jueves, 28 de febrero de 2008

PARTE 5.2 DE ALGO...


Ya habían pasado casi doce años de internado y Lorenzo estaba a punto de cumplir 20. Era ya un hombre, al igual que el resto de sus compañeros que habían empezado con él. Muchas habían sido las experiencias, muchas buenas, otras (la mayoría) no tanto. Solo deseaba que llegara el día en que pudiera salir de allí para siempre e irse lejos, a Caracas, a estudiar en la universidad. Varios de sus compañeros no tuvieron la fuerza para poder llegar al final. No pudieron resistir el régimen de abuso que reinaba en el “Infierno del Corazón de Dios” o se le hacia muy difícil vivir lejos de la familia. Otros no lograrían salir nunca. Por ejemplo, Enrico no aguanto mas que le padre Heriberto lo levantara todas las noches y lo llevara a su cuarto para obligarlo allí a que le hiciese sexo oral mientras le metía una vela por el culo. Al año Enrico pidió desesperadamente a su madre que lo sacara del internado con la excusa de que era alérgico a algún ingrediente de la comida. Juan José soporto más, dos años y medio. Todos los jueves a eso de las doce de la noche el padre Mario, un hombre regordete, bajito y feo, pero al parecer muy bien dotado con unos 24 centímetros, tocaba a la puerta de la habitación de Juan José y sigilosamente entraba. El Juanjo le dejaba la puerta abierta. Cualquiera hubiese imaginado que le gustaba que el “adefesio” lo visitara las noches de los jueves, pero unos días antes de que se escapara del internado le confesó todo a Lorenzo. Al parecer el “adefesio” lo tenía chantajeado con contarle a su padre que el era un maricón y que le gustaba que se lo cogieran. El padre de Juanjo era un importante ganadero andino enchapado a la antigua, y una noticia como esa lo mataría, más siendo Juanjo su único hijo varón. Por eso él prefirió una noche saltar la pared y huir. Nunca más se supo de él. Enrico y Juanjo no fueron los únicos, también desertaron Ramón, Felipe, José María, Eugenio, Pedro Joaquín y otros. Pero ninguno de los desertores fue capaz de denunciar las atrocidades que ocurrían dentro de los muros. Lorenzo nunca escapó, aunque ganas no le faltaron, pero no tenía donde ir. Aun hoy día no sabe como pudo sobrevivir virgen a esos doce años. Tampoco fue el único. Tal vez los más fuertes lograban hacerlo y entre esos estaban Lorenzo e Ignacio.

Fueron muchos los intentos por parte de los curas y otros compañeros, especialmente Pedro, en tratar de hacer caer a Lorenzo y a Ignacio en sus juegos sexuales, pero ninguno logro conseguir nada. Faltaban apenas dos semanas para quedar libres. Pero una noche, de mucho calor, las cosas cambiarían. Era viernes y como de costumbre se llevaba acabo el “ritual” en el auditorio, la gran bacanal. Pedro había estado fastidiándolos constantemente unos días antes. Esa noche, los que no querían participar en la fiesta de la carne, se encerraban en sus habitaciones como de costumbre, incluso colocaban muebles detrás de las puertas y cerraban las ventanas. Pero el calor era insoportable, tanto que los ventiladores no eran suficientes. Entonces a Pedro se le ocurrió la idea de cortar la electricidad, dejando a todos en la más absoluta oscuridad y en el más absoluto calor. “Vamos ratas, salgan de sus escondites”, gritaba Pedro por los pasillos, a la vez que golpeaba las puertas. Pero nadie salía. Al no haber reacción alguna, decidió inventar algo nuevo: coloco papel en la parte inferior de las puertas y les prendió fuego, de esa manera el humo asustaría a las “ratas” y las haría salir. Y así fue. Empezaron a salir corriendo por las ventanas, por las puertas saltando por sobre el fuego, y entre ellos Lorenzo e Ignacio. Afuera los esperaban los otros compañeros que participaban en la bacanal para agarrarlos. Fue una verdadera cacería. Los atrapados eran llevados al auditorio donde los curas esperaban la carne fresca. Pero Pedro esperaba por una presa en particular: Ignacio o Pedro. En la confusión se separaron. Cuando Lorenzo lo volvió a ver, este corría en dirección al claustro seguido por Pedro y dos chicos más. El claustro, la torre vieja y la antigua sala capitular, eran los edificios más viejos del complejo, y databan de principios del siglo XIX. Lorenzo los siguió, tratando de no ser visto. Los cazadores y su presa entraron al claustro. Lorenzo esperó afuera, escondido en unos arbustos.

