viernes, 23 de mayo de 2008

MARTA



Podía vérsela todas las mañanas destapando la jaula de los canarios que tenía colgada de una de las paredes del balcón. Siempre con esos vestidos de colores oscuros, como guardando un luto eterno. Vivía sola, siempre vivió sola. Después del desayuno: una taza de té y la rebanada de pan tostado en un sartén; se colocaba los lentes de leer y al azar tomaba un periódico de una de las pilas que se amontonaban al fondo. Fecha del periódico: 13 de abril de 1965. Hace 40 años atrás. Dejaba la taza sin lavar al lado de otras en la mesa. Solo lavaba los platos los días domingos después de regresar de misa. Tomaba una bolsa tejida y salía. Nunca usó el ascensor, bajaba a pie los ocho pisos hasta la planta baja. Caminaba hasta el abasto del señor Manuel y allí compraba algunas frutas, galletas dulces, una cajita de té, leche y cigarrillos sin filtro. También unos fósforos. De regreso compraba el periódico y hablaba un rato con Doña Eusebia, que siempre estaba parada al lado del kiosco de periódicos en busca del último chisme. Marta continuaba su viaje a casa, subía los ocho pisos, dejaba la bolsa sobre la mesa y se sentaba en su mecedora en el balcón a fumar y a tejer. No tenía nietos, tampoco hijos. Nunca se casó. En su juventud se enamoró de Miguel, un joven apuesto hijo de inmigrantes españoles. Miguel terminó casándose con Julieta, la hermana de Marta. Después de eso nunca más se fijó en otro hombre y dedicó su vida a tejer e ir a la iglesia. Nadie en el vecindario sabía de donde obtenía el dinero para vivir. Unos decían que era millonaria y que no le hacia falta el dinero, otros que algún hijo lejano le enviaba dinero. Pero nada era seguro. Según recuerdo siempre vivió allí, en el apartamento al frente del de mi abuela. Algunas veces de visita en casa de mi abuela, la acompañaba a visitar a Marta. Mientras ellas hablaban y reían, yo me dedicaba a observar los canarios del balcón.

Han pasado muchos años. Marta tenía 99 años. Hacia mas de una semana que nadie la veía, así que los vecinos llamaron al cuerpo de bomberos. La encontraron acostada en la cama, vestida completamente de negro y con los zapatos puestos. Las manos cruzadas sobre el pecho y unas flores marchitas tejidas en su blanca y larga cabellera. La pergaminosa y arrugada piel se adhería a sus brazos flacos y nudosas manos. Su rostro mostraba que había estado tranquila, en paz. Después del entierro se me encomendó la tarea de recoger sus pertenencias. La historia periodística del país se amontonaba en una habitación hasta casi llegar al techo. El polvo cubría todos los muebles, autenticas piezas de coleccionistas. Debajo de la cama había una caja de madera labrada con incrustaciones de nácar. Dentro: cientos de cartas sin abrir. El remitente: Miguel Ascencio Torrijas López.
Texto y foto: Haldar F. Savery

8 comentarios:

David dijo...

Muy bien contado, Haldar. Abrazos

Anónimo dijo...

Hay compartimentos en nuestro interior en donde nunca tocamos nada; se llena de polvo, se torna viejo y la correspondencia nunca se abre. Igual vivimos nuestra vida felices, seguro Marta disfrutaba de alguna forma su cotidianidad.
Excelente escrito!

Un abrazo y besos para ti! :)

Germanico dijo...

Me dejó boquiabierto. Hermoso. Que buen comienzo para una novela. Triste y solitario final, y un pasado lleno de amor, misterio, infidelidad. Cuanto se esconde detras de algo tan breve.

Felicitaciones

Para recomendar

Diego Flannery dijo...

Haldar que simple y profundo relato.Felicitaciones!!!
¿Cuántas cartas sin abrir, guardando palabras no leidas?
¿Qué forma tan rotunda de decir no te perdono?... para mí has muerto Miguel.
Y por otro lado...no puedo dejar de guardar tu perfume y la saliva de tu cuerpo en las estampillas de tus cartas.
Wau, Haldar!!! ¿Cómo viviremos nuestros propios finales?

Edurne dijo...

Carajo, Haldar... qué belleza, que poesía, qué sutileza, qué...!
Me ha encantado!
Empecé a leerlo anoche pero no pude terminarlo, se me caían las pestañas literalmente... pero ahora lo he leído de un tirón, y perdona, voy a leerlo otra vez, que se me ha quedado un gustito a amor retenido, a polvo incrustado en el cuore, a vida congelada...

Ya, leído otra vez!
Da como pudor sólo de saber de esas cartas, ahí, durmientes en el fondo de una caja que guardaba toda su vida... Cartas sin abrir!
Precioso, amigo!

Cuántas vidas habrán quedado así, frenadas, perdidas en el limbo de los amores extraviados!

Un abrazo!

Hisae dijo...

Que tristeza de vida la de Marta. Que bien la supiste narrar...

Un abrazo.

Monchis dijo...

Hola Haldar,

Tal vez el secreto de Marta fué aprender a vivir de las cosas sencillas.

Por eso tuvo una vida tranquila, sin preocupaciones y libre hasta el final .

Saludos,

ALEXANA dijo...

Conmovedora historia la de Marta...soledad y rencor presentes en una vida sencilla y rutinaria. Mujer fuerte esta señora.
Excelente tu manera de contarla.
Saludos Haldar.