañas. Era algo así como que el tiempo se detuvo en algún momento en ese lugar. Me daba un poco de temor. Estaba apunto de bajarme cuando de repente pude ver una figura de alguien sentado en un sillón en un rincón. Era un hombre. No se movía; parecía que estaba durmiendo. De seguro es el señor Leoncio, me dije. Era extraño, no se si por la falta de luz y el polvo, pero el señor Leoncio se veía un poco gris. Cuando me disponía a limpiar el polvo de la ventana con mi ruana sentí como el banco bajo mis pies desaparecía haciéndome caer pesadamente de espaldas al suelo. Allí tirado y con el sol en la cara pude ver la sombra de alguien de pie junto a mi.

-¿Quién es?-, pregunto una voz tratando de hacerse grave y con ese tono que tienen las personas de los andes.
-Hola, soy Alejandro. Alejandro Villarroel García. Vivo en la casa de a junto, la de la señora Consuelo, es mi abuela-, conteste sin levantarme.
- Hummm....., ‘ta bueno. Yo soy Tomas. Y vivo acá.

Estiró la mano para ayudarme a levantar. Era un chico un poco más alto que yo. Blanco como una lápida de esas que había visto en el cementerio al ir a visitar a mi tía los domingos. Su cabello era color zanahoria y unas pecas del mismo color cubrían su cara. Tenía una gran ruana, roída y sucia que le llegaba casi al suelo, unos botines de cuero desgastado y un gorro de lana. Sonrío y pude ver sus dientes blanquísimos, los cuales contrastaban fuertemente con la mugre que lo cubría en su totalidad. También olía a vacas.

-Dígame, ¿qué hace por aquí? No puede pasar a las propiedades privadas así no más. ¿No sabia eso? Bueno, de seguro que no, jejejejejeje, pero importa, ya esta en la propiedad privada, jejejejejeje. Y dígame, ¿de donde es?. De seguro que no de por aquí. No parece de por aquí. De seguro de muy lejos, más allá de las montañas…- parecía que nunca iba a dejar de hablar. También tenía una especie de tic nervioso en el ojo izquierdo, pero era solo cuando hablaba: lo guiñaba muy seguido.
-Discúlpame, discúlpame. No volveré a pasar por acá. Mejor me voy, de seguro mi abuela me esta esperando- y empecé a caminar en dirección a la casa de mi abuela, alejándome de él. Confieso que me dio un poco de temor.

Corrió y me alcanzó, sujetándome por el brazo derecho. Me dijo que no tenia que irme, que me quedara a hablar un rato, que no tenia nada que hacer, que las vacas se podían cuidar solas un rato. Accedí. Caminamos entre las vacas mientras el las golpeaba suavemente en los cuartos traseros con una rama para que se movieran y nos dejaran pasar. Le conté que era de Caracas y que estaba de vacaciones por unos días en casa de mi abuela. Que ella no era andina, pero que se había venido a vivir aquí ya hacia algunos años. También le hablé del colegio, de mis amigos, los centros comerciales, los videos juegos y muchas tonterías más. Él me contó que había dejado la escuela hacia ya bastante tiempo, que solo estudió hasta el tercer grado. Que eso había sido suficiente, ya que aprendió a leer y a escribir, lo que le permitía leer los avisos de las carreteras y anotar los mandados de la tienda. No sabía nada de Nintendo, ni Internet, ni televisión, ni domingos de cine y cotufas, ni grandes avenidas, ni luces de neón… Su mundo eran las montañas, el cielo estrellado de noche, la neblina, el frío, las vacas, el olor a ahumado, los pájaros…

Entre historias y palabras llegamos a la cima de una colina. Abajo podían verse nuestras casas. De la de mi abuela se elevaba un hilo de humo blancuzco, de seguro estaba ahumando queso, pero de la de él solo se levando un grupo de pájaros negros que graznaban como locos. Un poco más allá podía verse la carretera trasandina, serpenteando entre las montañas. Y de fondo las imponentes montañas de nuestros Andes, con sus cumbres nevadas. Al otro lado de la colina había un pequeño valle con un bosque y luego un páramo desértico que se iba levantando entre rocas. Nos sentamos un rato en la hierba para recuperar el aliento mientras la brisa helada golpeaba nuestros rostros.

-¿podemos llegar hasta ese bosque?- pregunte con voz entrecortada.
-No, hoy no. Ya es tarde. Deben ser como las cuatro de la tarde, jejejejeje…Y no es bueno molestar a los duendes a esta hora. Además no trajimos nada de comida para darles, jejejejeje…- contestó con su risa particular que le daba un toque de demencia.
-¿Duendes? ¿No me dirás que crees en esas historias? Duendes, hadas, son solo historias Disney. Son puras tonterías.
-Hmmmm…, no, no lo son. Mañana podemos ir. Pero eso si, debe traer comida para los duendes. Y si tenemos suerte, tal vez podamos ver algún hada.- Ya su risa había desaparecido. Se tomaba aquello con mucha seriedad.
-¡Hecho! Mañana entonces.
-Si, mañana lo espero temprano detrás de mi casa.

Comenzamos a bajar la colina a medida que la tarde caía. Ninguno de los dos dijo nada. La temperatura empezaba a bajar y viento frío se sentía como hojillas que te cortaban el rostro. Al llegar a su casa él se detuvo y yo seguí mi camino. Mire hacia atrás pero ya había desaparecido. En su casa no había ni una luz encendida. Mi abuela me esperaba con chocolate caliente, queso ahumado y arepas de trigo. Luego de ver la tele, o por lo menos de hacer el intento, me fui a dormir.

3 comentarios:

David dijo...

Hola, Haldar: La manada de vacas es lo que más me llama la atención. Me quedo con la curiosidad de saber qué duendes nos va a enseñar ese inquietante personaje. Cuentas muy bien las cosas. Un saludo.

Monchis dijo...

Hola Haldar,

Y sigo atento tus historias, tal parece que la visita al bosque tendrá un final feliz...

Esperaré a ver que ocurre.

Saludos,

Diego Flannery dijo...

¿Bosque con duendes?...genial, al estilo Irlandés, me está atrapando la curiosidad, estos duendes tuyos, ¿qué comeran?
Los Irlandeses son de buena cerveza y carne asada, más una buena torta.

Levanto una copa esperando la tercera parte, Abrazos, Diego.