miércoles, 23 de enero de 2008

PARTE 3 DE ALGO...

Decidió moverse hacia donde “sombra” estaba sentado. A medida que se acercaba pudo ver mejor su rostro. Grandes ojos azules, piel tan blanca como la porcelana y el cabello formado por una espesa maleza de rizos color oro. Su perfil le recordó al de las estatuas de los dioses del periodo griego helenístico, las cuales había visto en un museo en algún lugar del mundo. “Hola, soy Lorenzo. ¿Cómo estás?”. Sombra se tomo su tiempo para responder. Primero apago su Marlboro Light y luego sonrió. “Ejele! Todo bien. Soy Tobías. Mucho gusto”. Y le extendió la mano para saludarlo. En ese momento Sombra se convirtió en Tobías. Lorenzo no podía dejar de ver su cara y el “bulto” que se formaba en medio de sus piernas. “Eeeeeeehh, mucho gusto.”, respondió. Tobías lo invitó a compartir la mesa y él, y sin dudarlo dos veces, aceptó. Hablaron un buen rato, de todo y de nada, sobre la vida en general: Tobías tenía 26 años; el trabajo, la profesión: Tobías era arquitecto, etc. Mientras hablaban Tobías reía mostrando una sonrisa que tenía a Lorenzo en un estado de estupidez absoluta. Por debajo de la mesa sus piernas se rozaban, simulando un baile. Repentinamente Tobías se levanto y dijo: “Bueno Lorenzo, salgamos de aquí, vamos a otro lado”. Debía medir dos metros más o menos. Su jean se ajustaba a su cuerpo y dejaba ver unas piernas muy bien formadas y unas nalgas que serian la envidia hasta de los dioses helenísticos. Su camisa abierta unos tres botones dejaba ver un pecho cubierto de un vello dorado como su cabello. “Bingo”, se decía Lorenzo, “esta noche me gané el premio gordo, por fin alguien que valga la pena después de tanto tiempo”. Y “tanto tiempo” había sido aproximadamente unos siete años, época en que se separó de Beto, su primera, única y última pareja verdadera. Desde entonces su vida había transcurrido desde cuerpos de una sola noche a relaciones de no más de una semana, especialmente con tipos clase “C”, como él mismo los denominaba. Personas, que según él, no podían llenar el vació que, tanto física como intelectualmente, había dejado Beto. Generalmente eran “tipos” poco atractivos, a veces con problemas de alcoholismo, otras con serios problemas de drogas. Muchas veces violentos. No fueron pocos los momentos en que se despertara golpeado en su propia cama, o amaneciera en cualquier entrada de un edificio, aún medio borracho o perdiera el conocimiento a causa de alguna droga. Como consuelo, se decía que lo había probado todo en la vida: todos los alcoholes existentes, desde el más fino champán hasta perfume para bebés, o desde la marihuana hasta la droga más dura existente en el mercado, o desde sexo suave y casi idílico hasta el sadomasoquismo. Incluso lo habían “cogido por el culo”, cosa que no le gustaba mucho, y muchos culos se había cogido. A pesar de este intenso historial, Lorenzo aun permanecía sumamente atractivo a sus treinta. Ambos salieron del “Gato Rojo” y desde la puerta Lorenzo le grito a Ramiro, quien se había dormido sobre la barra: “¡Cariño, hora de cerrar el antro!”. Se besaron rápidamente y se subieron al auto de Beto, comenzando un recorrido sin destino por la ciudad. Eran las dos y media de la madrugada.

Los primeros cuatro años en el internado “Amoroso Corazón de Dios” pasaron prácticamente sin ninguna novedad. Aparte de una que otra pequeña pelea de patio que un regaño del buen padre Antonio no resolviera, esos años pasaron entre estudios, misas, televisión, partidos de fútbol y buenos compañeros. Incluso llego a olvidar el incidente del día en que fue arrastrado al salir de la escuela y la muerte de su abuela era apenas un recuerdo lejano. El padre Antonio tendría unos 60 años y era el director del internado. Se oponía rotundamente a los castigos físicos y violentos que eran comunes en lugares como ese. Partía del hecho que con amor y palabras se podía domar el corazón de los chicos rebeldes del internado. Trataba de evitar que los estudiantes permanecieran a solas con alguno de los curas que impartían clases. En esa norma era muy estricto y para hacerla cumplir generalmente se lo podía ver haciendo “rondas” continuas por los salones, pasillos, dormitorios y baños, especialmente en altas horas de la noche. Él sabía en carne propia las cosas “perversas” que el demonio podía hacer que pasaran en un lugar donde solo coexistían hombres. Como se enteró Lorenzo mucho tiempo después, al asistir al funeral del padre, este había sido abusado sexualmente varias veces cuando estudiaba en el seminario. Así pasaron esos cuatro años, en esa perfecta calma mantenida rigurosamente por el emisario divino: el padre Antonio, quien había logrado mantener a raya a los lobos ávidos de carne fresca. Pero como es sabido, en este puto universo las cosas buenas no duran por siempre, así que ese paraíso llego a su final un día. El padre Antonio enfermó gravemente y no pudo seguir haciéndose cargo del internado, función que vino a ejercer el padre Patricio. Y con la llegada del padre Patricio al trono también llegaron los cambios y llegaron también alumnos nuevos de un internado que se había quemado en otra ciudad cercana a Mérida. Entre el nuevo contingente de alumnos vale la pena destacar a dos: Ignacio, de la misma edad que Lorenzo y prácticamente un santo, o mejor dicho un santo de corazón gay, y Pedro, un verdadero coño de su madre, que terminaría armando una alianza con el padre Patricio.

