jueves, 3 de abril de 2008

EL ENMASCARADO ANÓNIMO

El olor a chocolate y a canela que inundaba toda la cocina me despertó. La luz mañanera entraba por la puerta abierta y podía ver en sus rayos esas motitas de polvo que se mueven suspendidas en la luz. Afuera las gallinas cacareaban y alguna que otra se asomaba indiscreta en la cocina. Mi abuela cantaba una canción entre dientes, muy bajito, casi un murmullo, mientras escuchaba la radio novela. Era fanática de las novelas de radio, especialmente esas de la mañana, y en especial esa que sonaba en ese justo momento: “Las Aventuras del Enmascarado Anónimo”. Yo prefería la tele, pero mi abuela tenia una muy vieja, que no se veía muy bien, aunque yo creía que era porque en esas lejanas montañas del páramo merideño no llegaba la señal. Así que me conformaba con disfrutar las radio novelas con ella y jugaba creando las imágenes de la narración en mi mente. Me parecían fascinantes los sonidos y los ruidos: golpes, cascos de caballos, viento y tormentas. ¿Cómo podían hacerlos?, era como mágico. ¿Cómo podía un héroe llamarse Enmascarado Anónimo? ¿Anónimo? Vaya, que nombre. Así que ese día decidí llamarme “Anónimo”. Desde mi lugar favorito de la cocina, debajo de la vitrina de los platos ubicada en la esquina, podía ver todo lo que allí pasaba: a mi abuela caminando desde el fogón de leña a la gran mesa que dominaba el centro del espacio, a las gallinas y los perros en el patio, la leña ardiendo en el fogón, el techo de caña brava y madera y las jaulas metálicas para ahumar el queso colgando de él y la imagen del Arcángel San Gabriel encima de la puerta. Con el olor del chocolate se mezclaba el olor de las hierbas: albahaca, romero, menta y otras que ella cultivaba en el patio. Ya empezaba a batir con un tenedor en un plato de peltre los huevos recogidos esta mañana. Era un sonido metálico, con cierto ritmo. De seguro ya las arepas de trigo estaban listas. Yo me enrollaba en mi ruana, como un pequeño animal en su cueva, para alejar el frío que la noche anterior había dejado pegado en mis huesos.

-Bueno, bueno, ya esta listo el desayuno. ¿No querrás pasar tus vacaciones durmiendo allí en ese hueco? Ven a ver que te preparó abuelita.
-Voy abue-, le respondí perezosamente.
-A lavarse las manos primero, Daniel- Me agarró de un brazo y me llevó hasta la gran tina blanca del fregadero, tan grande que cualquiera podría bañarse allí.
-Yo puedo hacerlo solo abue, no soy un niño, ya tengo doce años. Y no soy Daniel, mi nombre es Alejandro. Daniel es mi papá. Y además hoy me voy a llamar “Anónimo”- le dije mientras metía las manos debajo del chorro de agua helada del grifo.
-Si es verdad, Daniel Alejandro es tu padre y tu solo Alejandro. Bueno, mejor dicho “Anónimo”-rió.
-¡Exacto!-

Arrimé un taburete de madera y me acerqué a la mesa. Las arepas de trigo doradas se asomaban por entre un paño blanquísimo en una cestita de mimbre, los huevos revueltos con tomates y cebollas humeaban desde un cuenco rojo con flores amarillas, el jugo de naranja se hacia verde al mezclarse su color amarillo con el azul de los vasos y el chocolate hervía suavemente aún en la olla tiznada que ella había colocado sobre un pedazo de madera para evitar quemar el mantel de algodón blanco almidonado. Mi abuela subió el volumen al radio que estaba sobre una repisa, en la que también había fotos viejas, flores de plástico, algún recuerdito de alguna fiesta de cumpleaños o matrimonio o bautizo, un conejito creo, aun con la mallita azul con las almendras todavía dentro; velas, alguna virgen y una foto de mi con Mickey Mouse en Disney y otra de mis padres. Ya la historia del “Enmascarado Anónimo” se había terminado y estaban dando las noticias regionales. Desde mi lugar en la mesa podía ver hacia fuera por la puerta. A lo lejos los muros bajos de piedras que sirven para separar los terrenos, unas vacas pasaban perdiéndose en el borde del marco y más allá había una casita, un poco más pequeña que la de mi abuela y detrás un bosque de robles y pinos.

