El día que murió su abuela paterna, Doña Clotilde de
-Señora Hortensia, señora Hortensia, ya llegó el padre Manolo- gritaba Josefa, la muchacha que ayudaba a su mamá en los quehaceres de la casa.
-Shhhhh, muchacha, respeta el descanso de los muertos. Ande, vaya a la cocina y le trae café caliente al padre, debe venir mojado y muerto de frío. Mira que morirse con este invierno.
Eloisa salió del cuarto y se quedó detrás de una de las columnas del corredor del patio. Desde allí vio al padre Manolo cruzar el anteportón. Era un hombre alto, delgado, de unos cincuenta años, bien parecido y con algunas canas en sus sienes. Venia con su sotana negra de infinitos botones, un paraguas, un rosario y una biblia en la mano. Su madre se acercó para recibirlo. El padre murmuró algo en su oído y ella sonrío disimuladamente. Su madre había enviudado hacia dos años, cuando Eloisa apenas tenia ocho años. Su “papi” y su hermano mayor, Ernesto, habían sido detenidos por “
-Josefa, déle el café al padre, ¿qué espera?
-Si señora, claro señora.
-Y llévese a la niña a la cocina.
-Si señora.
Josefa se colocó la bandeja debajo del brazo y con paso veloz agarró a Eloisa de la mano y prácticamente la arrastró con ella. En la carrera a la cocina pudo echar una última mirada a lo que acontecía en el corredor. Todos entraban como espectros negros al “para qué”, la salita que se había arreglado para colocar a Doña Clotilde. Los últimos en entrar fueron su madre, seguida muy de cerca por el padre Manolo, quien dejaba rozar su mano izquierda en los glúteos de esta. Antes de cerrar la puerta, el padre le sonrío a Eloisa.
-Vamos niña, siéntese allí, junto al fogón.
-Hace mucho calor allí, prefiero sentarme cerca del refrigerador.
-¡Esa “frijider” no me gusta nada! Me contó Salustiana, la muchacha que trabaja donde la señora Francisca, que el otro día un aparato de esos explotó y casi la mata. ¡Y eso que estaba disque nuevo!
-Hay Josefa, como te gusta creer en cuentos. Eso no pasa, el refrigerador es el mejor invento. Lo leí en una noticia del periódico. Además, ya ves que no tienes que ir a hacer las compras todos los días.
-Eso es verdad mi niña. Ahora la carne dura más tiempo. ¡Hasta cinco días! Usted tiene razón. Es que estoy nerviosa con eso de la muerta allí en la sala.
-A mi tampoco me gusta- respondió con voz profunda y se quedó pensativa, con la mirada en las llamas que se escapaban del fogón.
Al fondo, cerca de una ventana,
El sancocho hervía sobre le fogón, mientras Josefa iba y venia con tazas de café y galletitas inglesas de mantequilla. Josefa había llegado a la casa hacía tres años, cuando el señor Ramiro y el señorito Ernesto fueron apresados por la policía. Don Arcadio se la había enviado a su hija para que la ayudara con los niños. Josefa tenía dieciséis años, era delgada, morena, de grandes y brillantes ojos verde oscuro y cabello crespo lleno de pequeños moños a los que ataba cintas de colores. Prefería andar descalza, pues decía que los zapatos la torturaban. Al principio fue una guerra campal entre ella y la señora Hortensia, pues a esta última le parecía un descaro que atendiera a los invitados estando descalza. Finalmente llegaron al acuerdo de que podía estar descalza en casa pero que cuando fuera a hacer los mandados o a misa debía por lo menos ponerse unas alpargatas. No sabia leer ni escribir, pero últimamente Eloisa se había encargado de irla enseñando, pero era una tarea ardua. Como la misma Josefa decía: “Hay mi niña, ¿pa’ que necesito yo eso? Pa’ eso Diosito me dio una cabeza, pa’ recorda’ to’”. Al menos ya había logrado que aprendiera a escribir su nombre y a medio leer los papelitos con el mandado que le daba su mamá.
Entre los hervores y los cafés que iban y venían, Eloisa se había salido de la cocina y caminaba a lo largo de la celosía, viendo como la formas iban distorsionándose y cambiando de color a través de los cristales. Era divertido ver a Josefa cambiar de formas, unas veces gorda otras alta, otras deforme, en su ir y venir de la cocina al corredor.
-¡Habíase visto! ¿Es que toa’ esta gente viene a beber café o a ver a la dijunta? Ya tengo los pies jinchaos de tanta idera- decía mientras se sentaba en una de las sillas del comedor, ubicado entre la cocina y la celosía que lo separaba del corredor.
-Josefa, ¿dónde están el padre Manolo y mi madre? No los veo entre la gente del corredor.
-Puej, en el cuarto, acompañando a la muerta, ¿a onde iban a estar?
-¿Solos?
-Yo creo que si. Iban a preparar a su dijunta agüela y sacaron a todos y cerraron la puerta. Además, ¿quien quiere a ver a un muerto como lo trajo Dios al mundo? Puej, naidien.
-¡Corre Josefa, vámonos a la cocina! Allí viene mi madre.
Las dos corrieron a la cocina e inmediatamente fingieron estar haciendo algo: Josefa lavando las tazas sucias y Eloisa viendo caer la lluvia sobre el estanque del segundo patio interior, parada en la puerta. Hortensia entró de golpe a la cocina, mientras se arreglaba la falda. Venia un poco acelerada y algo colorada.
-Josefa, déme un poco de agua por favor, pero no del refrigerador. El agua fría es mala para la salud- dijo con voz entrecortada, mientras se apoyaba en la mesa y llevaba la otra mano a su pecho.