Beto. Beto había sido su ángel de la guarda, según palabras del propio Lorenzo. Se conocieron hacia siete años en la universidad, cuando Lorenzo estudiaba Historia del Arte y Beto Arquitectura. Ambos habían asistido a una fiesta universitaria, de esas a las que va medio mundo. Para esa época a Lorenzo se lo podría haber calificado de “antisocial”, ya que su círculo de amistades se resumía a uno: Rolo, al cual a veces hasta él mismo le sacaba el culo por pensar que era un “fastidioso de mierda lameculos”. Ese día pudo escapársele a Rolo y se fue a la fiesta. Había cientos de personas, de los cuales a la mayoría nunca los había visto. Uno que otro compañero de clases, ninguno con quien valiese la pena perder el tiempo hablando. Así que como pudo, llegó al bar improvisado y se compro una cerveza. “Cerveza, que asco. No se para que demonios me compré esta mierda si no soporto el sabor a sudor que tiene, me hubiese comprado una coca” se dijo. Se dedicó a caminar por entre la gente con el vaso de “sudor” en la mano. La gente reía a carcajadas, bebía, se besaba, fumaba o bailaba como si tuviesen un ataque epiléptico. Él nunca aprendió a bailar, y para ese entonces no fumaba. En su caminata alguna que otra chica le sonreía y lo saludaba, alguna más atrevida le pasaba la mano por el pecho, para tratar de sentir sus músculos bien definidos a través de la franela y alguna otra le propinaba una nalgadita en sus nalgas apretadas y duras. Todo ese cuerpo gracias a miles de horas dedicadas al gimnasio. “Hay que cultivar también el cuerpo, no solo la mente”, se decía. También algún chico le guiñaba el ojo, pero el se hacia el que no se había dado cuenta. Llego un momento en que se fastidio de estar allí. Botó la cerveza y emprendió una caminata a empujones entre la gente para poder salir de la fiesta. Ya estaba perdiendo la paciencia y se estaba poniendo de mal humor. Empezó a sudar a chorros y ya no pudo moverse más. Estaba petrificado. En ese momento se dio cuenta que tenia fobia a los espacio llenos de gente, fuesen espacios abiertos o no. Una fobia mas sumada a sus otras fobias: la de no soportar las cosas sucias y desordenadas y a la de tener asco de tocar el cabello de personas extrañas. Así que allí estaba, petrificado, rodeado por cientos de personas desconocidas, sin saber a quien pedirle ayuda para que lo sacara de ese lugar. Lo empujaban, le daban codazos, lo insultaban. Sentía que en cualquier momento podía desmayarse. Pero repentinamente una mano le sujeto la suya y lo rescato de aquel océano de cuerpos en el que se estaba ahogando. Era Beto. Su ángel de la guarda.

-¿Dónde vives?-, pregunto Tobías mientras manejaba con una mano y con la otra le sujetaba la suya.
-En La California Norte-, contestó.
-Vaya, mira que estabas lejos. Venir desde allá hasta la avenida Baralt..
-La verdad si, un poco lejos. ¿Y tú? ¿Acaso vives cerca del “Gato Rojo”?
-Uhmmmm, si y no-, dijo riéndose.
-Ok Señor Misterio, ¿Dónde me lleva?
-Quiero bailar, vayamos a “59”.
-Bueeeee…, te advierto que no se bailar.
-No importa, igual vas a bailar conmigo.
A las tres y media ya estaban entrando a “59”, la más nueva disco gay en el este de Caracas. Un lugar muy exclusivo al que no podía entrar cualquiera. En el estacionamiento había toda una exposición de los autos más caros del mercado y en la entrada la gente se aglomeraba tratando de entrar. Mucha gente linda, la mayoría hombres, algunas mujeres. Tobías lo guió tomado de la mano entre las personas hasta llegar a la puerta. Allí saludo al portero, un negro corpulento de unos dos metros, vestido de látex negro ceñido al cuerpo que dejaba ver toda la dimensión de su inmensa virilidad. Este los dejo pasar sin problemas. Como supo luego Lorenzo, Tobías era el dueño de aquel lugar. Como también era dueño de la empresa constructora que levanto “59”. Aquel lugar había sido su proyecto universitario hecho realidad. Realmente era espectacular: tres pistas de baile, una en cada nivel; los mejores DJ’s, así que la mejor música, los mejores cuerpos masculinos y femeninos de la ciudad eran los barman y los bailares en las jaulas, tecnología de punta para el sonido, un sauna y por supuesto un cuarto oscuro. Era la disco más grande del país. Pero su estado de asombro desapareció súbitamente cuando recordó que había dejado su auto estacionado fuera del “Gato Rojo” y que dentro había dejado unas dos bolsitas de cocaína y algo de marihuana que debía de usar como pago a un chulo desgraciado que se había tirado una vez y que supuestamente debía encontrar en el bar de Ramiro. Se puso nervioso porque sabia que el hijo de puta ese podía aparecerse en su casa buscando el pago y si no se lo daba, de seguro iba a terminar en golpes. Y a pesar de que “Chulo” era toda mujer en la cama, se volvía muy violento cuando no obtenía lo que quería, ya una vez termino en el hospital cuando “Chulo” le partió una silla en el brazo y se lo fracturó. Pensó en decirle a Tobías que debía irse, pero no dijo nada, no quería perder ese trofeo.

1 comentario:

Monchis dijo...

Historias paralelas que se juntarán en el momento culminante!!!


Me tienes atrapado!!