lunes, 25 de agosto de 2008

Manuela




-¡Matías!, ven Matías, dame un abrazo.
-Si mamá, ya voy.
-¡Ven rápido!
-Voy.

Bip, bip, bip. Bip, bip, bip. Suena el despertador. Seis de la mañana. Abre los ojos y se estira perezosamente en la cama. Esta acostado del lado izquierdo. Está solo. Bip, bip, bip. Apaga el despertador. Ya la luz entra por la ventana. Estira la mano hacia el otro lado de cama. “Ya se fue. Siempre se van”, pensó. Se levanta sorteando el tiradero en el piso: los tacones, la peluca, el traje con lentejuelas, los postizos. El apartamento, si se le puede llamar así, es un solo ambiente, lo único separado es el baño. Es más bien una habitación grande construida en el último piso de aquella casa, que como las demás, se amontonaban de manera desordenada en aquel barrio caraqueño. Llega al baño y se ve al espejo. “Hay Manuela, esta vez corriste con suerte. El soldadito no te golpeo. Era puro amor. Un novio así es lo que necesitas, que te saque de esta pobreza”, se decía mientras orinaba. Colocó la cafetera sobre la estufa, recogió las cosas y las amontonó sobre una silla en el rincón y se dejó caer bocabajo sobre la cama. Respiró profundo. Todavía olía a sexo, colonia barata, sudor. Había sido una buena noche. Le pagaron un buen dinero por su imitación de Ana Gabriel. Ya podría hacer un mercadito. Además las propinas fueron excelentes y para finalizar, no terminó solo en casa. Se sirvió el café en su taza favorita, aquella que le trajo Julián de su viaje a Sao Paulo. Julián. “¿Dónde andarás hijo de puta? El mejor polvo que he tenido. Lastima que te gustaran las mujeres de verdad. Bueno, eso decías tú, pero más marico no podías ser. Estabas engañado papito”, se dijo. Encendió un cigarrillo y se reclinó sobre la ventana mientras pasaba el sabor del alquitrán con el amargo del café. Afuera el barrio ya se movía como un hormiguero. La bodega de doña Patricia ya estaba abierta. Mas abajo en las escaleras unos vagos se dedicaban a molestar a las muchachas que pasaban por allí. Gente subía y bajaba, el merengue se mezclaba con la salsa y un toque de reggaeton y algún desadaptado que escuchaba Coldplay. “Bueno Manuela, a ponerle rapidez a la cosa, que si no trabajas no comes y ya se acerca la fecha de pagarle la renta a Consuelo”. Agarró un balde con agua y se fue al baño. Allí se duchó con la ayuda de un potecito plástico. Dejaba caer el agua lentamente por su cuerpo. “¡Coño, esta fría! Debí entibiarla un poco”. Enjabonó su cuerpo depilado con un jabón barato, de esos que se agarraba cuando algún cliente lo llevaba a un hotel. También se lavó el cabello con el jabón, pues hacia dos semanas que el champú se había terminado. “Hoy tengo que comprar champú, también desodorante, ya estoy harta de estarme poniendo bicarbonato de sodio en los sobacos” Terminó de ducharse, se colocó la toalla alrededor de su cuerpo por debajo de las axilas. Se rasuró tan perfectamente que nadie hubiese sospechado que alguna vez existió alguna barba o bigote. El maquillaje fue cubriendo su rostro: cejas delineadas, labios rojos carmesí, grandes pestañas postizas, mucha base y color sobre la piel. Retocó sus uñas postizas. Hoy se pondría el vestido verde de dos piezas y falda corta, ese que lo hacia parecer secretaria ejecutiva. Pantys vino tinto, zapatos y bolsa grises. Peluca: ¿negra, rubia o pelirroja? Negra. Un poco de perfume y ya estaba listo. “Eel soldadito me dijo que volvería a pasar hoy por el bar. De seguro quedó enamorado. ¡Ah! También van los buscadores de talentos. Bueno, eso me dijo La Moños. Ella nunca miente. De seguro que me eligen para algo bueno, con el talento que tengo. Hay si mija, a ver si sales de este barrio horroroso. Tu naciste pa’ cosas mejores”. Todo eso iba pensando mientras bajaba las escaleras del barrio.

-Buenos días Doña Leticia. ¿Cómo sigue su hijo? ¿Mejor? Me alegro. Me le da un beso.
-Hay no niño, deja el fastidio. Que no tengo dinero. Estay tan pelada como tú.
-¡Aaaaahhh! ¡Desgraciado! Anda a pellizcarle las nalgas a tu mujer y claro que son verdaderas.
-Buenas, buenas doña Martita. ¿Cómo siguen esos dolores de reuma? Me alegro que ya este mejor. Si, si, yendo pa’l trabajo. Si, todo bien, gracias a Dios. Amen.

De repente un tiroteo. Gritos. Gente corriendo. Y el cuerpo de Manuela rueda por las escaleras. Mientras va dando vueltas piensa: “Maldición, ya me jodí, ahora si que nunca saldré de este puto lugar”. La peluca quedó en el escalón 12. La cartera Gucci de imitación en el escalón 25, el zapato izquierdo en el 33 y el cuerpo en el 55. No había sangre. Ninguna bala lo tocó. Simplemente se torció el pie derecho, no pudo mantener el equilibrio y se cayó. Vueltas, golpes, gritos, recuerdos, maldiciones, lagrimas y en el escalón 54 se rompió el cuello.

-¡Matías! ¡Matías!
-¿Si, mama?
-¿Qué quieres ser cuando seas grande?
-Quiero ser bailarina.
Fotografia: Google, texto: Haldar F. Savery

5 comentarios:

Edurne dijo...

Ostras, Haldar... me dejaste patidifusa con este final!
Lo he leído con mucho interés; se lee muy bien, y además te pones en su lugar, casi te vistes con su ropa, te fumas ese cigarro, te bebes ese café...!
Muy bien contado y ese final tan sorpresivo!
Maldita la suerte de la pobre Manuela (del pobre Matías)!
Porca miseria!
Besitos, guapo!

Mi vida en 20 kg. dijo...

Mmmm??? dejame pensar....eee??? que palabra uso???? emmmmm??? ya la tengo!!!!!!
GENIAL!!!!!!!!!!!
Esto fue eso, simplemente GENIAL.
Me encanto
Un beso enorme

Diego Flannery dijo...

Haldar...excelente!!!
¿En qué escalera de la vida habrá quedado Matías?
¿Cuántos escalones tendremos que contar para nuestro final?
Qué fuerza en el relato...te superas día a día.
Abrazos
Diego

Luna dijo...

Atrapante! Me encantan este tipo de hitorias.
Saludos!

Rara Avis dijo...

Me ha encantado!!!!!

Muy bien narrado y no se hace nada pesado....

¡¡¡quiero ser bailarina!!! jajajajaajaj

besitos guapo!!!!