El espacio estaba formado por un doble pasillo, con hileras de columnas en el medio y arcadas románicas hacia el exterior y hacia el patio interior. Todo estaba en penumbra, iluminado solamente por la luz de la luna. Al ingresar, Ignacio corrió entre las columnas hasta llegar al fondo, justo donde estaba la pared de la torre. Se agacho para evitar ser visto. Pedro y sus ayudantes reían a carcajadas y gritaban improperios en contra de él. Lorenzo comenzó a moverse silenciosamente como un gato, siguiendo las voces desde afuera. Podía ver la sombra de los cazadores recortadas sobre el fondo claro de la luz lunar que pasaba por entre las arcadas del patio pero no podía ver a la presa. Ignacio al oír que las voces se acercaban trato de encontrar un lugar mas seguro donde esconderse. En su búsqueda dio con una vieja puerta que daba al interior de la torre. Cuidadosamente la abrió, casi milímetro a milímetro para evitar que las bisagras chillaran y apenas pudo pasar entró. Lorenzo llego hasta las paredes exteriores de la torre sin saber que dentro estaba su amigo, mientras los cazadores estaban a punto de devolverse creyendo que habían perdido a su presa, cuando repentinamente el viento sopló y cerró de golpe la puerta de la torre que Ignacio había dejado abierta. Ignacio emprendió una carrera en ascenso por la desvencijada escalera de caracol, la cual parecía que se desplomaría en cualquier momento. Pedro y los otros dos entraron en la torre. Lorenzo se dio cuenta de lo que estaba pasando y los siguió manteniendo una distancia prudencial. Ignacio llego al campanario y escuchaba las risas de sus persecutores, estaba atrapado, ya no había salida. Pedro llegó arriba mientras sus amigos permanecieron en el agujero del piso, parados en la escalera asomando solo sus cabezas y bloqueándole el acceso a Lorenzo. “Vaya, vaya, miren lo que tenemos acá, una rata atrapada” grito Pedro. “Dime ¿qué harás ahora cobarde?, ¿Vas a saltar o prefieres darme ese culo rico que tienes?, creo que no tienes opción”. “Eso jamás, marica degenerada, si quieres mi culo, tendrás que pelear conmigo para obtenerlo”, respondió Ignacio. Y así fue. Pedro se abalanzó sobre Ignacio y le propino un duro golpe justo en el pómulo derecho. Ignacio tropezó y cayó al suelo. Pedro salto para caer sobre él pero Ignacio lo pateo fuertemente lanzándolo lejos. Mientras los amigos gritaban y abucheaban a Pedro. Pedro golpeo una de las ventanas y esta cedió rompiéndose dejando que Pedro saliera volando por los aires. Tuvo la suerte de poder agarrarse de la cornisa y no caer al vacío. Ignacio corrió a la ventana destrozada. Los amigos corrieron escaleras a bajo espantados de miedo creyendo que encontrarían el cuerpo de Pedro reventado en el suelo. Tal era su temor que pasaron corriendo al lado de Lorenzo y no notaron su presencia. Para cuando Lorenzo llego a la ventana, ya Ignacio se había trepado a la cornisa tratando de ayudar a Pedro. Se arrastraba bocabajo extendiendo su brazo para ayudarlo. Pedro lo tomo del brazo y logro subir a la cornisa y ponerse de pie. En ese momento pateo a Ignacio en la cara arrojándolo al vacío. Todo esto ocurrió en cámara lenta para los ojos de Lorenzo, quien observaba todo desde la ventana rota. Cuando reaccionó ya pedro estaba entrando al campanario. “Ahora es tu turno”, le grito Pedro. Lorenzo corrió escaleras abajo. Pedro lo siguió. Pero en un momento unos de los escalones de madera se rompieron y Pedro cayó por el espacio central de la escalera, terminando su caída clavado en unos pedazos de hierros que había en el suelo. Lorenzo salio corriendo de la torre y vio el cuerpo de Ignacio tirado junto a la pared. Para ese momento los amigos de Pedro ya habían dado la alarma sobre lo que estaba pasando y un tropel de personas, entre curas y alumnos se acercaban a la torre. Lorenzo huyo perdiéndose entre las sombras del claustro. Esa noche lloró por primera vez en su vida. Dos semanas después dejaba aquel lugar perdido en las montañas de Los Andes, con la esperanza de que la distancia y el tiempo borraran todo vivido allí.

7 comentarios:

Édgard Fuentes dijo...

AMIGO HALDARO::: ERES LO MAXIMISSISISISISISISIMOOOOOO!!!!!!

Édgard Fuentes dijo...

AMIGO:::: SABE PORQUE SALIO OTRO NOMBRE, PERO SABETE QUE SOY YOMERO!!! EDGARD... A VER SI AHORA SALE COMO ES!!!!!!!!! Y SI CLARO QUE ERES LO MAXIMISISISISISISMO!!!!!!

Lascivus dijo...

Haldar, cómo estás... Cumplo con reportarme, gracias por estar pendiente... :o)

La ausencia se debió a una avalancha de asignaciones laborales con complique, una mini crisis depresiva y, como guinda del helado, un orzuelo complicado que me tenía transformado en el dobre venezolano de Forrest Whitaker... Como diría mi amado y finísimo padre, solo me faltó una 'diarrea de mojones secos' para completar mi dicha... :oP

No te comento nada del post porque aún no lo he leído, pero ya me pongo al día...

Un abrazotote!!!!!!!!

Édgard Fuentes dijo...

Amigo, sigo pensando en los malavares que tuvieron que hacer los personajes de tu tan descriptiva narración!! ya sacame de la duda!?!!... jajaja...Como se te quiere cabrón!!

Edgard

Enrique Páez dijo...

Tienes energía, ritmo y descaro en tu forma de narrar: tres cualidades fundamentales para un buen escritor. Felicidades desde Madrid.
Un abrazo

Édgard Fuentes dijo...

Ya, sube las siguiente parte!!!!! ÉdgardO

Monchis dijo...

Hola Haldar,

Sigo con interés tu historia, tiene suspenso, intriga y tragedia.

Solamente espero que no sea autobiográfico.

Saludos,