-Si señora, ya mismito. ¿Se siente mal?
-Nada, nada, debe ser todo esto. Esta familia esta marcada por la muerte. No se ha terminado de velar a uno cuando ya hay que empezar con otro. Quiero que empiecen a servir la sopa a los invitados. No quiero que se sienten en el comedor, son muchos y la mesa solo tiene doce puestos. Así que sírvanla en las escudillas blancas de porcelana y llévenselas, igual como con el café. Teresita, vaya echando la sopa en las escudillas y tu Josefa, ve llevándolas a la visita. Eloisa, por favor dile a Pedro que vaya preparando el automóvil, saldremos en un momento al cementerio.
-Si mamá- y salió corriendo saltando en los pozos que se habían formado en el patio. Ya no llovía.
Hortensia dio media vuelta y salió de la cocina. Eloisa cruzó el segundo patio hasta la habitación de Pedro, le dejó el recado de su madre y salió corriendo al corral. Allí se trepó al árbol de mango y luego, a través de una rama, al techo de la enramada. Desde allí caminó con sumo cuidado por el borde del muro que separaba el corral de su casa del de los vecinos. Llegó finalmente a una pequeña ventana elevada que pertenecía a la habitación donde estaba su abuela muerta. Su padre había mandado a hacer esa ventanilla como entrada de luz y aire para esa habitación ya que no poseía ventana alguna al corredor. Deslizándose sigilosamente sobre las tejas, se asomó y pudo ver a su abuela en la cama. Parecía que realmente dormía, que en algún momento cualquier ruido la despertaría. Pero no podía ver a su madre ni al padre Manolo. Se acercó más a la ventana, para ver si lograba ver mejor. Divisó algo que se movía en las sombras justo en el rincón en el que hacia un par de horas había estado ella. No distinguía bien que era. Entonces levantó un poco su cuerpo para tratar de conseguir un mejor ángulo. Justo en ese momento, las nubes se retiraron y dejaron escapar los rayos del sol del atardecer. La ventana estaba orientada hacia el oeste, de manera que en las tardes la habitación se iluminaba completamente. De esta manera Eloisa pudo ver quienes estaban en el rincón. Su madre y el padre Manolo se besaban frenéticamente, como queriendo devorarse el uno al otro.
En el asombro, Eloisa resbaló en las tejas húmedas y golpeó su frente contra el vidrio de la ventana. Los amantes voltearon inmediatamente ante el ruido y miraron hacia esta. Pero solo lograron ver una sombra que desaparecía velozmente, pues el contraluz no les dejo ver quien o que estaba en la ventana. Eloisa se dejó resbalar rápidamente por las tejas hasta alcanzar el muro. Lo cruzó casi en carrera, con el peligro de resbalar y caer. De allí bajó al techo de la enramada para luego pasar a la rama del árbol. Pero justo antes de alcanzarla, algunas cañas de la techumbre se rompieron y Eloisa cayó.
Fotografia: Google, texto: Haldar F. Savery
6 comentarios:
He empezado, pero no puedo leerlo entero, me toca salir corriendo para el trabajo... seguiré más tarde, pero bueno, he leído a saltitos cosas y me está gustando. Ah, y al empezar ya he sonreído, dos apellidos bien vasco: Urkijo y Aristigieta (así se escriben en grafía vasca)... yo misma tengo familia que emigró a Venezuela en los años de la dictadura, así que sí, vascos y de orígen vasco... montones! Jejejeje!
En fin, que Eloísa promete y yo prometo leer este primer capítulo a lo largo del día!
Besitos!
Pasito a pasito se anda el camino... Leeré tranquilamente tu historia.
Besos.
me encantó!!! quiero más!!!!! no te tardes si?
Vaya, me encanto!! Ya me tiene enganchada, no tarde la siguiente
Por favor!!!!!! Que me quedo sin uñas.
Un beso.
Felicidades!!! también por este nuevo cambio de tu blog.
Me gusta esa mirada…. Vigilando Jeejejejjej
Hey Haldar! wow! felicitaciones por el desarrollo de tus historias, veo que estas con esa 'fiebre' de escritura que nos agarra a algunos que nos justa compartir nuestros textos.
Y veo que estas muy entusiasmado con el 'realismo magico latinoamericano', me gusta eso y espero a ti te satisfaga enromemente!
Un abrazo grande desde la fria y lluviosa Paris (pero siempre bella!)
Edurne: Espero que puedas terminar de leerlo. Y me alegra que lo poco has leído te gustara. Si, en Venezuela tenemos muchos apellidos de origen español, claro, con el tiempo su grafía ha ido variando, volviéndose más criollos. Besos!
Mario: Lea, lea, con clama, que tiempo sobra. Besos
Lore B: Vendrá mas! Calma, por favor. Trato de escribir en el tiempo que el trabajo me lo permite. Prometo que esta historia si tendrá fin y no correrá la misma suerte que “El Enmascarado Anónimo”, aunque él me esta esperando allá en Los Andes venezolanos, nos encontraremos en diciembre y así podré terminar su historia). Besitos.
Lucia M: Calma! Calma!. Que bueno que te gusto el “new look” del blog, a veces es necesario hacer cambios. Abrazos.
Gus: Para ser sincero, escribo desde hace mucho tiempo, pero solo hasta ahora experimento lo que se siente que te lean, de saber que opinan los demás sobre tus palabras. Como latino que soy, es imposible escaparse de ese “realismo mágico” que nos envuelve a todos de una u otra manera, en esta “America” encantadora. Un abrazo fuerte!
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