-Abue, ¿Quién vive en esa casa?- dije señalándola con el tenedor.
-Ummm... ¿Cuál casa?- Respondió mientras giraba la cabeza y se colocaba los lentes que tenia en el bolsillo del delantal – Esa es la casa del señor Leoncio. Pobre señor Leoncio…., después que se murió Martica, nunca más salio de la casa. Tomás, su hijo, ahora debe encargarse de todo. Pobre chico, tuvo que dejar la escuela...- Y su mirada se quedó perdida en la lejanía.

Después del desayuno me fui al patio, previa advertencia de mi abuela de que no me acercara a la casa del señor Leoncio, ya que no le gustaba recibir visitas desde que enviudó y mucho menos de un mocoso curioso. Pero sabemos que las advertencias que nos hacen los mayores cuando estamos jóvenes, se las lleva el viento. Así, que mientras estaba sentado en una gran piedra terminando mi chocolate caliente, pensaba en la manera de acercarme a la casa del viudo (ya la sola palabra me daba miedo) sin ser visto, tanto por mi abuela como por los residentes de la otra casa.

Apenas tuve la oportunidad, corrí sigilosamente hasta detrás del gallinero y de allí al muro de piedra. Salté el muro y me encontré en el territorio del señor Leoncio y también me encontré con sus vacas, unas cincuenta más o menos. Debía atravesar el campo entre ellas para poder llegar a la casa. Nunca había estado frente a frente con un animal, excepto el perro que había en mi casa en Caracas o a los que había visto tras las rejas en el zoológico. “Bueno Anónimo, tienes que ser valiente y enfrentarte a estos animales peligrosos, recuerda que Anónimo nunca tiene miedo”, me dije para darme valor.

6 comentarios:

Monchis dijo...

Hola Haldar,

Comenzamos nuevamente una de tus historias.... como vamos vamos bien,

Saludos

Diego Flannery dijo...

Hola Haldar, espero que esté bién,...recuerdos y sentimientos de la niñez. Los descubrimientos. ¿Qué aventuras tedrá por delante Anónimo?...me quedo esperando,

Abrazos
Diego

David dijo...

Hola, Haldar:

Gracias a las buenas descripciones, resulta muy fácil acompañar a ese niño. ¡Y menudo desayuno! Se me ha hecho la boca agua. Volveré para seguir las aventuras de Anónimo. Saludos.

Anónimo dijo...

Me encanta esta historia porque me trae recuerdos de mi abuelis en un contexto algo parecido y sobre las aventuras que de niña tenía jeje.
Seguiré el hilo ansiosamente, ya sabes que pienso que escribes genial :)
No te pierdas!!! y descansa para que continues escribiendo.

Ah! Lascivus te dejó algo en su blog jeje (ya parezco el correo de las brujas jiji) y me disculpo ante ti por el comentario que dejé por allá jajaja tu si que sabes de arte jeje.

Un abrazote!!!

0 dijo...

Las abuelas y su chocolate...Yo recuerdo a la mía cocinándolo con una paciencia infinita....Tenía paciencia para tantas cosas...
Precioso relato.
Volveré.
Un beso.

Anónimo dijo...

¡Anónimo! Clin d'oeil...

Yo desde mi condición secreta me sentí identificado con el niño que habla en tus historias.

La vida realmente es un cúmulo de experiencias y las historias que contamos llevan la impronta de todas esas vivencias. Éstas del niño son tan reales que "provocan" los mejores recuerdos en quienes las leemos.

Me sentí triste al leer algunas de las anteriores… por alguno que otro motivo...

Me siento niño ahora…